8 LA PRIMERA ERECCIÓN / EL ATAQUE
Isabelino Pena contó por qué había viajado a Santa María y Onetti se secó los lentes y guardó el revólver:
-Yo aparecí, nomás. Y me tuve que encontrar con la bella y la bestia en la estación. Ana María me mira como si fuera el Señor de la Paciencia y Lázaro me confunde con Linacero. Pobre Juan Carr.
-¿Cuándo te dio el jazmín?
-Anteayer. Y fue ella la que me enamoró. Esta vez soy más inocente que Caperucita en la cabaña de Capurro.
-Pero no creés en la inmortalidad del jazmín.
-Yo qué sé lo que creo. Este vino es buenísimo. Probalo, por lo menos. Lo pisotearon los callos progresistas.
-Apártate de mí, Satanás.
Y de golpe se me desenrosca una erección espantosa y siento que la damajuana y las tres botellas de JB son Cleopatras desnudas.
-¿Sabés que me zampé Fiesta y Adiós en dos días y me acordé de Jung y del análisis que me hizo en París de La cara de la desgracia? -pareció recomponerle la energía vertebral el tinto negro a Onetti: -Acá sale dos más dos: Brett es el alma emputecida de Hemingway y Catherine el alma muerta. ¿Te acordás cuándo la mata?
-Cuando el teniente ejecuta al soldado en la retirada.
-Lástima que la retirada le quedó horriblemente larga. Uno casi se olvida. ¿De veras no te tomás una copa?
-¿De veras no te apartás, Satanás?
Y ahora me cubro la entrepierna con el farol de soda para que no se dé cuenta que estoy mojado igual que un adolescente en el cine Hindú.
-A mí siempre me dieron bronca esas interpretaciones de Freud y de Jung -se sentó en la cama el hombre-caballo y recién al volver del baño chistó: -Aunque está clavado que Hemingway perdió el alma forever. En Por quien doblan las campanas le importa más la gloria que la Bergman. Y en Al otro lado del río Renata es maravillosa pero hay demasiado Hollywood. ¿Te sentís mal?
-Me siento peor que Rimbaud después del balazo, Carr.
-Pobrecito el botija. Y mirá que no le aflojó a los curas ni empalado. Me hizo mal esa biografía. Nadie puede creer el camelo de la hermana de que murió rezando.
-Vos no podrás creer.
Entonces Juan se arrodilla frente al lambriz y acaricia los versos que hay tachuelados abajo del cuadro del pescadito rojo: Hacia la fuente de noche y de olvido / Francisca Sánchez acompañamé.
-Nunca pude soportar la historia de Rimbaud. Y ayer me dio un ataque mucho peor que el de la falta de nombre en Madrid.
El hombre montañosamente calvo se despatarró boca arriba y de golpe sacó el revólver y le revisó las balas como si manejara un rosario:
-Jung entendió la cosa. Pero yo resucito a mi alma cuando quiero. Y lo peor es que ahora quisiera casarme de verdad.
-¿Con la Malabia?
-Incipit vita nova. Y además se me terminó el hambre de los canallas, te juro. Me la imagino de quince años y sigo sintiendo que no tiene cuerpo.
-Qué hermoso.
-El asunto es cómo coño me caso con Anita.
-Tené fe.
-Tengo miedo. En el ataque de ayer me crecieron unos ojazos de mosca y en cada celda celeste había una vida breve. Dolly es la única mujer-mujer que tuve. Me parece que estoy al borde de otro ataque.
-Calmate.
-¿Sabés por qué son celestes las colmenas? Porque tienen la luz de Rimbaud. Precisaría ver con urgencia a Díaz Grey.
-Bueno, voy a buscarlo.
-Rápido.
-Tené fe. Estás en la ciudad de los chivos.
Ahora afloja la erección y le saco el revólver por las dudas:
-Tratá de rezar el Ave María hasta la mitad para que termine en Jesús y no en muerte.
-¿Y qué te pensás que estoy haciendo, hermano?
