El gigante treintón con una gran nariz angulosa y acento gay informó:
-Mi padre es un empresario puntaesteño que se hizo millonario en el exilio pero yo vivo en Italia.
-Sentate -se tapó el escote Shirley. -¿Tomás algo?
-Lo que yo tengo que tomar cuando me siento muerto es leche invisible.
-No te entiendo.
-Es que el otro día te vi en el programa porteño y te juro que no puede haber nadie en el mundo tan igual a mi madre. Y no sé si aquí vendrá algún otro loco que juegue a esto, pero preciso que me des el pecho. Te pago lo que sea.
-Todo bien. ¿Cómo te llamás?
-Alfredo. Y me lo pusieron por Zitarrosa: mi padre llegó ser un capo comunista internacional y mi madre murió cuando yo tenía dos años. ¿Querés ver una foto?
-No, dejá. ¿Cómo querés colocarte?
-Igual que un bebito.
-Pero si ni cabés en la cama.
-Vos sentate apoyada en la almohada y agarrame la cabeza, nomás. Con el resto del cuerpo yo me arreglo.
Entonces la muchacha sacó un gran pezón-higo y cuando el gigante se ovilló y empezó a succionarla con los ojos prensados sonrió rafaelianamente:
-¿Sabés que esto me gusta, Alfredo?
-Porque sos buena. Pero tené cuidado con mi padre porque te vio en la televisión junto conmigo y echaba baba verde.
-¿Cómo se llama?
-Enzo Comendatore.
-Ah. Pero es famosísimo.
-No me digas a mí. Y se crió sintiéndose un Marlon Brando, además. Anoche tuvimos una pelea tan grande porque le dije que entré al movimiento gay que terminó gritándome que merecía reventar igual que mi madre: echando mierda por la boca.
-Bueno, tomá la teta tranquilo. Hay gente que no es gente.
-Mi madre murió en el 79. Estábamos veraneando en la montaña y a ella se le estranguló una hernia y él se debe haber demorado con alguna putarraca romana y cuando llegó no se pudo hacer nada.
-¿Por qué no tomás un rato del otro pecho? Ese pezón está más suavecito porque nunca me lo lastimaron mal, todavía.
Y antes de irse el gigante le besó las dos manos a la muchacha:
-Gracias, Signora. ¿Me dejás que prenda la televisión? Así lo conocés. A esta hora el profeta disidente sale en el especial del verano.
Y a los cinco minutos apareció un hombre sesentón de gelidez mafiosa y pelo y barba-candado venerablemente grisáceos al lado de un cartel inmobiliario que decía ESTAMOS CONSTRUYENDO EL PARAÍSO y Shirley tiritó.
-Mi padre es un empresario puntaesteño que se hizo millonario en el exilio pero yo vivo en Italia.
-Sentate -se tapó el escote Shirley. -¿Tomás algo?
-Lo que yo tengo que tomar cuando me siento muerto es leche invisible.
-No te entiendo.
-Es que el otro día te vi en el programa porteño y te juro que no puede haber nadie en el mundo tan igual a mi madre. Y no sé si aquí vendrá algún otro loco que juegue a esto, pero preciso que me des el pecho. Te pago lo que sea.
-Todo bien. ¿Cómo te llamás?
-Alfredo. Y me lo pusieron por Zitarrosa: mi padre llegó ser un capo comunista internacional y mi madre murió cuando yo tenía dos años. ¿Querés ver una foto?
-No, dejá. ¿Cómo querés colocarte?
-Igual que un bebito.
-Pero si ni cabés en la cama.
-Vos sentate apoyada en la almohada y agarrame la cabeza, nomás. Con el resto del cuerpo yo me arreglo.
Entonces la muchacha sacó un gran pezón-higo y cuando el gigante se ovilló y empezó a succionarla con los ojos prensados sonrió rafaelianamente:
-¿Sabés que esto me gusta, Alfredo?
-Porque sos buena. Pero tené cuidado con mi padre porque te vio en la televisión junto conmigo y echaba baba verde.
-¿Cómo se llama?
-Enzo Comendatore.
-Ah. Pero es famosísimo.
-No me digas a mí. Y se crió sintiéndose un Marlon Brando, además. Anoche tuvimos una pelea tan grande porque le dije que entré al movimiento gay que terminó gritándome que merecía reventar igual que mi madre: echando mierda por la boca.
-Bueno, tomá la teta tranquilo. Hay gente que no es gente.
-Mi madre murió en el 79. Estábamos veraneando en la montaña y a ella se le estranguló una hernia y él se debe haber demorado con alguna putarraca romana y cuando llegó no se pudo hacer nada.
-¿Por qué no tomás un rato del otro pecho? Ese pezón está más suavecito porque nunca me lo lastimaron mal, todavía.
Y antes de irse el gigante le besó las dos manos a la muchacha:
-Gracias, Signora. ¿Me dejás que prenda la televisión? Así lo conocés. A esta hora el profeta disidente sale en el especial del verano.
Y a los cinco minutos apareció un hombre sesentón de gelidez mafiosa y pelo y barba-candado venerablemente grisáceos al lado de un cartel inmobiliario que decía ESTAMOS CONSTRUYENDO EL PARAÍSO y Shirley tiritó.
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