1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la
Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el
apoyo de la Universidad de Poitiers.
Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola
HISTORIA Y FICCIÓN
I. EL IMPACTO DE LA
HISTORIA (5)
Seguramente, los
paréntesis pueden parecer aquí insólitos y hasta extravagantes. Pero su
reiterada utilización, así como la extensión de texto abarcada y el lugar
estratégico (26) correspondiente a algunos de ellos, como sucede en las últimas
líneas de El astillero, alcanzan para demostrar el cumplimiento de una
función específica. Hay los que (27) responden al uso común, pero los más
audaces -que son concretamente cinco- subrayan la significación del tramo
englobado, en lugar de otorgarle una importancia accesoria. Por poco que
examinemos con atención sus contenidos, comprobamos en efecto que todos los
elementos aparentemente minimizados convergen en la mayor obsesión expresada
por El astillero: el ineluctable paso del tiempo. El segundo paréntesis,
relativo a los diferentes administradores que se suceden en la dirección de la
empresa de Petrus, constituye un excelente ejemplo:
(Podrían haber sido cinco
seis, en tres años, los gerentes generales, o administradores o técnicos de
Jeremías Petrus S.A., que pasaron por Santa María, de regreso de un exilio que
ellos no podían sentir como un mero alejamiento de lugares familiares o, por lo
menos, susceptibles de ser entendidos y ubicados. No tan distintos, después de
todo, emparentados por la pobreza o la miseria agresiva de sus ropas,
fantásticas, dispares. (…) Regresaban, en realidad, como sabían todos los que
hablaron con ellos y como ellos mismos admitían, de Puerto Astillero, un sitio
cualquiera de la costa, con colonos alemanes y rancheríos de mestizos,
rodeando, junto con el río, el edificio de Petrus S.A, un cubo gris de cemento
desconchado, un abandono que ocupaban formas de hierro herrumbroso. Llegaban de
un punto que sólo separaban de Santa María algunos minutos de lancha, poco más
de dos horas por el hombre resuelto o desesperado que se forzara, andando, un
camino entre alambrados de quintas y montes de sauces. Sus ojos apartándolos de
los amables escuchadores de sus cuitas imprecisas y enardecidas por el regreso,
los unía, los soldaba para siempre a otros gerentes de jerarquía diversa que
habían cruzado en retirada la ciudad y a los que habrían de llegar en el futuro.
Eran ojos, miradas, con un destello sorprendentemente duro pero jubiloso.
Estaban, los gerentes, de vuelta; agradecían las maderas, las manos, los
vidrios que palpaban, las bocas que les hacían preguntas, las sonrisas, las
lástimas y los asombros. Pero este júbilo de sus ojos no era el del retorno de
un destierro, o no sólo eso. Miraban como si acabaran de resucitar. (28)
Los dos siguientes paréntesis
también confirman nuestro análisis: el tercero en forma directa, al centrarse
en las aberraciones cómicas (29) de la Historia; y el cuarto de un modo más
sutil, al sumirnos en el pasado de Larsen. La adoración profesada por el ex-proxeneta
a un viejo revólver más decorativo que útil -símbolo de su resplandeciente
juventud- se proyecta hacia un glorioso pasado nacional en el que el criollo se
sentía fuerte:
-De acuerdo -repuso
Larsen, mirando siempre el revólver: antes de guardarlo estiró un dedo para
acariciar suavemente la base de la culata. (Primero, con las primeras mujeres y
los primeros augurios de importancia y peligro disfrutados en glorietas de
locales suburbanos, de improvisados y efímeros clubes sociales, recreativos y
deportivos, fue una pistola 32, chata, que podía llevarse en el bolsillo de la
cintura. Era un amor de adolescencia, cultivado con escobillas, vaselina, y
regulares exámenes nocturnos. Vino después una pistola Colt comprada por nada a
un conscripto; era pesada, enorme, indomable. También inútil, nunca usada si se
exceptúan los almuerzos campestres, los ejercicios de puntería contra lata o un
árbol; en mangas de camisa, un cigarrillo humeando a un lado de la boca, un
vaso de vermut y caña en la zurda, mientras preparaban el asado. También, en las
