miércoles

LA PATRIA Y LA TUMBA (15) Crónica ficcionada del golpe de estado y de la Huelga General - RICARDO AROCENA

 A la memoria de María Cristina Díaz Marrero


Carlos no puede participar del sepelio. Desde la muerte de Ramón Peré está encerrado en la Universidad y la policía no permite que nadie salga ni entre a ella, pero no está inactivo. Todo lo contrario. En el momento en que el local universitario fue cercado había cientos de personas, para aproximadamente la mitad de ellas el encierro no es particularmente un drama, están dispuestos a enfrentar lo que venga. El problema es el resto, que simplemente estaba haciendo trámites, que concurrió a la Universidad a encontrarse con compañeros de su generación o sencillamente para informarse sobre el reinicio de las clases, todo lo cual le plantea a las autoridades y al gremio de estudiantes la necesidad de tranquilizar y organizar a toda esa gente y evitar una tragedia. Para colmo nadie puede aventurar cuánto durará la encerrona, y se producen crisis nerviosas. Cada una de aquellas personas tiene un problema, a algunos los están esperando en sus domicilios, a otros les están faltando medicamentos, otros quieren retornar a sus actividades. Para contemplar todas las situaciones y apaciguar los ánimos, junto a integrantes del gremio estudiantil y de funcionarios, Carlos conversa con todos los que puede. El primer problema planteado desde que fueron rodeados, fue el de darle de comer a tanta gente, máxime teniendo en cuenta que los comestibles no abundan, por eso la noche anterior el gremio estudiantil decidió repartir una muy medida porción de arroz, que a nadie satisfizo y que hizo protestar al Rector, que alegaba que la primera comida debía ser abundante, aunque después faltara. Pero muchos le retrucaron que van a continuar rodeados por lo menos dos semanas. Abrumado por la situación, Carlos recorre el local pensativo, pero es abordado por una mujer de tacos altos, coqueta y bien acicalada. Es María Micaela Rovira, que está furiosa y que le recrimina como si fuera el responsable de lo que está ocurriendo, a duras penas logra calmarla y ella le explica que su marido la espera para viajar en luna de miel a Buenos Aires, como paso previo antes de partir para Europa. Carlos hace un enorme esfuerzo para auto controlarse y piensa que tiene muchas cosas más importantes que hacer que soportar a aquella pituca que no para de hablar mientras menea tentadoramente su tapado de armiño, pero aleja la idea de la cabeza y decide escucharla. Entonces ella amenazante insinúa que está muy vinculada al gobierno, que la dejen hablar con las autoridades policiales que seguramente le permitirán salir del encierro. Armándose de toda la paciencia del mundo Carlos le retruca que hiciera lo que quisiera, pero que duda de que los que rodean a la Universidad le hagan caso, más teniendo en cuenta que están bajo el mando de un individuo inhumano, como lo es el Comisario Castiglioni. Y que no se hace responsable por lo que le pueda suceder, con lo que tranquiliza en parte a la mujer, que no para de protestar que a ella la política no le interesa y que nada estaría ocurriendo si la Universidad se mantuviera al margen de cosas que según ella “no son de su incumbencia”. Carlos intenta explicarle que por el contrario, la Universidad tiene la obligación de pronunciarse cuando están en entredicho las libertades públicas, pero la mujer está lanzada en un nuevo discurso, en el que habla de su estadía en Punta del Este y de los que participaron en su casamiento, entre ellos de Miguel Muñoz…

-¿El hijo del juez? Entonces vos también conocés a Miguel, somos amigos desde la infancia –la interrumpe Carlos.

La mujer queda sorprendida al encontrar puntos en común con aquel “subversivo”. Y Carlos encuentra un tema con el cual calmarla, luego de hablar un rato la convence de que se tranquilice y le promete que ni bien haya una novedad será la primera en ser informada. Al cabo de un rato María Micaela reconoce entre la multitud a una compañera de clase y va tras ella para alegría de Carlos, que exhausto se sienta en unos escalones y cierra los ojos… Piensa en Clara y los niños. Por un segundo le gana el sueño, hasta que una vocecita femenina lo trae a la realidad.

-Perdoná si molesto…. -lo interrumpe una muchacha de unos 25 años, humildemente vestida.

Carlos la mira y le pregunta en qué la puede ayudar.

-Como verás estoy embarazada a término, soy estudiante, vine por un trámite y quedé encerrada. Estoy preocupada por lo que pueda pasar y te quería preguntar si me podés ayudar.

