El llanto de las mandrágoras
Peña del Abandono, ubicación sin revelar.
Las mandrágoras son, en principio, amorosas. Seres complejos que pugnan por
ganar territorio, y que en estas batallas demuestran un aspecto afectivo, pues
los espacios que consiguen en su lucha sirven para consolidar un nido de amor,
un tálamo vegetal al calor de las frondas vecinas. Plinio Apuleyo en uno de sus
tratados más misteriosos y menos reconocidos, De botánica y erotismo, describe sus aproximaciones a dicha especie
con expresiones de admiración. Estoy convencido de que arribamos a las tierras
que Plinio visitó en sus numerosos viajes, donde se encontró con la planta.
Atzabel (un misterioso alquimista que se anexó a la expedición cuando compramos
la fragata), comprobó por accidente la monogamia de las mandrágoras: al
levantar un pedazo de esta tierra húmeda y fértil (no mayor a una vara
cuadrada) pudo evidenciar cómo las raíces de estos seres se agitaban en un
ritmo frenético. Nos dimos cuenta de que a pesar de ese amasijo de raíces que
disfrutaban del contacto entre sus tallos (deleitándose con roces sutiles o
desesperados), al final las mandrágoras permanecían unidas en parejas,
sujetándose firmemente a una raíz -y sólo a una- que habían escogido, y a la
cual permanecían afianzadas leales a pesar del bullicio aparentemente lascivo
de la comuna.
Entonces todo cambió: dada su oscura naturaleza Atzabel fue capaz de uno de los actos más atroces que he presenciado, pues en un solo movimiento arrancó a una de aquéllas plantas del montículo de tierra. La otra raíz, su compañera, lanzó terribles aullidos de dolor que se prolongaron en llanto. Los ejemplares de esta especie, ahora puedo entenderlo, lloran cuando se ven alejadas de su amante. Reprendí al alquimista con dureza; éste se excusó alegando fines de investigación y ciencia. La pobre planta que subió al barco, frágil, cobró de pronto una forma semihumana dentro de la botella a la que se le confinó. En su raíz enroscada pareció labrarse un rostro triste. Al tercer día de navegación murió, víctima de la depresión. Atzabel vino a mi camarote la tarde de anteayer para confesar cuán apenado estaba por haber roto de forma grosera el sagrado vínculo de las mandrágoras. Presintiendo haber violentado la armonía y el orden de algo inexplicable, el alquimista desapareció anoche aprovechando las olas y la tormenta que arremetieron a la fragata. No sabemos si atribuir su desaparición a un remordimiento suicida o a un destierro voluntario valiéndose de sus artes. Lo cierto es que no volvimos a saber de él. Después del episodio, solidarios con una flora cariñosa, pactamos con sangre desaparecer todo mapa u orientación que permita alguna pista, por insignificante que sea, para encontrar la peña de las mandrágoras. De esta manera evitaremos mayores atrocidades en contra de la pasión y la ternura.
· Del libro Bitácora del eterno navegante (2015)
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