ocasiones perfectas, un cielo azul interminable, un charret empequeñecido y
como inmóvil en el camino, olor a humo y gallinero, algún colono eslavo. Esto
en la edad de la madurez, de la máxima hombría, una pistola demasiado grande
para la mano, que intentaba hacerlo caminar torcido, que pesaba inolvidable
contra las costillas. Sólo buena para mostrar y lucirse oportuna en la hora
crepuscular en que languidece el póquer, cuando él daba la pistola a desarmar
y, con los ojos vendados, chupando atorado el cigarrillo que alguna mujer le
arrimaba, la iba reconstruyendo, ciego, rodeado por un murmullo de amistad y
asombro, diestro, gozando de la amorosa memoria de sus dedos, totalmente feliz
cuando remataba entre aplausos la proeza atornillando en el mango los trozos de
madera con el potrillo rampante. (30)
Finalmente, en el quinto
y último paréntesis, la imagen heroica de Julio el Pibe, implícitamente
asociada a la evocación de la juventud de Larsen desde Juntacadáveres (31),
pasará a formar parte de una mitología remota. La muerte domina todo este
pasaje, y la ruina definitiva de un destino individual se rodea del ostensible
hundimiento de todo un imperio económico: el fin del celoso gerente general y
el fracaso de Petrus, el Fundador, se confunden:
Cuando pudo ver se miró
las manos, contemplaba la formación de las arrugas, la rapidez con que se iban
hinchando las venas. Hizo un esfuerzo para torcer la cabeza y estuvo mirando
-mientras la lancha arrancaba y corría inclinada y sinuosa hacia el centro del
río- la ruina veloz del astillero, el silencioso derrumbe de las paredes. Sorda
al estrépito de la embarcación, su colgante oreja pudo discernir aun el susurro
del musgo creciendo en los montones de ladrillos y el orín devorando el hierro.
(32)
De modo que relatar las
desventuras de Larsen en Juntacadáveres o en El astillero,
significa también asomarse al devenir general de Santa María. Indudablemente, estas
dos novelas reanudan el interés por la Historia nacional, ya que a través de la
loca tentativa de Larsen puede leerse la idéntica obstinación de una comunidad
y de un país entero en levantar cabeza, negando la fatalidad que parece imponer
“el edificio gris, cúbico, excesivo en el paisaje llano” y “las letras enormes,
carcomida, que apenas susurraban, como un gigante afónico, Jeremías Petrus
& Cía.” (33)
Notas
(26) El segundo
paréntesis, relativo a la fantasmagórica anécdota de los gerentes de Petrus, se
encuentra sintomáticamente ubicado en el corazón de la novela, en el momento
donde del encuentro entre Díaz Grey (voz de la sabiduría) y la Larsen (voz de
la sinrazón) puede surgir un coletazo liberador o un hundimiento más todavía en
la locura. La escena tiene, por tanto, un valor particularmente dramático. En
cuanto al último paréntesis, debe subrayarse que si bien genera una aparente
incertidumbre, también aporta un cierre perentorio al texto: la muerte señala
el fin de la aventura.
(27) Cf. el uso bastante
anodino de los paréntesis en las páginas 44, 46, 49, 50, 53, etc.
(28) El astillero,
Santa María II, pp, 89-90.
(29) Ibíd., Santa María
V, p, 161.
(30) Ibíd., Santa María
V, p. 168.
(31) Juntacadáveres, XIV, pp, 126: “No sé cómo se llamaba; el apellido, quiero decir. Se llamaba Julio. No lo vi morir, pero había estado con él unas horas antes, el día antes. Tenía veinticuatro años, era lo mismo: hombres curtidos, hombres que se habían hecho mucho antes de que los polacos vinieran a rematar mujeres en el sótano del Aigion, hombres que eran como ya no quedan, lo tenían por jefe y se llevaban de su consejo. Por aquel tiempo, le hablo de cuando la dictadura, todos andábamos separados, cada cual buscando hundir al compañero por roñerías sin importancia. Los marselleses no, porque es como siempre, a ellos sólo les importaba el negocio y sabían entenderse para defenderlo. Marselleses y judíos y después los polacos que se arrimaron al sol que más calentaba, sin contar que también eran gringos, se explica. Y él era una esperanza para todos nosotros, mayores que él, repito”. (El subrayado es nuestro.)
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