El tono de la muchacha es completamente diferente al de María Micaela. Y Carlos la hace sentar a su lado. Entonces ella le cuenta que vive en La Unión, que ha participado de las protestas y de las reuniones en la Parroquia, que tiene un hermano preso, que la madre y el esposo han de estar preocupados porque desde hace dos días que nada saben de ella, que su parto es inminente. Y Carlos le consigue un lugar adonde descansar, entre sus compañeros hay total consenso de que su situación tiene absoluta prioridad.

***

Mina no sabe muy bien porqué, pero pese al riesgo evidente por haber declarado ante el Juez, y a la violencia que desde siempre ejerció Mario sobre ella, algo muy fuerte la impulsa a verlo y por eso han quedado en encontrarse en el viejo boliche de Ibirocay y Francisco Plá. Nada importa. No importa que Andrea le haya prevenido que no lo haga, que ponga distancia, se siente desamparada y además no tiene adonde ir. La violencia de su pareja la ha vuelto insegura, manipulable y profundamente dependiente en el plano emocional, y justamente por eso, llegada la hora corre a ver a Mario, por quien siente adoración.  En el fondo tiene pánico a perderlo y está convencida que su obligación es luchar para que cambie. Cuando lo ve sentado en torno a una de las mesas, el alma le vuelve al cuerpo. Mario la recibe sonriente, atento, seductor y durante la conversación le promete que va a cambiar. Por eso accede a acompañarlo hasta una casa cercana que el hombre dice que le ha sido prestada por unos amigos. Ni bien entra, la desviste con furia, para luego someterla violentamente, mientras la acosa a preguntas:

-¿Así que me querías abandonar, Negrita…? Mi Negra me quería abandonar… -pregunta y se contesta el hombre…

-Tu negrita está acá… -trata de apaciguarlo Mina, pero Mario no se controla, está rabioso.

-Así que me querías dejar… -dice con tono impertinente Mario, antes de darle vuelta a Mina la cara de un cachetazo, sin por eso dejar de hacerle el amor. Ella lo quiere detener, que cesen los golpes, pero no puede y se pone a llorar. Pero Mario no se inmuta.

-Así que mi negrita no me quiere más –dice el hombre, se da vuelta contra la pared y se pone a llorar, lo que despierta en Mina la necesidad de apoyarlo.

-Vos sos mía. Mía… Mía… Y de noche más… -solloza el hombre.

-Soy tuya. Soy tuya… -intenta tranquilizarlo la muchacha acariciándolo, pero él le toma las manos y con la cara desencajada y los ojos enormes, la interroga, como suele hacerlo con los prisioneros.

-¿Qué chismeaste de mi en el Hospital?

Mina le dice que nada, pero él no le cree, la insulta y recomienza con los sopapos, mientras sube sobre su cuerpo. La tiene aprisionada entre sus brazos y piernas. La tiene a su merced.

-Confesá. Tengo todo el tiempo del mundo. Y no grites que acá nadie te va a escuchar.

-No dije nada… -suplica temblando la mujer.

-Nosotros lo sabemos todo. Yo lo sé todo. Por eso no mientas. Pero quiero que me lo cuentes vos.

Mina se da cuenta de que no está solamente ante una crisis de violencia como han habido tantas. Y lo confirma cuando él le susurra levantándole el pelo, con frialdad.

-A la hija del juez… A esa tal Andrea, la estamos vigilando.

Mario nota el pánico en los ojos de la muchacha. Y lo disfruta.

-Viste como lo sabemos todo. Así que cantá.

La bofetada ahora es más violenta y le dibuja una mancha roja en la cara a Mina.

-Solamente que eras un militar…

-¿Y qué más?

-Que los hermanos Perugorría te habían atacado. Y que vos me defendiste.

Una nueva trompada se superpone a la anterior.

-¿Y qué mas?

-Que pelearon por la plata de una requisa… Y que te amenazaron con contárselo a un Juez Militar.

Mario hunde, iracundo, a la muchacha en el colchón.

-¡De nada tenías que hablar! ¡De nada tenías que hablar! ¿No te quedó claro lo que te dijo el oficial?

