miércoles

CHARLES BUKOWSKI - JAMÓN Y CENTENO (LA SENDA DEL PERDEDOR) - 79

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En la Universidad conocí nada más que a un solo estudiante que me cayó bien: Robert Becker. Él quería ser escritor.

 

-Aquí pienso aprender todo lo que me puedan enseñar sobre el arte de escribir. Después voy a desmontar completamente ese coche y lo voy a armar de nuevo.

 

-Eso te va a dar demasiado trabajo -dije.

 

-Lo voy a hacer.

 

Becker medía dos o tres centímetros menos que yo, pero era rechoncho y robusto, y tenía los hombros y los brazos muy grandes.

 

-Tuve una enfermedad cuando era chico -me dijo. -Me pasé un año en la cama apretando una pelota de tenis con cada mano. Por eso soy así.

 

Trabajaba como mensajero nocturno y podía pagarse las clases.

 

-¿Cómo conseguiste el trabajo?

 

-Conocí a un tipo que conocía a un tipo.

 

-Yo podría darte una buena paliza.

 

-Puede ser. Pero a mí lo único que me importa es escribir.

 

Estábamos sentados en una sala que quedaba en lo alto del prado, y había dos muchachos mirándome.

 

-¿Te molesta si te pregunto algo? -me dijo uno de ellos.

 

-Dale.

 

-Me acuerdo que en la escuela eras un mariquita y ahora te volviste un duro. ¿Qué te pasó?

 

-No sé.

 

-¿Sos un cínico?

 

-Puede ser.

 

-¿Y te sentís feliz siendo un cínico?

 

-Sí.

 

-¡Entonces no sos un cínico, porque los cínicos no son felices!

 

Y se puso hacer unos pasos de vodevil junto con el otro muchacho y se escaparon riéndose.

 

-Te hicieron jodieron -dijo Becker.

 

-No. Exageraron un poco.

 

-¿Pero sos un cínico?

 

-Soy un infeliz. Creo que si fuera un cínico me sentiría mejor.

 

Las clases se habían terminando y fuimos hasta los casilleros, porque Becker quería guardar sus libros. Entonces me alcanzó cinco o seis hojas y dijo:

 

-Tomá. Leé esto. Es un cuento corto.

 

Yo volví hasta mi casillero, lo abrí y le alcancé una bolsa de papel:

 

-Tomá un trago…

 

Era una botella de oporto.

 

Nos tomamos un trago cada uno.

 

-¿Siempre guardás una botella en el casillero? -me preguntó.

 

-Si puedo.

 

-Esta noche tengo una reunión. ¿Por qué no venís y te presento a alguno de mis amigos?

 

-Es que a mí no me cae muy bien la gente.

 

-Estos tipos son diferentes.

 

-Bueno. ¿Nos vemos en tu casa?

 

-No -escribió algo en un papel. -Esta es la dirección.

 

-¿Y a qué se dedican esos amigos tuyos? -quise saber.

 

-A tomar -dijo Becker.

 

Me guardé el papel en el bolsillo.

 

Esa noche cené y después leí el cuento de Becker. Era bueno y me puse celoso. Contaba cómo una noche le llevó un telegrama en bicicleta a una mujer hermosa. Tenía un estilo objetivo, claro y suavemente pudoroso. Becker reconocía estar influenciado por Thomas Wolfe y le gustaba exagerar como él. Pero los sentimientos que trasmitía su escritura no parecían estar subrayados con letras de neón. Becker sabía escribir mejor que yo.

 

Mis padres me habían conseguido una máquina de escribir y yo traté de hacer algunos cuentos cortos, pero me quedaron cosas amargas y confusas. No eran historias demasiado malas aunque parecían implorar y no tenían una vitalidad propia. Bueno, una o dos me parecían bastante buenas y eran más oscuras y extrañas que las de Becker, pero no servían para nada. Los aciertos aparecían por casualidad y no estaban estructurados desde el principio. Becker era claramente mejor que yo. A lo mejor tenía que dedicarme a la pintura.

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