El escritor,
dramaturgo y poeta irlandés sigue siendo una de las voces más conocidas de su
patria. Su agudo sentido del humor y cuidadosa observación del comportamiento
humano siguen siendo vigentes. En el aniversario 120 de su muerte, Arcadia lo
recuerda con uno de sus cuentos.
Una mañana la vieja rata de agua
asomó la cabeza por su agujero. Tenía unos ojos redondos muy vivarachos y unos
largos bigotes grises. Su cola parecía un elástico negro. Unos patitos nadaban
en el estanque, parecidos a una bandada de canarios amarillos, y su madre, toda
blanca con patas rojas, se esforzaba en enseñarles a hundir la cabeza en el
agua.
—Nunca podrán estrenarse en sociedad
si no aprenden a sumergir la cabeza —les decía.
Y les enseñaba de nuevo cómo tenían
que hacerlo. Pero los patitos no prestaban ninguna atención a sus lecciones.
Eran tan jóvenes que no sabían las ventajas que reporta la vida de sociedad.
—¡Qué criaturas más desobedientes!
—exclamó la rata de agua—. ¡Merecerían ahogarse!
—¡No lo quiera Dios! —replicó la
pata—. Todo tiene sus comienzos y nunca es demasiada la paciencia de los
padres.
—¡Ah! No tengo la menor idea de los
sentimientos paternos —dijo la rata de agua—. No soy padre de familia. Jamás me
he casado, ni he pensado en hacerlo. Indudablemente, el amor es una buena cosa
a su manera; pero la amistad vale más. Le aseguro que no conozco en el mundo
nada más noble o más raro que una fiel amistad.
—Y dígame, se lo ruego, ¿qué idea se
forma usted de los deberes de un amigo fiel? —preguntó un pardillo verde que
había escuchado la conversación, posado sobre un sauce retorcido.
—Sí, eso es precisamente lo que
quisiera yo saber —dijo la pata, y nadando hacia el extremo del estanque hundió
la cabeza en el agua para dar ejemplo a sus hijos.
—¡Qué pregunta más tonta! —gritó la
rata de agua—. ¡Como es natural, entiendo por amigo fiel al que me demuestra
fidelidad!
—¿Y qué hará usted en cambio? —dijo
el avecilla columpiándose sobre una ramita plateada y moviendo sus alitas.
—No le comprendo a usted —respondió
la rata de agua.
—Permítame que le cuente una historia
sobre el asunto —dijo el pardillo.
—¿Se refiere a mí esa historia?
—preguntó la rata de agua—. Si es así, la escucharé gustosa, porque a mí me
vuelven loca los cuentos.
—Puede aplicarse a usted —respondió
el pardillo.
Y abriendo las alas, se posó en la
orilla del estanque y contó la historia del amigo fiel.
—Había una vez —empezó el pardillo—
un honrado mozo llamado Hans.
—¿Era un hombre verdaderamente
distinguido? —preguntó la rata de agua.
—No —respondió el pardillo—. No creo
que fuese nada distinguido, excepto por su buen corazón y por su redonda cara
morena y afable.
"Vivía en una humilde casita de
campo y todos los días trabajaba en su jardín. En toda la comarca no había
jardín tan hermoso como el suyo. En él crecían claveles, nomeolvides,
saxifragas, así como rosas de Damasco y rosas amarillas, granates, lilas y oro,
alelíes rojos y blancos.
"Y según se sucedían los meses,
a su tiempo, florecían agavanzos y cardaminas, mejoranas y albahacas
silvestres, velloritas y lirios de Alemania, asfódelos y claveros. Una flor
sustituía a otra. Por lo cual había siempre cosas bonitas a la vista y olores
agradables que respirar.
"El pequeño Hans tenía muchos
amigos, pero el más íntimo era el gran Hugo, el molinero. Realmente, el rico
molinero era tan allegado al pequeño Hans, que no visitaba nunca su jardín sin
inclinarse sobre los macizos y coger un gran ramo de flores o un buen puñado de
lechugas suculentas o sin llenarse los bolsillos de ciruelas y de cerezas,
según la estación.
"—Los amigos verdaderos lo
comparten todo entre sí —acostumbraba decir el molinero.
