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A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI (29) - MARYSE RENAUD

  

1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.

Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola 

 

HISTORIA Y FICCIÓN

 

I. EL IMPACTO DE LA HISTORIA (5)

  

Seguramente, los paréntesis pueden parecer aquí insólitos y hasta extravagantes. Pero su reiterada utilización, así como la extensión de texto abarcada y el lugar estratégico (26) correspondiente a algunos de ellos, como sucede en las últimas líneas de El astillero, alcanzan para demostrar el cumplimiento de una función específica. Hay los que (27) responden al uso común, pero los más audaces -que son concretamente cinco- subrayan la significación del tramo englobado, en lugar de otorgarle una importancia accesoria. Por poco que examinemos con atención sus contenidos, comprobamos en efecto que todos los elementos aparentemente minimizados convergen en la mayor obsesión expresada por El astillero: el ineluctable paso del tiempo. El segundo paréntesis, relativo a los diferentes administradores que se suceden en la dirección de la empresa de Petrus, constituye un excelente ejemplo:

 

(Podrían haber sido cinco seis, en tres años, los gerentes generales, o administradores o técnicos de Jeremías Petrus S.A., que pasaron por Santa María, de regreso de un exilio que ellos no podían sentir como un mero alejamiento de lugares familiares o, por lo menos, susceptibles de ser entendidos y ubicados. No tan distintos, después de todo, emparentados por la pobreza o la miseria agresiva de sus ropas, fantásticas, dispares. (…) Regresaban, en realidad, como sabían todos los que hablaron con ellos y como ellos mismos admitían, de Puerto Astillero, un sitio cualquiera de la costa, con colonos alemanes y rancheríos de mestizos, rodeando, junto con el río, el edificio de Petrus S.A, un cubo gris de cemento desconchado, un abandono que ocupaban formas de hierro herrumbroso. Llegaban de un punto que sólo separaban de Santa María algunos minutos de lancha, poco más de dos horas por el hombre resuelto o desesperado que se forzara, andando, un camino entre alambrados de quintas y montes de sauces. Sus ojos apartándolos de los amables escuchadores de sus cuitas imprecisas y enardecidas por el regreso, los unía, los soldaba para siempre a otros gerentes de jerarquía diversa que habían cruzado en retirada la ciudad y a los que habrían de llegar en el futuro. Eran ojos, miradas, con un destello sorprendentemente duro pero jubiloso. Estaban, los gerentes, de vuelta; agradecían las maderas, las manos, los vidrios que palpaban, las bocas que les hacían preguntas, las sonrisas, las lástimas y los asombros. Pero este júbilo de sus ojos no era el del retorno de un destierro, o no sólo eso. Miraban como si acabaran de resucitar. (28)

 

Los dos siguientes paréntesis también confirman nuestro análisis: el tercero en forma directa, al centrarse en las aberraciones cómicas (29) de la Historia; y el cuarto de un modo más sutil, al sumirnos en el pasado de Larsen. La adoración profesada por el ex-proxeneta a un viejo revólver más decorativo que útil -símbolo de su resplandeciente juventud- se proyecta hacia un glorioso pasado nacional en el que el criollo se sentía fuerte:

 

-De acuerdo -repuso Larsen, mirando siempre el revólver: antes de guardarlo estiró un dedo para acariciar suavemente la base de la culata. (Primero, con las primeras mujeres y los primeros augurios de importancia y peligro disfrutados en glorietas de locales suburbanos, de improvisados y efímeros clubes sociales, recreativos y deportivos, fue una pistola 32, chata, que podía llevarse en el bolsillo de la cintura. Era un amor de adolescencia, cultivado con escobillas, vaselina, y regulares exámenes nocturnos. Vino después una pistola Colt comprada por nada a un conscripto; era pesada, enorme, indomable. También inútil, nunca usada si se exceptúan los almuerzos campestres, los ejercicios de puntería contra lata o un árbol; en mangas de camisa, un cigarrillo humeando a un lado de la boca, un vaso de vermut y caña en la zurda, mientras preparaban el asado. También, en las ocasiones perfectas, un cielo azul interminable, un charret empequeñecido y como inmóvil en el camino, olor a humo y gallinero, algún colono eslavo. Esto en la edad de la madurez, de la máxima hombría, una pistola demasiado grande para la mano, que intentaba hacerlo caminar torcido, que pesaba inolvidable contra las costillas. Sólo buena para mostrar y lucirse oportuna en la hora crepuscular en que languidece el póquer, cuando él daba la pistola a desarmar y, con los ojos vendados, chupando atorado el cigarrillo que alguna mujer le arrimaba, la iba reconstruyendo, ciego, rodeado por un murmullo de amistad y asombro, diestro, gozando de la amorosa memoria de sus dedos, totalmente feliz cuando remataba entre aplausos la proeza atornillando en el mango los trozos de madera con el potrillo rampante. (30)