Dicho esto Mario solloza sin soltar a la muchacha y repite… ¿qué hiciste?, ¿qué hiciste?, desconsoladamente, mientras estira uno de sus brazos hasta la almohada, para luego ponerla sobre la cara de la muchacha, que aplastada por el cuerpo desnudo de su amante, no puede reaccionar. Al cabo de un tenso forcejeo Mario siente que ella lentamente va cediendo, hasta que lanza un último y agónico quejido. Entonces se recuesta sobre la almohada y repite interminablemente en voz baja:

-Te dije que no tenías nada de qué hablar…

Tal como le había ordenado el Coronel. No podían quedar cabos sueltos y, como siempre, había cumplido. Pero no puede dejar de abrazar el cuerpo inerte de la muchacha y de repetir con congoja:

-Negrita mía. Mi negrita. Te lo pedí. Te lo dije. ¿Por qué no escuchaste? Solamente no tenías que hablar…

9 DE JULIO. Desde que se enteraron hace un par de días de la convocatoria a manifestar el 9 de julio, a las cinco en punto de la tarde, por 18 de Julio, Carolina y Gloria no paran en sus casas. Están dedicadas a organizar a los vecinos de La Teja y Belvedere para que participen. A todos los que visitan les informan que será un acto breve y pacífico, en el cual se cantará el himno y que lo que realmente importa es que no falte nadie, que vaya mucha gente. En las fábricas todos están informados de la medida y solamente van a quedar guardias ocupando, pero Carolina y Gloria quieren asegurarse que también participe gente no organizada, como amas de casa, comerciantes, profesionales, etc. El problema de más difícil resolución, es el del transporte hasta el Centro de Montevideo. Las dos mujeres han conseguido un par de camiones, algunos autos, motos y hasta un carro, pero la mayoría de la gente va a tener que ir a pie; vayan como vayan, se trata de que lo hagan organizadamente, entre otras razones, para controlar que no falte nadie a la hora de volver. Han armado un dispositivo para que en caso de faltar alguna persona, inmediatamente sean comunicados sus familiares y amigos. En las entrevistas convocan a una “contraofensiva popular”, palabras que han leído en un volante y que les ha gustado, pero recorriendo las fábricas, en las asambleas en las que han participado, han escuchado decir que el acto debe ser el cierre de casi dos semanas de lucha, sobre todo porque en algunos gremios, como el del transporte, hay un serio desgaste y de lo que se trata es de replegarse en forma ordenada, como forma de preservar al movimiento sindical para futuras luchas. Gloria y Carolina no entienden demasiado de estas cosas, lo que tienen claro es que no puede faltar nadie a la concentración, y por eso, llegado el día, se levantan temprano y salen a la calle, hay muchos detalles que ajustar. Afuera está nublado y lluvioso, la gente con la que se van encontrando está nerviosa, pero ansiosa de participar. Y eso les alegra el alma hasta que un vecino les informa que está corriendo el rumor de que durante la madrugada fue asesinado otro estudiante cuando pintaba en una pared la consigna “CONSULTA POPULAR”. Carolina se lleva la mano al pecho tan furiosa como impotente y dice ¡pobres padres!, Gloria le responde que ya han hecho todo lo que tenían que hacer y que es mejor volver, para descansar un poco antes de partir para el Centro. Cuando llegan a casa de Gloria es casi mediodía y el cielo está despejado. Por eso, mientras Carolina cocina unos fideos, Gloria aprovecha para colgar la ropa que con el mal tiempo se fue amontonando. Entre las nubes emerge el sol. Luego de tender la ropa, exhausta queda mirando cómo sus rayos de luz hacen brillar las gotas de lluvia que penden de las hojas de los árboles, hasta hacerlas evaporar. Desde la cocina llegan a sus oídos las cacofonías del programa de radio Sarandí, Discodromo Show. Y Gloria piensa que tal vez también lo está escuchando el Tito, porque siempre lo hace:

-¿Cómo estará? ¡Y los niños! ¿Se estarán portando bien?  –se pregunta. Los extraña, los llevó a la casa de los abuelos, para poderse mover con tranquilidad.

La voz de Rubén Castillo la atrapa, al parecer está haciendo un concurso y el ganador será el que acierte el nombre de un poema. La mujer no conoce mucho del tema, pero queda escuchando los versos que se le ocurren hermosos y que hablan de la vida y de la muerte…

“A las cinco en punto de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana a las cinco en punto de la tarde.
Lo demás era muerte y solo muerte a las cinco en punto de la tarde…”

Gloria súbitamente lo comprende y se le iluminan los ojos. Pero le parece que su amiga está manipulando el dial y entra corriendo.

-¡Dejálo, boba! ¡No te das cuenta de que Rubén Castillo está convocando a la manifestación!

Carolina escucha y contesta:

-¡Tenés razón! … pero vamos a apurarnos a comer, que sino no vamos a llegar.

Y las dos mujeres se sientan en torno a la mesa de la cocina, mientras Castillo por la radio repite una y otra vez los conmovedores versos, que esta vez convocan a una manifestación.

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