"Y el pequeño Hans asentía con
la cabeza, sonriente, sintiéndose orgulloso de tener un amigo que pensaba con
tanta nobleza.
"Algunas veces, sin embargo, el
vecindario encontraba raro que el rico molinero no diese nunca nada a cambio al
pequeño Hans, aunque tuviera cien sacos de harina almacenados en su molino,
seis vacas lecheras y un gran número de ganado lanar; pero Hans no se preocupó
nunca de semejante cosa.
"Nada le encantaba tanto como
oír las bellas cosas que el molinero acostumbraba decir sobre la solidaridad de
los verdaderos amigos.
"Así, pues, el pequeño Hans
cultivaba su jardín. En primavera, en verano y en otoño se sentía muy feliz;
pero cuando llegaba el invierno y no tenía ni frutos ni flores que llevar al
mercado, padecía mucho frío y mucha hambre, acostándose con frecuencia sin
haber comido más que unas peras secas y algunas nueces rancias.
"Además, en invierno se
encontraba muy solo, porque el molinero no iba nunca a verle durante aquella
estación.
"—No está bien que vaya a ver al
pequeño Hans mientras duren las nieves —decía muchas veces el molinero a su
mujer—. Cuando las personas pasan apuros hay que dejarlas solas y no
molestarlas con visitas. Ésa es por lo menos mi opinión sobre la amistad, y
estoy seguro de que es acertada. Por eso esperaré la primavera y entonces iré a
verle; podrá darme un gran cesto de velloritas y eso le alegrará.
"—Eres realmente amable con los
demás —le respondía su mujer, sentada en un cómodo sillón junto a un buen fuego
de leña—. Resulta encantador oírte hablar de la amistad. Estoy segura de que el
cura no diría sobre ella cosas tan bellas como tú, aunque vive en una casa de
tres pisos y lleva un anillo de oro en el meñique.
"—¿Y no podríamos invitar al
pequeño Hans a venir aquí? —preguntaba el hijo del molinero—. Si el pobre Hans
pasa apuros, le daré la mitad de mi sopa y le enseñaré mis conejos blancos.
"—¡Qué bobo eres! —exclamó el
molinero—. Verdaderamente no sé para qué sirve mandarte a la escuela. Parece
que no aprendes nada. Si el pequeño Hans viniese aquí, ¡caramba!, y viera
nuestro buen fuego, nuestra excelente cena y nuestro gran barril de vino tinto
podría sentir envidia. Y la envidia es una cosa terrible que estropea los
mejores caracteres. Realmente, no podría yo sufrir que el carácter de Hans se
estropeara. Soy su mejor amigo, velaré siempre por él y tendré buen cuidado de
no exponerle a ninguna tentación. Además, si Hans viniese aquí, podría pedirme
que le diese un poco de harina fiada, lo cual no puedo hacer. La harina es una
cosa y la amistad es otra, y no deben confundirse. Esas dos palabras se
escriben de un modo diferente y significan cosas muy distintas, como todo el
mundo sabe.
"—¡Qué bien hablas! —dijo la
mujer del molinero sirviéndose un gran vaso de cerveza caliente—. Me siento verdaderamente
como adormecida, lo mismo que en la iglesia.
"—Muchos obran bien —replicó el
molinero—, pero pocos saben hablar bien, lo que prueba que hablar es, con
mucho, la cosa más difícil, así como la más hermosa de las dos.
"Y miró severamente por encima
de la mesa a su hijo que, avergonzado, bajó la cabeza, se puso colorado como un
tomate y empezó a llorar encima de su té."
—¿Ése es el final de la historia?
—preguntó la rata de agua.
—Nada de eso —contestó el pardillo—.
Ése es el comienzo.
—Entonces quiere decir que está usted
muy atrasado con relación a su tiempo —repuso la rata de agua—. Hoy día todo
buen cuentista empieza por el final, prosigue por el comienzo y termina por la
mitad. Es el nuevo método. Así se lo he oído decir a un crítico que se paseaba
alrededor del estanque con un joven. Trataba el asunto magistralmente y estoy
segura de que tenía razón, porque llevaba unas gafas azules y era calvo, y
cuando el joven le hacía alguna observación, contestaba siempre:
"¡Pse!" Pero continúe usted su historia, por favor. Me agrada mucho
el molinero. Yo también encierro toda clase de bellos sentimientos: por eso hay
una gran simpatía entre él y yo.