 

Finalmente, en el quinto y último paréntesis, la imagen heroica de Julio el Pibe, implícitamente asociada a la evocación de la juventud de Larsen desde Juntacadáveres (31), pasará a formar parte de una mitología remota. La muerte domina todo este pasaje, y la ruina definitiva de un destino individual se rodea del ostensible hundimiento de todo un imperio económico: el fin del celoso gerente general y el fracaso de Petrus, el Fundador, se confunden:

 

Cuando pudo ver se miró las manos, contemplaba la formación de las arrugas, la rapidez con que se iban hinchando las venas. Hizo un esfuerzo para torcer la cabeza y estuvo mirando -mientras la lancha arrancaba y corría inclinada y sinuosa hacia el centro del río- la ruina veloz del astillero, el silencioso derrumbe de las paredes. Sorda al estrépito de la embarcación, su colgante oreja pudo discernir aun el susurro del musgo creciendo en los montones de ladrillos y el orín devorando el hierro. (32)

 

De modo que relatar las desventuras de Larsen en Juntacadáveres o en El astillero, significa también asomarse al devenir general de Santa María. Indudablemente, estas dos novelas reanudan el interés por la Historia nacional, ya que a través de la loca tentativa de Larsen puede leerse la idéntica obstinación de una comunidad y de un país entero en levantar cabeza, negando la fatalidad que parece imponer “el edificio gris, cúbico, excesivo en el paisaje llano” y “las letras enormes, carcomida, que apenas susurraban, como un gigante afónico, Jeremías Petrus & Cía.” (33)

 

Notas 

(26) El segundo paréntesis, relativo a la fantasmagórica anécdota de los gerentes de Petrus, se encuentra sintomáticamente ubicado en el corazón de la novela, en el momento donde del encuentro entre Díaz Grey (voz de la sabiduría) y la Larsen (voz de la sinrazón) puede surgir un coletazo liberador o un hundimiento más todavía en la locura. La escena tiene, por tanto, un valor particularmente dramático. En cuanto al último paréntesis, debe subrayarse que si bien genera una aparente incertidumbre, también aporta un cierre perentorio al texto: la muerte señala el fin de la aventura.

(27) Cf. el uso bastante anodino de los paréntesis en las páginas 44, 46, 49, 50, 53, etc.

(28) El astillero, Santa María II, pp, 89-90.

(29) Ibíd., Santa María V, p, 161.

(30) Ibíd., Santa María V, p. 168.

(31) Juntacadáveres, XIV, pp, 126: “No sé cómo se llamaba; el apellido, quiero decir. Se llamaba Julio. No lo vi morir, pero había estado con él unas horas antes, el día antes. Tenía veinticuatro años, era lo mismo: hombres curtidos, hombres que se habían hecho mucho antes de que los polacos vinieran a rematar mujeres en el sótano del Aigion, hombres que eran como ya no quedan, lo tenían por jefe y se llevaban de su consejo. Por aquel tiempo, le hablo de cuando la dictadura, todos andábamos separados, cada cual buscando hundir al compañero por roñerías sin importancia. Los marselleses no, porque es como siempre, a ellos sólo les importaba el negocio y sabían entenderse para defenderlo. Marselleses y judíos y después los polacos que se arrimaron al sol que más calentaba, sin contar que también eran gringos, se explica. Y él era una esperanza para todos nosotros, mayores que él, repito”. (El subrayado es nuestro.)

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