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Esperé a que mis padres
se durmieran. Mi padre siempre roncaba mucho. Cuando lo escuché, abrí la
ventana del dormitorio y me deslicé hasta caer sobre los arbustos. Salí
caminando lentamente en la oscuridad y después subí por la calle Longwood,
torcí a la derecha en la 21 y subí la colina por Westview hasta la terminal del
“W”. Pagué el boleto, me senté en fondo del tranvía y prendí un cigarrillo. Si
los amigos de Becker eran tan buenos como el cuento que me había dado para
leer, iba a ser una noche impresionante.
Becker ya había llegado a
la casa de la calle Beacon y sus amigos estaban desayunando. Me los presentó.
Alrededor de la gran mesa estaban Harry, Lana, el Tragón, el Pestoso, el Pájaro
de los Pantanos, Ellis, Cara de Perro y al final el Destripador. Harry era el único,
junto con Becker, que tenía un buen trabajo. Lana era la mujer de Harry y
Tragón -su hijo- estaba sentado en una banqueta alta, Ella era la única mujer
de la reunión. Cuando me la presentaron me miró directamente a los ojos y
sonrió. Todos eran jóvenes, delgados, y fumaban cigarrillos armados.
-Becker nos habló de vos
-dijo Harry. -Dice que sos escritor.
-Tengo una máquina de
escribir.
-¿Vas a escribir sobre
nosotros? -preguntó el Pestoso.
-Prefiero tomar algo.
-Okey. Vamos a hacer un
concurso. ¿Tenés algo de plata? -preguntó el Apestoso.
-Dos dólares…
-Bueno, entonces
apostamos dos dólares. ¡Que cotice todo el mundo! -dijo Harry.
Los dieciocho dólares que
tiraron arriba de la mesa tenían muy buena pinta. Después trajeron una botella
y unos vasitos.
-Becker nos dijo que te
considerás un tipo duro. ¿Sos un duro?
-Claro.
-Bueno, ahora vamos a
verlo…
La luz de la cocina era
muy brillante y sirvieron un whisky amarillo oscuro. Estaba puro y parecía una
delicia. La boca y la garganta se me enloquecieron. Había una radio prendida: “¡Oh,
Jhonny, oh, Jhonny, qué bien cojés!” cantaba alguien.
-¡Hasta el hígado! -dijo
Harry.
Era imposible que yo
perdiera porque podía tomar durante días, aunque nunca había tenido mucha bebida
disponible.
Tragón alzo su vasito
junto con los nuestros y se lo zampó. Todo el mundo se reía y yo no entendía
por qué les resultaba tan divertido ver tomar tanto a un enano, pero no dije
nada.
Harry sirvió otra vuelta.
-¿Leíste mi cuento, Hank?
-preguntó Beccker.
-Sí.
-¿Y qué te pareció?
-Es bueno. Tenés calidad.
Ahora lo que precisás es un poco de suerte.
-¡Hasta el hígado! -dijo Harry.
Zamparnos la segunda
vuelta no fue un problema ni siquiera para Lana.
Harry me miró.
-¿Querés vomitar ahora,
Hank?
-No.
-Bueno. Porque si
quisieras vomitar, tenemos a Cara de Perro para hacerte aguantar.
Cara de Perro era dos
veces más grande que yo. Qué cosa insoportable era estar en el mundo. Siempre
encontrabas al lado tuyo a alguien que podía destrozarte sin darte tiempo a
respirar. Miré a Cara de Perro.
-¡Hola, compañero!
-Compañero tu padre
-contestó. -Lo único que tenés que hacer vos es tomarte tu copa.
Harry volvió a llenar los
vasos, aunque me di cuenta que se salteó el de Tragón. Mientras los levantábamos
Lana se retiró del concurso.
-Mañana alguien tiene que
limpiar todo esto y despertar a Harry para que vaya al trabajo -dijo.
Enseguida que sirvieron
la próxima ronda, se abrió la puerta de sopetón y entró corriendo un muchacho grandote
y pintún.
-¡Carajo, Harry! -dijo.
-¡Tengo que esconderme! ¡Acabo de robar la gasolinera de mierda!
-Mi coche está en el
garage -le contestó Harry. -¡Tirate en el asiento de atrás y quédate ahí!
Después que tomamos apareció
una nueva botella y sirvieron otra vuelta. Los dieciocho dólares seguían allí,
en el centro de la mesa. La única que se había desertado era Lana. Iba a hacer
falta mucho whisky para voltearnos.
-Oíme -le pregunté a
Harry. -¿No te parece que nos vamos a quedar sin bebida?
-Mostrale, Lana…
Ella abrió las puertas
altas de un armario y pude ver varias hileras de botellas de whisky, todas de
la misma marca. Parecía ser el botín de algún robo a un camión, y lo más seguro
es que aquí estaban los miembros de la banda: Harry, Lana, Pájaro de los Pantanos,
Ellis, Cara de Perro, el Destripador, posiblemente Becker y seguramente el muchacho
que se había escondido en el garage, Me sentí orgulloso de estar tomando con
una parte tan activa de la población de Los Angeles. Ahora decidí dedicarle mi
primera novela a Robert Becker, y pensé que iba a ser mejor que “Del tiempo y
el río”.
Harry siguió sirviendo vueltas y nosotros embuchándolas. La cocina ya estaba azulada por el humo.
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