—¡Bien! —dijo el pardillo, brincando
sobre sus dos patitas—. No bien pasó el invierno, en cuanto las velloritas
empezaron a abrir sus estrellas amarillo pálidas, el molinero dijo a su mujer
que iba a salir y visitar al pequeño Hans.
"—¡Ah, qué buen corazón tienes!
—le gritó su mujer—. Siempre pensando en los demás. No te olvides de llevar el
cesto grande para traer las flores.
"Entonces el molinero ató unas
con otras las aspas del molino con una fuerte cadena de hierro y bajó la colina
con la cesta al brazo.
"—Buenos días, pequeño Hans
—dijo el molinero.
"—Buenos días —contestó Hans,
apoyándose en su azadón y sonriendo con toda su boca.
"—¿Y cómo has pasado el
invierno? —preguntó el molinero.
"—¡Bien, bien!. —repuso Hans—.
Muchas gracias por tu interés. He pasado mis malos ratos, pero ahora ha vuelto
la primavera y me siento casi feliz... Además, mis flores van muy bien.
"—Hemos hablado de ti con mucha
frecuencia este invierno, Hans —prosiguió el molinero—, preguntándonos qué
sería de ti.
"—¡Qué amable eres! —dijo Hans—.
Temí que me hubieras olvidado.
"—Hans, me sorprende oírte
hablar de ese modo —dijo el molinero—. La amistad no olvida nunca. Eso es lo
que tiene de admirable, aunque me temo que no comprendas la poesía de la
amistad... Y entre paréntesis, ¡qué bellas están tus velloritas!
"—Sí, verdaderamente están muy
bellas —dijo Hans—, y es para mí una gran suerte tener tantas. Voy a llevarlas
al mercado, donde las venderé a la hija del burgomaestre, y con ese dinero
compraré otra vez mi carretilla.
"—¿Que comprarás otra vez tu
carretilla? ¿Quieres decir entonces que la has vendido? Has cometido una
tontería.
"—Con toda seguridad, pero el
hecho es —replicó Hans— que me vi obligado a ello. Como sabes, el invierno es
una estación mala para mí y no tenía ningún dinero para comprar pan. Así es que
vendí primero los botones de plata de mi traje de los domingos; luego vendí mi
cadena de plata y después mi flauta. Por último vendí mi carretilla. Pero ahora
voy a rescatarlo todo.
"—Hans —dijo el molinero—, te
daré mi carretilla. No se halla en buen estado. Uno de los lados se ha roto y
están algo torcidos los radios de la rueda, pero a pesar de esto te la daré. Sé
que es muy generoso por mi parte y a mucha gente le parecerá una locura que me
desprenda de ella, pero yo no soy como el resto del mundo. Creo que la
generosidad es la esencia de la amistad, y, además, me he comprado una
carretilla nueva. Sí, puedes estar tranquilo... Te daré mi carretilla.
"—Gracias, eres muy generoso
—dijo el pequeño Hans. Y su amable cara redonda resplandeció de placer—. Puedo
arreglarla fácilmente porque tengo una tabla en mi casa.
"—¡Una tabla! —exclamó el
molinero—. ¡Muy bien! Eso es precisamente lo que necesito para la techumbre de
mi granero. Hay una gran brecha y sé me mojará todo el trigo si no la tapo.
¡Qué oportuno has estado! Realmente es de notar que una buena acción engendra
otra siempre. Te he dado mi carretilla y ahora tú vas a darme tu tabla. Claro
es que la carretilla vale mucho más que la tabla, pero la amistad sincera no
repara nunca en esas cosas. Dame en seguida la tabla y hoy mismo me pondré a la
obra para arreglar mi granero.
"—¡Encantado! —replicó el
pequeño Hans.
"Fue corriendo a su vivienda y
sacó la tabla.
"—No es una tabla muy grande
—dijo el molinero, examinándola—, y me temo que una vez hecho el arreglo de la
techumbre del granero no quedará madera suficiente para el arreglo de la
carretilla, pero, claro, no tengo la culpa de eso... Y ahora, en vista de que
te he dado mi carretilla, estoy seguro de que accederás a darme en cambio unas
flores... Aquí tienes el cesto; procura llenarlo casi por completo.
