por Irene Crespo
Sigourney Weaver (Manhattan, 1949) mide 1,82. En persona, su presencia
impresiona, impone. Es por su altura y también por su carrera, claro. Por haber
sido una pionera en el cine como la teniente Ripley, un papel que logró, cree
ella, precisamente por su altura, plantándole cara a esos aliens encajaba
muy bien y podía crear otro tipo de mujer en pantalla. Una mujer que, 40 años
después, aun es un referente. Y todo por esos centímetros extras con los que la
industria no sabía qué hacer y que han evitado que protagonizara comedias
románticas. Ninguna queja, dice, por lo del romance, pero en más comedias sí
querría participar. Por eso, el pasado mes de octubre estaba feliz en su paso
por el festival Canneseries, invitada por su cameo interpretándose a ella misma
en Call My Agent, la popular serie francesa que destapa los
tejemanejes de las agencias de representantes (estrenada en Cosmo el 13 de
diciembre). Vía Zoom, la altura de madame Weaver impone menos,
pero su inteligente amabilidad desarma en un encuentro un día después de su 71
cumpleaños. «No son 71, ahora prefiero invertirlo, son dix-sept
ans», dice en francés.
¿Se ha visto en alguna situación pensando que era demasiado mayor para
eso?
No, hasta ahora, no. Y creo que gracias a los avances de hoy sobre la
salud, la personas de esta edad estamos en buena forma. Los actores,
probablemente, nos cuidamos incluso más; así que me siento muy fuerte, en
forma… ¡feliz!
La edad no es algo que haya afectado a su carrera, nunca ha dejado de
trabajar.
Intento no creer en esos clichés de que las actrices no trabajan después
de cumplir 40. Pero también creo que tuve suerte porque nunca me vieron como
una actriz de películas románticas, excepto en un par de ocasiones. Siempre me
han ofrecido personajes tridimensionales. Tengo suerte por seguir trabajando y
también estoy muy agradecida de mis elecciones profesionales porque ahora que
estoy haciéndome mayor pienso que esas elecciones me han llevado a un momento
de mi carrera en el que mis opciones son incluso más interesantes que antes. Y
espero que siga así porque, como dice mi personaje en Call My
Agent, estoy más enamorada que nunca de este trabajo.
¿Cómo acabó en Call My Agent?
Soy fan de la serie. Cuando me lo propusieron, estaba en Nueva Escocia,
rodando con Kevin Kline The Good House, y fue la primera vez
en mi vida, y quizá la última, que dije sí sin leer el guion.
Jean Dujardin o Juliette Binoche, que han salido en la serie, decían que
hay que tener sentido del humor para interpretarse a uno mismo.
Estoy de acuerdo, porque no eres tú, es la imagen que la gente tiene de
ti y suele ser un shock descubrir cómo te ve la gente. Aquí me
retratan como una glamurosa y grandísima estrella de cine.
Pero es que usted es una gran estrella de cine.
Bueno, supongo que lo soy en la alfombra roja, pero no en la vida real.
Cambiamos algunas cosas en el guion para que no fueran completamente contrarias
a lo que yo haría; por ejemplo, sobre cómo mi personaje pelea por conseguir que
el actor con el que va a interpretar esa historia de amor sea más joven. Es
algo que también me gustaría que me ocurriera, ya están muy contadas las
historias de enamorados de la misma edad o con un hombre más mayor y una mujer
más joven.
¿Qué relación tiene con sus propios representantes?
Amo a mis agentes, son muy listos, saben cómo leer guiones y somos
amigos, si llamara para pedirles que me encuentren un nuevo marido, o algo así,
me dirían: «No, gracias, no queremos meternos en eso». Y quiero mucho a mi viejo marido,
de todas formas. Durante 25 años tuve un agente que creía que debías proteger
tu vida personal y no convertirte en una adicta al trabajo. Lo repetía mucho y
lo acabé tomando muy en serio [el único parón en su carrera fue cuando tuvo a
su hija en 1990].
¿Si se hubiera interpretado a sí misma hace 30 años habría sido
distinto?
Definitivamente. Hace 30 años era una madre reciente, era una mujer muy
distinta [se ríe]. Y habría sido igual de raro que ha sido ahora, supongo,
aunque llevar esos trajes de Dior y Vuitton fue divertido, en seguida me metía
en ese espíritu de Sigourney, la diva.
Tras tantos años, ¿no tiene manías de gran diva?
Por dios, diva es lo último que querría ser. Debe de implicar tanto
trabajo serlo.
Hace más de 40 años del estreno de Alien y Ripley sigue
siendo un referente. ¿Pensó que llegaría tan lejos?
Siempre fue un personaje distinto, ni los guionistas, ni Ridley [Scott],
ni yo queríamos que fuera una mujer cliché, que fuera por ahí «oh, dios mío».
Fue un shock entonces, aunque creo que ahora hemos avanzado
mucho en cuanto a la situación de las mujeres y, aunque nos queda mucho camino,
cada día mejora.
Dentro de esos avances, ¿qué le parece que el Festival de Berlín haya
sustituido las categorías de mejor actriz y mejor actor por la de mejor
interpretación?
Es genial, debería haber pasado hace mucho tiempo. Enriquece el negocio
e invita a todos a esta fiesta.
¿Cómo ha llevado este año?
Por suerte estaba con mi marido y mi hija, los tres acabábamos de volver
del Festival de Berlín, precisamente. Soy neoyorquina, y nos quedamos en la
ciudad. Yo creo que esto ha sido una oportunidad de darle al pause y
pensar hacia dónde íbamos. Si hemos podido cambiar nuestro comportamiento por
la covid, podemos cambiarlo igual de rápido para proteger el planeta y
cuidarnos mejor.
¿Siente miedo sobre el futuro del cine?
Mi padre inventó la tele en vivo y fue un pionero en la televisión por
cable, siempre le decían que mataría al cine. Pero él siempre supo que eso no
ocurriría, es justo al contrario, cuanto más formatos, mejor.
Hace poco decía que solo le ofrecían personajes malos, ¿por qué es así?
Me encanta hacer de gente terrible. Me dan muchos papeles así porque no me da miedo que el público piense que puedo que ser así de mala. No debes interpretar a alguien agradable todo el rato, hay que sacar la parte fea de la gente y encontrar el oro en ella también. Eso es lo divertido de ser actriz.
(EL PAÍS / 12-12-2020)
No hay comentarios:
Publicar un comentario