miércoles

ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (72) - MIJAIL. BAJTIN

 3/1) El héroe lítico y el autor. (2)

 

a) La lírica excluye todos los momentos de la expresividad espacial y de la exhaustividad del hombre, no localiza ni delimita al héroe totalmente en el mundo exterior y, por consiguiente, no ofrece la sensación de la finitud del hombre en el mundo (la fraseología romántica acerca de la infinitud del espíritu es sobre todo compatible con los momentos de la forma lírica); luego, la lírica no define ni delimita el movimiento vital de su héroe mediante una fábula acabada y concisa; y, finalmente, la lírica no tiende a la creación de un carácter acabado del héroe, no traza una frontera precisa de la totalidad del alma y de toda la vida interior del héroe (sólo tiene que ver con un momento de este todo, con un episodio del alma). Este primer momento crea la ilusión de autoconservación del héroe y de su postura interior, de su experiencia de la vivencia propia pura, crea la apariencia de que en la lírica sólo se tiene que ver con uno mismo y se actúa para uno mismo, que en la lírica se es solitario pero no poseído, y esta ilusión le facilita al autor la penetración en la mera profundidad del héroe hasta posesionarse de él, para impregnarlo todo por su actividad, el héroe es flexible y se entrega por sí mismo a esa actividad. Por su lado el autor, para posesionarse del héroe en esa su postura interior e íntima, debe reducirse hasta una extraposición rectamente interior con respecto al héroe negándose a utilizar su extraposición espacial y externamente temporal (la extraposición temporal externa es necesaria para una concepción exacta de un argumento acabado) y el excedente de visión externa y de conocimiento relacionado con esa extraposición; el autor debe reducirse hasta una postura puramente valorativa, fuera de la línea de orientación interna del héroe (pero no fuera del hombre total), fuera de su yo en proceso de avance, fuera de su posible actitud pura hacia sí mismo. Así un héroe externamente solitario, en el interior resulta ser valorativamente no solitario; el otro que lo compenetra lo disuade de la actitud valorativa hacia sí mismo y no permite que esa actitud llegue a ser una fuerza única que forme y ordene su vida interior (arrepentirse, suplicar y transgredir a sí mismo), una fuerza que lo entregaría a la finalidad irremediable del acontecimiento único y unitario del ser donde la vida del héroe sólo puede ser expresada en el acto, en un autoinforme objetivo, en la confesión y en la plegaria (la misma confesión y la plegaria en la lírica parecen dirigirse hacia sí mismas, empiezan a ser pacíficamente suficientes, a coincidir alegremente con su existencia pura sin suponer la existencia de nada fuera de sí mismas, en el acontecimiento por venir; la penitencia ya no se acepta en tonos de arrepentimiento sino en tonos de afirmación, la súplica y la necesidad se admiten con cariño sin necesitar una satisfacción real). Así pues, el primer momento de parte del héroe hace evidente su posesionamiento interior por la postura del otro igualmente interna.

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