"—¿Casi por completo? —dijo el
pequeño Hans, bastante afligido, porque el cesto era de grandes dimensiones y
comprendía que si lo llenaba no tendría ya flores para llevar al mercado y
estaba deseando rescatar sus botones de plata.
"—¡Válgame Dios! —respondió el
molinero—, ya que te doy mi carretilla no creí que fuese mucho pedirte unas
cuantas flores. Podré estar equivocado, pero yo me figuré que la amistad, la
verdadera amistad, no puede compartirse con el egoísmo.
"—Mi querido amigo, mi mejor
amigo —protestó el pequeño Hans—, todas las flores de mi jardín están a tu
disposición, porque me importa mucho más tu estimación que mis botones de
plata.
"Y corrió a coger las preciosas
velloritas y a llenar el cesto del molinero.
"—¡Adiós, pequeño Hans! —dijo el
molinero subiendo de nuevo la colina con su tabla al hombro y su gran cesto al
brazo.
"—¡Adiós! —dijo el pequeño Hans.
"Y se puso a cavar alegremente:
¡estaba tan contento de tener otra carretilla!
"A la mañana siguiente, cuando
estaba sujetando unas madreselvas sobre su puerta, oyó la voz del molinero que
le llamaba desde el camino. Entonces saltó de su escalera y corriendo al final
del jardín miró por encima del muro.
"Era el molinero con un gran saco
de harina a su espalda.
"—Pequeño Hans —dijo el
molinero—, ¿querrías llevarme este saco de harina al mercado?
"—¡Oh, lo siento mucho! —dijo
Hans—; pero verdaderamente me encuentro hoy ocupadísimo. Tengo que sujetar
todas mis enredaderas, regar todas mis flores y segar todo mi césped.
"—¡Caramba! —replicó el
molinero—; esperaba que en consideración a que te he dado mi carretilla ibas a
complacerme.
"—¡Oh, sí quiero complacerte!
—protestó el pequeño Hans—. Por nada del mundo dejaría yo de obrar como amigo
tratándose de ti.
"Y fue a coger su gorra y partió
con el gran saco a la espalda.
"Era un día muy caluroso y la
carretera estaba terriblemente polvorienta. Antes de que Hans llegara al hito
que marcaba la sexta milla, se hallaba tan fatigado que tuvo que sentarse a
descansar. Sin embargo, no tardó mucho en continuar animosamente su camino y
por fin llegó al mercado.
"Después de esperar un rato,
vendió el saco de harina a buen precio y regresó a su casa de un tirón, porque
temía encontrarse a algún salteador en el camino si se retrasaba mucho.
"¡Qué día tan duro! —se dijo
Hans al meterse en su cama—. Pero me alegro mucho de haber hecho este favor al
molinero, porque es mi mejor amigo y, además, va a darme su carretilla."
"A la mañana siguiente, muy
temprano, el molinero llegó por el dinero de su saco de harina, pero el pequeño
Hans estaba tan cansado, que aún no se había levantado.
"—¡Palabra! —exclamó el
molinero—. Eres muy perezoso. Cuando pienso que acabo de darte mi carretilla,
creo que podrías trabajar con más ardor. La pereza es un gran vicio y no
quisiera yo que ninguno de mis amigos fuera perezoso o apático. No creas que te
hablo sin consideración. Claro es que no te hablaría así si no fuese amigo
tuyo. Pero, ¿de qué serviría la amistad si no pudiera uno decir claramente lo
que piensa? Todo el mundo puede decir cosas amables y esforzarse en complacer y
halagar, pero un amigo sincero dice cosas desagradables y no teme causar
pesadumbre. Por el contrario, si es un amigo verdadero, lo prefiere, porque sabe
que así hace bien.
"—Lo siento mucho —respondió el
pequeño Hans, restregándose los ojos y quitándose el gorro de dormir—. Pero
estaba tan rendido, que creía haberme acostado hace poco y escuchaba cantar a
los pájaros. ¿No sabes que trabajo siempre mejor cuando he oído cantar a los
pájaros?
"¡Bueno, tanto mejor! —respondió
el molinero dándole una palmada en el hombro—, porque necesito que arregles la
techumbre de mi granero.
