martes

ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (54) - MIJAIL. BAJTIN


AUTOR Y PERSONAJE EN LA ACTIVIDAD ESTÉTICA

LA TOTALIDAD TEMPORAL DEL HÉROE
(el problema del hombre interior o el alma) / 11

¿En qué consiste mi seguridad interior que endereza mi espalda, que me hace levantar la cabeza, que dirige mi mirada hacia adelante? ¿En la dación pura, no completada ni continuada por el deseo y la tarea? También en este caso, el hecho de ubicarme delante de mí mismo viene a ser fundamento del orgullo y de la autosuficiencia, también aquí el centro valorativo de autodeterminación está desplazado hacia el futuro. Yo no sólo quiero parecer mayor de lo que soy en realidad, sino que en efecto no puedo ver mi presencia pura, en efecto nunca puedo creer por completo en que yo sea solamente lo que soy aquí y ahora, yo me completo desde lo inminente, desde lo debido, desde lo deseado; sólo en el futuro se ubica el centro real de la definición propia. No importa qué forma más eventual e ingenua adoptase el deber y el desear, lo que importa es que no estén aquí, ni en el pasado ni en el presente. Y no importa qué podría lograr yo en el futuro, el centro de gravedad de la autodefinición siempre se estará moviendo hacia adelante, hacia el futuro, mientras que yo me apoyaría en lo inminente. Incluso el orgullo y la autosuficiencia por el presente se completan a cuenta del futuro (apenas empiezan a manifestarse y en seguida acusan su tendencia a adelantarse a sí mismos).

Sólo la conciencia de que en lo más importante de mi persona yo aun no existo, viene a ser el principio organizador de mi vida desde mi interior (dentro de mi actitud hacia mi persona). La locura justificada de mi fundamental no-coincidencia como algo dado determina la forma de mi vida desde mi interior. Yo no acepto mi presencia; yo creo loca e inefablemente en mi no-coincidencia con este mi ser interior. Yo no puedo medir mi persona total, diciendo: he aquí yo todo, y no hay ninguna cosa ni lugar más donde yo exista, yo ya soy plenamente. Aquí no se trata del hecho de la muerte: yo moriré; se trata del sentido. Yo vivo en la profundidad de mí mismo gracias a la eterna fe y esperanza de una constante posibilidad de milagro interior de un nuevo nacimiento. Yo ya puedo ubicar toda mi vida valorativamente acabada, y sólo desde el exterior puede llegarle una justificación amorosa, aparte del sentido no logrado. Mientras la vida no se interrumpa en el tiempo (para mí mismo, la vida se interrumpe, no se concluye) sigue viviendo desde su interior gracias a la esperanza y la fe en su no-coincidencia consigo, en su adelantarse semántico con respecto a sí misma; en eso, la vida es demente desde el punto de vista de su existencia, porque la fe y la esperanza no están fundamentadas por nada desde el punto de vista de ser efectivo (en el ser no hay garantía del deber ser, “no hay prenda de los cielos”) (32) De allí que la fe y la esperanza tengan un carácter de letanía y de súplica). Dentro de mí mismo, esta locura de la fuerza y la esperanza permanece como la última palabra de mi vida; desde mi interior y con respecto a mi dación, sólo la oración y el arrepentimiento acaban en una necesidad (lo último que mi dación puede hacer es suplicar y arrepentirse; la última palabra de Dios que llega a nosotros es de salvación o condena). Mi última palabra carece de toda clase de energías, conclusivas, que afirmen positivamente; es estéticamente improductiva. Con ella, yo me dirijo fuera de mí mismo y me entrego a favor del otro (es el sentido de la confesión en el lecho de muerte). Yo sé que también en el otro la misma locura de no-coincidir fundamentalmente consigo mismo, el mismo carácter inconcluso de la vida, existen; pero para mí esta no es su última palabra puesto que no suena como tal para mí: yo me encuentro fuera de él, y la última y conclusiva palabra me pertenece a mí. Está condicionada y requerida por mi concreta y plena extraposición con respecto al otro, por la extraposición espacial, temporal y semántica de la vida del otro como totalidad, de su orientación valorativa y su responsabilidad. Esta postura de extraposición hace que no sólo sea posible física, sino también moralmente lo imposible en sí mismo para uno mismo: la afirmación valorativa y aceptación de todo el ser dado del otro; la misma no-coincidencia suya con su persona, su tendencia a ubicarse fuera de sí mismo como algo dado, es decir su correlación más íntima con el espíritu, es para mí tan sólo una característica  de su ser interior; sólo un momento de su alma dada y existente se concentra para mí en un cuerpo muy fino completamente abarcable por mi cariño. En este punto externo, yo y el otro nos encontramos en una contradicción mutua accidental: allí donde el otro se niega a sí mismo, a su ser-dación, desde su interior, yo, desde mi único lugar en el acontecer, afirmo y fijo valorativamente mi existencia negada por él, y la negación misma es para mí tan sólo un momento de su existencia. Aquello que el otro niega con justicia en su persona, yo lo afirmo y lo conservo también con toda justicia, con lo cual por primera vez yo concibo su alma en un nuevo plano de valores. Los centros valorativos de su propia visión de su vida y de mi visión de su vida no coinciden. En el acontecimiento del ser esta mutua contradicción valorativa no puede ser eliminada. Nadie puede ocupar una posición neutral respecto al yo y al otro; el punto de vista abstractamente cognitivo carece de enfoque valorativo; para obtener una orientación valorativa, es necesario ocupar el único lugar en el acontecimiento único del ser, es necesario encarnarse. Toda valoración implica el ocupar una posición individual en el ser; incluso Dios tuvo que encarnarse para poder acariciar, sufrir y perdonar, abandonando el abstracto punto de vista de la justicia. El ser es, de una vez y para siempre, irrevocable entre mí, que soy único, y todos los demás, que son otros para mí; la posición en el ser está tomada, y ahora todo acto y toda valoración pueden partir de ella, haciendo de ella su premisa. Yo soy el único en todo el ser del yo-para-mí, y todos los demás son otros-para-mí -este es el postulado aparte del cual no puede existir valoración alguna; fuera de él es imposible para mí el enfoque del acontecimiento del ser; allí empezó y sigue empezando todo acontecimiento para mí. Un punto de vista abstracto no conoce ni ve el movimiento del acontecer del ser, su devenir valorativo aun abierto. En el acontecimiento único y unitario del ser no se puede ser neutral. Sólo desde mi único lugar puede aclararse el sentido del acontecimiento en proceso de desarrollo, y cuanto más intensamente me arraigo en mi lugar, tanto más claro es el sentido.

Notas

(32) Del poema de Zhukovski “Deseo” (1811; traducido de Schiller): “Cree lo que te dice el corazón, / no hay prenda del cielo…” Las mismas líneas de Zhukovski son recordadas por el autor posteriormente en los apuntes Hacia los fundamentos filosóficos de las ciencias humanas.

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