1ra edición: Editorial Roca Viva / Julio 1996
1º edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2019
VI. AUTISMO
ESPACIO Y TIEMPO EN EL AUTISMO (2)
HÉCTOR GARBARINO
Esta dilución en el
espacio puede ser muy placentera para el yo-Ser, y la encontramos habitualmente
en los creadores, pero hay instancias en que produce una angustia pánica. Esto
sucede cuando el autista está buscando sus límites y ha instalado su yo
corporal o está próximo al mismo, de modo que tiene suficiente yo y cuerpo constituido
como para experimentar la angustia de no Ser. En estas situaciones ya no es
posible disolverse en el espacio retornando a la instancia del Ser sin
experimentar terrible angustia. Allí el niño vivencia el vacío del Ser,
verdadero agujero en la frágil trama del yo-Ser, por donde se escurre la libido
narcisista originando la sensación de muerte psíquica.
El niño autista, por su
percepción sensorial se desenvuelve en un espacio tridimensional, pero en lo
imaginario su cuerpo y su psiquismo constituyen una superficie bidimensional,
superficie que se continúa con las personas y objetos que lo circundan así como
con el espacio exterior.
Se comprende entonces,
que un agujero o una desconexión de esta débil trama bidimensional que lo
constituye, lo sumerja en el vacío infinito del espacio multidimensional. En
diversas y variadas circunstancias se origina esta situación: al percibir su
agujero en un objeto ya que el objeto es él mismo, al romperse una bolsita y
derramándose su contenido, siente que él mismo se derrama, o no puede tirar un
objeto por una ventana porque con el objeto se va él mismo.
En el espacio
bidimensional no limitado en que se halla inmerso el niño, no existen las
oposiciones que instala posteriormente el yo, como adentro-afuera,
animado-desanimado, vida-muerte. masculino-femenino. Esto determina que el autista
ingiera con frecuencia plasticina o papel, facilitado además porque el cuerpo
con límite abierto es un cuerpo desvitalizado ya que la vida exige límites.
Por la misma razón este cuerpo plano, desanimado, en continuidad con los otros cuerpos y objetos, ausentes las representaciones de sí, no se siente como un cuerpo propio, de modo que en los estados de cólera, cuando se irritan con otro, o con las circunstancias adversas que les tocan vivir, muerden su propio cuerpo como si fuera un cuerpo ajeno.
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