"El pequeño Hans tenía gran
necesidad de ir a trabajar a su jardín, porque hacía dos días que no regaba sus
flores, pero no quiso decir que no al molinero, que era un buen amigo para él.
"—¿Crees que no sería amistoso
decirte qué tengo que hacer? —preguntó con voz humilde y tímida.
"—No creí nunca, por cierto
—contestó el molinero—, que fuese mucho pedirte, teniendo en cuenta que acabo
de regalarte mi carretilla, pero claro es que lo haré yo mismo si te niegas.
"—¡Oh, de ningún modo! —exclamó
el pequeño Hans, saltando de su cama.
"Se vistió y fue al granero.
"Trabajó allí durante todo el día
hasta el anochecer, y al ponerse el sol vino el molinero a ver hasta dónde
había llegado.
"—¿Has tapado el boquete del
techo, pequeño Hans? —gritó el molinero con tono alegre.
"—Está casi terminado —respondió
Hans, bajando la escala.
"—¡Ah! —dijo el molinero—. No
hay trabajo más agradable como el que se hace por otro.
"—¡Es un encanto oírte hablar!
—respondió el pequeño Hans, que descansaba secándose la frente—. Es un encanto,
pero temo que nunca llegaré a tener ideas tan hermosas como las tuyas.
"—¡Oh, ya las tendrás! —dijo el
molinero—, pero habrás de tomarte más trabajo. Por ahora no posees más que la
práctica de la amistad. Algún día poseerás también la teoría.
"—¿Crees eso de verdad?
—preguntó el pequeño Hans.
"—Indudablemente —contestó el
molinero—. Y ahora que has arreglado el techo, mejor será que vuelvas a tu casa
a descansar, pues mañana necesito que lleves mis carneros a la montaña.
"El pobre Hans no se atrevió a
protestar, y al día siguiente, al amanecer, el molinero condujo sus carneros
hasta cerca de su casita y Hans se fue con ellos a la montaña. Entre ir y
volver se le fue el día, y cuando regresó estaba tan cansado, que se durmió en
su silla y no se despertó hasta entrada la mañana.
"¡Qué tiempo más delicioso
tendrá mi jardín! —se dijo—, e iba a ponerse a trabajar, pero por un motivo u
otro no tuvo tiempo de echar un vistazo a sus flores; llegaba su amigo el
molinero y le mandaba muy lejos a cumplir recados o le pedía que fuese ayudarle
en el molino. Algunas veces el pequeño Hans se apuraba mucho al pensar que sus
flores creerían que las había olvidado, pero se consolaba pensando que el
molinero era su mejor amigo.
"Además —acostumbraba decirse—,
va a darme su carretilla, lo cual es un acto de puro desprendimiento."
"Y el pequeño Hans trabajaba
para el molinero, y éste decía muchas cosas bellas sobre la amistad, cosas que
Hans copiaba en su libro verde y que releía por la noche, pues era culto.
"Ahora bien; sucedió que una
noche, estando el pequeño Hans sentado junto al fuego, dieron un aldabonazo en
la puerta.
"La noche era negrísima. El
viento soplaba y rugía en torno de la casa de un modo tan terrible, que Hans
pensó al principio si sería el huracán el que sacudía la puerta.
"Pero sonó un segundo golpe y
después un tercero, más violento que los otros.
"Será algún pobre viajero —se
dijo el pequeño Hans y corrió a la puerta.
"El molinero estaba en el umbral
con una linterna en una mano y un grueso garrote en la otra.
"—Querido Hans —gritó el
molinero—, me aflige un gran pesar. Mi hijo se ha caído de una escala,
hiriéndose. Voy a buscar al médico. Pero vive lejos de aquí y la noche es tan
mala, que he pensado que fueses tú en mi lugar. Ya sabes que te doy mi
carretilla. Por eso estaría muy bien que hicieses algo por mí en cambio.
"—Por supuesto —exclamó el
pequeño Hans—, me alegra mucho que se te haya ocurrido venir. Iré en seguida.
Pero debías dejarme tu linterna, porque la noche es tan oscura, que temo caer
en alguna zanja.
"—Lo siento muchísimo —respondió
el molinero—, pero es mi linterna nueva y sería una gran pérdida que le
ocurriese algo.
