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Sin embargo, lo que más contribuyó a la transformación del LSD de
medicamento en estupefaciente fueron las actividades del Dr. Timothy Leary y de
su entonces colega en la Universidad de Harvard, Cambridge (EE. UU.), Dr.
Richard Alpert. En un capítulo posterior hablaré más extensamente acerca del “apóstol
del LSD” y cofundador del movimiento hippie, Leary, y sobre mi encuentro
con él. En los Estados Unidos también se publicaron libros en lo que se
informaba detalladamente acerca de los defectos fantásticos del LSD. Citemos
aquí únicamente a dos de entre los más importantes: Explorin Inner Space (Explorando
el espacio interior), de Jane Dunlap (Harcout, Brace and World, Inc., Nueva York,
1961), y My self and I (Yo y yo misma), de Constance A. Newland (N. A.
L. Signet Books, Nueva York, 1963). Pese a que en ambos casos el LSD se tomaba
en el marco de un tratamiento psiquiátrico, se trataba de libros de divulgación
que se convirtieron en best-sellers. En su libro, que la editorial
elogiaba en los siguientes términos: “el testimonio íntimo y franco del audaz
experimento de una mujer con la más novedosa droga psiquiátrica, el LSD-25”,
Constance A. Newland relataba con íntima meticulosidad cómo se había curado su
frigidez. Es fácil imaginarse la cantidad de personas que querían probar el
remedio mágico en su propio cuerpo, después de semejantes confesiones. La
opinión errónea, fomentada por aquellos libros, de que bastaría con ingerir LSD
para provocar efectos y cambios mágicos en uno mismo, llevó en poco tiempo a
una amplia difusión de la autoexperimentación con la nueva droga.
Desde luego, también se publicaron libros objetivos, esclarecedores, sobre
el LSD y su problemática, como el excelente escrito del psiquiatra Dr. Sydnel
Cohen, The Beyond Within (El más allá interior), Atheneum, Nueva York,
1967, en el que se remarcan claramente los peligros de un empleo irreflexivo.
Mas no pudieron contener la epidemia de LSD.
Como tales ensayos se realizaban a menudo sin conocerse el efecto profundo,
inquietante e impredecible del LSD, y sin vigilancia médica, no pocas veces
terminaban mal. Con el consumo creciente de LSD en el ámbito de las drogas, se
multiplicaron estos horror trips, experimentos con LSD que conducían a
estados de confusión y pánico, y que conllevaban frecuentes desgracias y hasta
crímenes.
El rápido incremento del consumo no medicinal del LSD a comienzos de los
años sesenta debe atribuirse en parte al hecho de que las leyes sobre
estupefacientes entonces vigentes entonces vigentes no incluían el LSD en la
mayoría de los Estados. Por este motivo, muchos drogadictos cambiaban otros
estupefacientes por el LSD, una sustancia que todavía no era ilegal. Asimismo,
en 1963 caducaron las últimas patentes de Sandoz para la fabricación de LSD,
con lo cual quedaba eliminada otra traba para su producción ilegal.
Para nuestra empresa la difusión de LSD en la escena de las drogas implicó
una sobrecarga de trabajo pesada e infecunda. Laboratorios estatales de
verificación y autoridades sanitarias nos pedían datos sobre las propiedades químicas
y farmacológicas del LSD, sobre su estabilidad y toxicidad, métodos de análisis
para constatar su presencia en muestras de drogas incautadas y en el cuerpo
humano, en la sangre y la orina. Se sumó, además, una voluminosa
correspondencia relacionada con preguntas de todo el mundo sobre accidentes,
intoxicaciones, actos criminales, etc., en el caso de abuso de LSD. Todo ello
significó un manejo amplio, desagradable y no rentable, del que la dirección de
Sandoz tomó displicente conocimiento. Así fue como un día el profesor Stoll,
entonces director general de la empresa, me dijo con un tono de reproche: “Quisiera
que usted nunca hubiera inventado el LSD”.
En aquella época yo mismo solía dudar de si las valiosas cualidades
farmacológicas y psíquicas del LSD compensarían sus peligros y los daños
causados por su abuso. ¿Se convertiría el LSD en una bendición o en una
maldición para la humanidad? Esto me lo preguntaba a menudo cuando me
preocupaba por este hijo de mis desvelos. Mis otros preparados: Methergin,
Dihydergot y Hydergin, no causaban tales dificultades. No son hijos
problemáticos; no tienen propiedades extravagantes que conduzcan al abuso, y se
han convertido felizmente en medicamentos valiosos.
Ya en los años 1964-66 la publicidad en torno al LSD alcanzó su punto culminante, en lo que se refiere tanto a descripciones entusiastas de fanáticos de las drogas y de hippies sobre la acción mágica del LSD, cuanto a informes sobre desgracias, colapsos psíquicos, acciones criminales, homicidios y suicidios bajo los efectos del LSD. Reinaba una verdadera histeria del LSD.
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