LA FORMA
Nos encontramos ante un arte francamente convencional, una literatura que
en lo que va del siglo se ha mantenido empecinadamente fiel a sus cánones, a
sus asuntos, a su mundo -aun después de haber periclitado este-. En la época
creadora se inventaron o se volvieron a inventar temas y motivos, se adoptaron los
lenguajes posibles, las formas posibles. Y se cerró la puerta. Creadores y
público se obstinaron con inveterado amor en el tango de antes’, aunque fuera
de diez o quince años antes. Costó mucho, tanto en materia de letras como de
música, innovar radicalmente. Y aun entonces, junto a lo nuevo pervivió, joven
y vigoroso -en casos, renovado-, y más querido cada vez, lo viejo.
Se alimenta así una cerrada y poderosa tradición que a través de los años
mantiene vivos y recurrentes sus asuntos, que reitera personajes, situaciones,
frases, que hace posible que un autor moderno como Expósito se dirija treinta
años después en Percal a la misma muchacha a quien se dirigía Pascual Contursi
en Flor de fango, el segundo tango que grabó Gardel.
Más adelante, después del repaso de la mayor parte de los motivos, se podrá
consultar la ilustrativa lista de los elementos que convencionalmente los
integran. Es asombroso cómo, manejando los mismos elementos, usándolos de una
manera casi formularia se pueden haber dado una y otra vez productos nuevos, en
el sentido de que no son un plagio o una repetición, de que no remiten a sus
antecesores, de que lo dicen como por primera vez.
Además, aunque parezca contradictorio, el tango es convencional dentro de
una rotunda originalidad. No sé si se ha estimado en lo que vale el resuelto
acto de creación que significó entonces. Basta compararlo con otros cancioneros
ciudadanos, como la canción francesa o la italiana, compararlo con la canción gauchesca
que, si bien cantó lo suyo en su propio lenguaje, se movió dentro de los sentimientos
recibidos, de personajes aceptados o aceptables y de situaciones usuales. La
originalidad del tango está, en buena medida, en la de sus motivos, en haber
inventado -o vuelto a inventar- algunas de las situaciones típicas de que se
sirve inagotablemente; pero tal creación deriva de una actitud que estuvo en la
base de esa novedad: la de haberse animado a recrear artísticamente su
despreciado mundo con sus propios elementos, en sus propios términos,
estableciendo sus propias normas, sus propias convenciones.
También aparece esa mezcla de originalidad y convenciones en el uso de las formas literarias. No se puede, en cambio, hablar de originalidad con respecto a las estructuras, que buscan moldes comunes y universales.
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