Isabelino Pena contó por qué había viajado a Santa María y Onetti se secó los lentes y guardó el revólver:
-Yo aparecí, nomás. Y me tuve que encontrar con la bella y la bestia en la estación. Ana María me mira como si fuera el Señor de la Paciencia y Lázaro me confunde con Linacero. Pobre Juan Carr.
-¿Cuándo te dio el jazmín?
-Anteayer. Y fue ella la que me enamoró. Esta vez soy más inocente que Caperucita en la cabaña de Capurro.
-Pero no creés en la inmortalidad del jazmín.
-Yo qué sé lo que creo. Este vino es buenísimo. Probalo, por lo menos. Lo pisotearon los callos progresistas.
-Apártate de mí, Satanás.
Y de golpe se me desenrosca una erección espantosa y siento que la damajuana y las tres botellas de JB son Cleopatras desnudas.
-¿Sabés que me zampé Fiesta y Adiós en dos días y me acordé de Jung y del análisis que me hizo en París de La cara de la desgracia? -pareció recomponerle la energía vertebral el tinto negro a Onetti: -Acá sale dos más dos: Brett es el alma emputecida de Hemingway y Catherine el alma muerta. ¿Te acordás cuándo la mata?
-Cuando el teniente ejecuta al soldado en la retirada.
-Lástima que la retirada le quedó horriblemente larga. Uno casi se olvida. ¿De veras no te tomás una copa?
-¿De veras no te apartás, Satanás?
Y ahora me cubro la entrepierna con el farol de soda para que no se dé cuenta que estoy mojado igual que un adolescente en el cine Hindú.
-A mí siempre me dieron bronca esas interpretaciones de Freud y de Jung -se sentó en la cama el hombre-caballo y recién al volver del baño chistó: -Aunque está clavado que Hemingway perdió el alma forever. En Por quien doblan las campanas le importa más la gloria que la Bergman. Y en Al otro lado del río Renata es maravillosa pero hay demasiado Hollywood. ¿Te sentís mal?
-Me siento peor que Rimbaud después del balazo, Carr.
-Pobrecito el botija. Y mirá que no le aflojó a los curas ni empalado. Me hizo mal esa biografía. Nadie puede creer el camelo de la hermana de que murió rezando.
-Vos no podrás creer.
Entonces Juan se arrodilla frente al lambriz y acaricia los versos que hay tachuelados abajo del cuadro del pescadito rojo: Hacia la fuente de noche y de olvido / Francisca Sánchez acompañamé.
-Nunca pude soportar la historia de Rimbaud. Y ayer me dio un ataque mucho peor que el de la falta de nombre en Madrid.
El hombre montañosamente calvo se despatarró boca arriba y de golpe sacó el revólver y le revisó las balas como si manejara un rosario:
-Jung entendió la cosa. Pero yo resucito a mi alma cuando quiero. Y lo peor es que ahora quisiera casarme de verdad.
-¿Con la Malabia?
-Incipit vita nova. Y además se me terminó el hambre de los canallas, te juro. Me la imagino de quince años y sigo sintiendo que no tiene cuerpo.
-Qué hermoso.
-El asunto es cómo coño me caso con Anita.
-Tené fe.
-Tengo miedo. En el ataque de ayer me crecieron unos ojazos de mosca y en cada celda celeste había una vida breve. Dolly es la única mujer-mujer que tuve. Me parece que estoy al borde de otro ataque.
-Calmate.
-¿Sabés por qué son celestes las colmenas? Porque tienen la luz de Rimbaud. Precisaría ver con urgencia a Díaz Grey.
-Bueno, voy a buscarlo.
-Rápido.
-Tené fe. Estás en la ciudad de los chivos.
Ahora afloja la erección y le saco el revólver por las dudas:
-Tratá de rezar el Ave María hasta la mitad para que termine en Jesús y no en muerte.
-¿Y qué te pensás que estoy haciendo, hermano?
9 LA VACIEDAD / LA ITALIANA
Isabelino Pena subió al Fregate de Díaz Grey y explicó:
-Se llama Eladio Linacero. Es un escritor uruguayo que vivió muchos años en la Colonia Suiza y fue amigo del padre Bergner y de Larsen.
