AUTOR Y PERSONAJE EN LA ACTIVIDAD ESTÉTICA
LA TOTALIDAD TEMPORAL DEL
HÉROE
(el problema del hombre
interior o el alma) / 11
¿En qué consiste mi
seguridad interior que endereza mi espalda, que me hace levantar la cabeza, que
dirige mi mirada hacia adelante? ¿En la dación pura, no completada ni
continuada por el deseo y la tarea? También en este caso, el hecho de ubicarme
delante de mí mismo viene a ser fundamento del orgullo y de la autosuficiencia,
también aquí el centro valorativo de autodeterminación está desplazado hacia el
futuro. Yo no sólo quiero parecer mayor de lo que soy en realidad, sino que en
efecto no puedo ver mi presencia pura, en efecto nunca puedo creer por completo
en que yo sea solamente lo que soy aquí y ahora, yo me completo desde lo
inminente, desde lo debido, desde lo deseado; sólo en el futuro se ubica el
centro real de la definición propia. No importa qué forma más eventual e
ingenua adoptase el deber y el desear, lo que importa es que no estén aquí, ni
en el pasado ni en el presente. Y no importa qué podría lograr yo en el futuro,
el centro de gravedad de la autodefinición siempre se estará moviendo hacia
adelante, hacia el futuro, mientras que yo me apoyaría en lo inminente. Incluso
el orgullo y la autosuficiencia por el presente se completan a cuenta del
futuro (apenas empiezan a manifestarse y en seguida acusan su tendencia a
adelantarse a sí mismos).
Sólo la conciencia de que
en lo más importante de mi persona yo aun no existo, viene a ser el principio
organizador de mi vida desde mi interior (dentro de mi actitud hacia mi
persona). La locura justificada de mi fundamental no-coincidencia como algo
dado determina la forma de mi vida desde mi interior. Yo no acepto mi
presencia; yo creo loca e inefablemente en mi no-coincidencia con este mi ser
interior. Yo no puedo medir mi persona total, diciendo: he aquí yo todo,
y no hay ninguna cosa ni lugar más donde yo exista, yo ya soy plenamente. Aquí
no se trata del hecho de la muerte: yo moriré; se trata del sentido. Yo vivo en
la profundidad de mí mismo gracias a la eterna fe y esperanza de una constante
posibilidad de milagro interior de un nuevo nacimiento. Yo ya puedo ubicar toda
mi vida valorativamente acabada, y sólo desde el exterior puede llegarle una
justificación amorosa, aparte del sentido no logrado. Mientras la vida no se
interrumpa en el tiempo (para mí mismo, la vida se interrumpe, no se concluye)
sigue viviendo desde su interior gracias a la esperanza y la fe en su
no-coincidencia consigo, en su adelantarse semántico con respecto a sí misma;
en eso, la vida es demente desde el punto de vista de su existencia, porque la
fe y la esperanza no están fundamentadas por nada desde el punto de vista de
ser efectivo (en el ser no hay garantía del deber ser, “no hay prenda de los
cielos”) (32) De allí que la fe y la esperanza tengan un carácter de letanía y
de súplica). Dentro de mí mismo, esta locura de la fuerza y la esperanza permanece
como la última palabra de mi vida; desde mi interior y con respecto a mi
dación, sólo la oración y el arrepentimiento acaban en una necesidad (lo último
que mi dación puede hacer es suplicar y arrepentirse; la última palabra de Dios
que llega a nosotros es de salvación o condena). Mi última palabra carece de
toda clase de energías, conclusivas, que afirmen positivamente; es
estéticamente improductiva. Con ella, yo me dirijo fuera de mí mismo y me
entrego a favor del otro (es el sentido de la confesión en el lecho de muerte).
Yo sé que también en el otro la misma locura de no-coincidir fundamentalmente
consigo mismo, el mismo carácter inconcluso de la vida, existen; pero para mí
esta no es su última palabra puesto que no suena como tal para mí: yo me
encuentro fuera de él, y la última y conclusiva palabra me pertenece a mí. Está
condicionada y requerida por mi concreta y plena extraposición con respecto al
otro, por la extraposición espacial, temporal y semántica de la vida del otro
como totalidad, de su orientación valorativa y su responsabilidad. Esta postura
de extraposición hace que no sólo sea posible física, sino también moralmente lo
imposible en sí mismo para uno mismo: la afirmación valorativa y aceptación de
todo el ser dado del otro; la misma no-coincidencia suya con su persona, su
tendencia a ubicarse fuera de sí mismo como algo dado, es decir su correlación
más íntima con el espíritu, es para mí tan sólo una característica de su ser interior; sólo un momento de su
alma dada y existente se concentra para mí en un cuerpo muy fino completamente
abarcable por mi cariño. En este punto externo, yo y el otro nos
encontramos en una contradicción mutua accidental: allí donde el otro se niega a
sí mismo, a su ser-dación, desde su interior, yo, desde mi único lugar en el
acontecer, afirmo y fijo valorativamente mi existencia negada por él, y la
negación misma es para mí tan sólo un momento de su existencia. Aquello que el
otro niega con justicia en su persona, yo lo afirmo y lo conservo también con
toda justicia, con lo cual por primera vez yo concibo su alma en un nuevo plano
de valores. Los centros valorativos de su propia visión de su vida y de mi
visión de su vida no coinciden. En el acontecimiento del ser esta mutua
contradicción valorativa no puede ser eliminada. Nadie puede ocupar una
posición neutral respecto al yo y al otro; el punto de vista
abstractamente cognitivo carece de enfoque valorativo; para obtener una
orientación valorativa, es necesario ocupar el único lugar en el acontecimiento
único del ser, es necesario encarnarse. Toda valoración implica el ocupar una
posición individual en el ser; incluso Dios tuvo que encarnarse para poder
acariciar, sufrir y perdonar, abandonando el abstracto punto de vista de
la justicia. El ser es, de una vez y para siempre, irrevocable entre mí, que
soy único, y todos los demás, que son otros para mí; la posición en el ser está
tomada, y ahora todo acto y toda valoración pueden partir de ella, haciendo de
ella su premisa. Yo soy el único en todo el ser del yo-para-mí, y todos
los demás son otros-para-mí -este es el postulado aparte del cual no
puede existir valoración alguna; fuera de él es imposible para mí el enfoque
del acontecimiento del ser; allí empezó y sigue empezando todo acontecimiento
para mí. Un punto de vista abstracto no conoce ni ve el movimiento del
acontecer del ser, su devenir valorativo aun abierto. En el acontecimiento
único y unitario del ser no se puede ser neutral. Sólo desde mi único lugar puede
aclararse el sentido del acontecimiento en proceso de desarrollo, y cuanto más
intensamente me arraigo en mi lugar, tanto más claro es el sentido.
Notas
(32) Del poema de
Zhukovski “Deseo” (1811; traducido de Schiller): “Cree lo que te dice el
corazón, / no hay prenda del cielo…” Las mismas líneas de Zhukovski son
recordadas por el autor posteriormente en los apuntes Hacia los fundamentos
filosóficos de las ciencias humanas.
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