jueves

2 / BESOS EN LA ESCALERA [hgv/amc]


El cirujano cardíaco tiró el tercer condón a los cuarenta y cinco minutos de entrar y se sentó a llorar a gritos con las piernas afuera de la cama:
-Hoy me salió el divorcio y ahora me siento muerto.
-Pero si vos hiciste lo que pudiste, papito -le alcanzó un whisky Shirley. -Un año de terapia colectiva no lo aguanta ni Benedicto XVI.
-No me digas papito.
-Ta. Y vos no me sigas hinchando las pelotas con que tenés una hija de mi edad porque te suspendo seis meses. Como a los futbolistas que agarran merqueados. ¿Por qué no te quedás toda la noche y jugamos a la luna de miel?
-Tengo una operación a corazón abierto en Montevideo dentro de tres horas. Pero además me siento muerto porque ayer batí un récord de gaguera que habría que mandar al Guinness.
-Ah, y yo me río de Janeiro. Si ya sabés que un fachero de cincuenta pirulos con yate y avión propio como vos es lo máximo, man. Tendrías que ver a un banquero porteño jubilado echando baba de Viagra: esa es la peor gaguera que conozco.
-Sí. Pero ayer me agarró la mursimónica con una instrumentista y terminé echándolos a todos a la mierda y me sentí en el infierno mismo. Y mirá que para mí el quirófano es sagrado. Es el único lugar del mundo que me importa.
-Llorar es bueno.
El hombre con rías de canas esponjadas a lo Richard Gere pidió más whisky por señas y demoró en desembuchar cadavéricamente:
-La instrumentista ya tiene veinte largos y no te digo que sea más linda que vos porque eso es imposible.
-Gracias, mi amor.
-Decime eso otra vez.
-¿Que quebrarse está bueno?
-No: decime mi amor.
-No te pongas estúpido. Bueno, y después de encerrarte la llamaste y te la cojiste en la camilla de los corazones abiertos. ¿Y te creés que eso es un récord?
-No. A mí lo que me mata de esa mina es la cara. Dios mío: qué cara tiene. Y de golpe me enloquecí y me puse a besar los escalones por donde había salido. No te enojes.
Shirley había estado a punto de acariciarle la nuca al hombre que se secaba con el resplandor jediondo de la sábana y se ovilló sonriendo:
-Date vuelta, papito. ¿Nunca pensaste que yo tengo trucha de Virgen de iglesia?
-Claro. A mí las que me cagaron la vida fueron ustedes.
-¿Y esta trucha te gusta? -desempozó un odio de fosforecencia jurásica la muchacha, señalando un grumo barroso caído del último condón. -¿Nunca pensaste que Satanás está atrás del altar, grado 5?
-Tranqui, pitufa. Yo ya tengo que irme. Te juro que me aliviaste.
-Mirá que estas curaciones valen otros cien dólares.



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