-Raro que no lo haya sentido nombrar -bosteza lacrimosamente el médico que acaba de interrumpir un solitario y La pasión según San Juan para entrajetarse de azul: -Es un privilegio atender a alguien con vértigo rimbaudiano. ¿Será pedante regalarle Para una tumba sin nombre?
-De ninguna manera. ¿Y qué piensa hacerle escuchar?
-El cuarto movimiento de La italiana de Mendelssohn. ¿Está muy borracho?
-El problema es la superlucidez, no el alcohol. Quiere casarse con Anita Malabia. Una boda mística, claro.
-Comprendo. Pero para eso hay que estar a la altura del Señor de la Paciencia. Y no querer ser Él.
-Eso lo tiene claro.
-Entonces hay esperanza.
Cuando llegaron al rascacielos Isabelino Pena cargó la caja del tocadiscos y el médico sondeó las luciérnagas de las lanchas con dulzona indolencia:
-Es la primera vez que llevo música a domicilio. El otro día traté de curarle la vaciedad sociologista en el consultorio a un profesor de literatura, Paulo Rocco. Uruguayo, también. Y se alivió mucho escuchando el quinteto en Do de Schubert, pero al salir ya se había idiotizado otra vez y comentó: Lástima que un romántico tan irremisiblemente ingenuo y equivocado esté tan lleno de vida y de arte.
-El mundo está lleno de sabios que no saben nada, pero como Francia y el Uruguay no hay.
Onetti se sacó el pañuelo muy blanco de la cara para contemplar a Díaz Grey con humildad y orgullo:
-Disculpe la hora, doctor. Pero siento como si me hubieran amputado la pierna que baila.
Y de golpe me doy cuenta que los versos de Darío están sustituidos por dos líneas menos temblorosas que infantiles:
-Tu mano en el altar: / no hay más jazmín que eso.
-Su amigo me contó lo de los ojos-colmenas facetados con vidas breves -enchufó el tocadiscos y sacó del portafolios la sinfonía de Mendelssohn el hombre apenas rengo.
-Un psiquiatra católico muy inteligente que me atendió una vez en Montevideo diría que esto es locura degenerada -manotea los cigarrillos Juan: -Como la paranoia final de Hemingway, que pensaba que el FBI lo perseguía por corromper nenas.
Díaz Grey hojeó la biografía de Enid Starkie y demoró en diagnosticar:
-Es falta de paciencia. Pero si usted escribe y conoce los espejismos que desesperaron a este chico sabe que la magia negra no paga. Moraleja de policial barata. ¿Vamos a escuchar algo?
Y me hace una seña y me acuerdo que tengo que encajar la púa en el último surco.
-Voilà. Ahora le pido que se concentre en los colores de los vientos. No se precisa ser un melómano para levitar tirado en este tapiz. Y usted sabe el trabajo que da hilvanar historias por amor. O por nada.
Lo único que se mezcló con el entramado del Saltarello-Presto fue un gemido de lancha parecido al de un ballenato y al final Onetti desembuchó:
-No hables. Una sola carne. Tiene que ser así, debe ser así porque si no todo el mundo se habría suicidado. Nadie podría aguantarlo. Todos somos inmundos y la inmundicia que traemos desde el nacimiento, hombres y mujeres, se multiplica por la inmundicia del otro, y el asco es insoportable. Como dice mi tío el cura, se necesita el apoyo del amor en Dios, tiene que estar Dios en la cama. Entonces sería distinto, estoy seguro; se puede hacer cualquier cosa con pureza.
Y después de transformarse en un señor coronado de tristísima paciencia agrega:
-Gracias, doctor. ¿Cuánto le debo?
-Me alcanzaría con ganar un lector. Le traje una historieta ambientada en Santa María que acabo de publicar.
-¿No me lo firma?
-No. Fue escrito por puro miedo y sin la menor ambición literaria. Lo único que precisamos es paz.
-No. Lo único que precisamos es la resurrección -sonrió Isabelino Pena.
(continúa próximo martes)
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