—¡Bueno!, ¡no hablemos más! Iré sin
ella —dijo el pequeño Hans.
"Se puso su gran capa de pieles,
un gorro colorado muy abrigador, se enrolló su bufanda alrededor del cuello y
partió.
"¡Qué terrible tempestad se
desencadenaba!
"La noche era tan negra, que el
pequeño Hans apenas veía, y el viento, tan fuerte que le costaba gran trabajo
andar.
"Sin embargo, él era muy
animoso, y después de caminar cerca de tres horas, llegó a casa del médico y
llamó a la puerta.
"—¿Quién es? —gritó el doctor,
asomando la cabeza a la ventana de su dormitorio.
"—¡El pequeño Hans, doctor!
"—¿Y qué deseas, pequeño Hans?
"—El hijo del molinero se ha
caído de una escala y se ha herido y es menester que vaya usted en seguida.
"—¡Muy bien! —replicó el doctor.
"Enjaezó en el acto su caballo,
se calzó sus grandes botas y, cogiendo su linterna, bajó la escalera. Se
dirigió a casa del molinero, llevando al pequeño Hans a pie detrás de él.
"Pero la tormenta arreció.
Llovía a torrentes y el pequeño Hans no podía ni ver por dónde iba, ni seguir
al caballo.
"Finalmente, perdió su camino,
estuvo vagando por el páramo, que era un paraje peligroso lleno de hoyos
profundos, cayó en uno de ellos y se ahogó.
"A la mañana siguiente, unos
pastores encontraron su cuerpo flotando en una gran charca y le llevaron a su
choza.
"Todo el mundo asistió al
entierro del pequeño Hans, porque era muy querido. Y el molinero figuró a la
cabeza del duelo.
"—Yo era yo su mejor amigo
—decía el molinero—; justo es que ocupe el sitio de honor.
"Así es que fue a la cabeza del
cortejo con una larga capa negra; de cuando en cuando se enjugaba los ojos con
un gran pañuelo.
"—El pequeño Hans representa
ciertamente una gran pérdida para todos nosotros —dijo el hojalatero una vez
terminados los funerales y cuando la comitiva estuvo cómodamente instalada en
la posada, bebiendo vino dulce y comiendo buenos pasteles.
"—Es una gran pérdida, sobre
todo para mí —contestó el molinero—. En verdad, yo fui lo bastante bueno para
comprometerme a darle mi carretilla y ahora no sé qué hacer con ella. Me
estorba en casa, y está en tan mal estado que, si la vendiera, no sacaría nada.
Les aseguro que de aquí en adelante no daré nada a nadie. Se pagan siempre las
consecuencias de haber sido generoso."
—Y es verdad —replicó la rata de agua
después de una larga pausa.
—¡Bueno! Pues eso es todo dijo el
pardillo.
—¿Y qué fue del molinero? —preguntó
la rata de agua.
—¡Oh! No lo sé realmente —contestó el
pardillo—, y me da lo mismo.
—Es evidente que su carácter no es
nada simpático —dijo la rata de agua.
—Temo que no haya comprendido usted
la moraleja de la historia —replicó el pardillo.
—¿La qué? —gritó la rata de agua.
—La moraleja.
—¿Quieres decir que la historia tiene
una moraleja?
—¡Pues, naturalmente! —afirmó el
pardillo.
—¡Caramba! —dijo la rata con tono
iracundo—. Podía usted habérmelo dicho antes de empezar. De ser así no le
hubiera escuchado, con toda seguridad. Le hubiese dicho indudablemente:
"¡Pse!", como el crítico. Pero aún estoy a tiempo de hacerlo.
Gritó su "¡pse!" a toda voz
y, dando un coletazo, se volvió a su agujero.
—¿Qué le parece a usted la rata de
agua? —preguntó la pata, que llegó chapoteando algunos minutos después—. Tiene
muchas buenas cualidades, pero yo, por mi parte, tengo sentimientos de madre y
no puedo ver a un solterón empedernido sin que se me salten las lágrimas.
—Temo haberle molestado —respondió el
pardillo—. El hecho es que le he contado una historia que tiene su moraleja.
—¡Ah, eso es siempre una cosa
peligrosísima! —dijo la pata.
Y yo comparto absolutamente su opinión.
(ARCADIA / 30-11-2020)
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