martes

ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (52) - MIJAIL. BAJTIN


LA TOTALIDAD TEMPORAL DEL HÉROE

(el problema del hombre interior o el alma) / 8


El libre albedrío y la actividad son incompatibles con el ritmo. La vida (vivencia, aspiración, acto), vivida en categorías de una libertad moral y de la actividad, no puede cobrar un ritmo. La libertad y la actividad crean el ritmo para un ser éticamente no libre y pasivo. El creador es libre y activo, lo creado no es libre y es pasivo. Es cierto que la no-libertad, la necesidad de una vida marcada por el ritmo, no es una necesidad cognoscitiva mala e indiferente respecto al valor, sino una necesidad bella y donada por el amor. Un ser realizado es un “propósito del despropósito”, el propósito no se elige, no se discute, no hay responsabilidad del propósito; el lugar ocupado por la totalidad estéticamente percibida en el acontecimiento abierto de un ser único y unitario no se discute, no entra en el juego; la totalidad como valor es independiente del futuro riesgoso en el acontecimiento del ser, y en esto no es libre. En este sentido, la libertad ética (el llamado libre albedrío) no es sólo la libertad con respecto a la necesidad cognitiva (causal), sino también con respecto a la necesidad estética; es la libertad de mi acto con respecto al ser en mí: o bien como algo afirmado o bien como no afirmado valorativamente (el ser de la visión artística). En todas partes donde yo soy, soy libre y no me puedo liberar del deber ser; el comprenderse a sí mismo activamente significa iluminarse a sí mismo con un sentido inminente; fuera de mí, este sentido no existe. La actitud hacia uno mismo no puede ser rítmica, no es posible encontrarse a sí mismo en el ritmo. La vida que yo reconozco como mía, en la que me encuentro activamente, no puede ser expresada mediante el ritmo, se avergüenza de este; aquí debe ser interrumpido todo ritmo, esta es la zona de sobriedad y silencio (comenzando por las depresiones de la praxis y llegando hacia las cumbres ético-religiosas). Yo sólo puedo ser poseído por el ritmo; bajo el ritmo, como bajo narcosis, yo no estoy consciente de mí mismo. (La vergüenza del ritmo y de la forma es la raíz de la soledad soberbia y de la oposición al otro que ha transgredido las fronteras y que desea trazar alrededor suyo un círculo infranqueable.)

En la vivencia interior del ser de otro hombre realizada por mí (en el ser activamente vivido en la categoría de otredad), el ser y el deber ser no están disociados ni son hostiles, sino que se relacionan orgánicamente, se encuentran en un mismo plano valorativo; el otro crece en tanto que sentido. Su actividad es heroica y se halaga mediante el ritmo (porque la totalidad del otro para mí puede encontrarse en el pasado, y lo libero justificadamente del deber ser, sólo se opone a mí en mí mismo, en tanto que sea imperativo categórico). El ritmo es posible como una actitud hacia el otro, pero no hacia uno mismo (y aquí no se trata de una imposibilidad de una orientación valorativa); el ritmo aquí representa el abrazo y el beso destinados al tiempo de la vida mortal del otro valorativamente concentrada. Donde hay ritmo, hay dos almas (o, más bien, alma y espíritu), hay dos actividades; una es la que vive la vida y que se hizo pasiva para la otra, que es la que la constituye y ensalza.

A veces yo me enajeno de mí mismo en el plano valorativo, empiezo a vivir en el otro y para el otro, y entonces puedo iniciarme en el ritmo, pero soy éticamente pasivo para mí mismo dentro del ritmo. En la vida yo participo en lo cotidiano, en las costumbres, en la nación, el estado, la humanidad, el mundo de Dios; es allí donde yo vivo valorativamente en el otro y para otros, donde estoy revestido valorativamente de la carne del otro; donde mi vida puede someterse justificadamente a un ritmo (es sobrio el mismo momento de la sujeción), donde yo vivo, aspiro y hablo en el coro de otros. Pero no me canto a mí mismo en este coro y soy activo tan sólo con respecto al otro y pasivo ante la actitud del otro hacia mí, intercambio los dones desinteresadamente; siento en mí el cuerpo y el alma del otro. (Siempre y cuando la finalidad del movimiento o de la acción se encarnen en el otro o se coordinen bajo la acción del otro, en el caso del trabajo común; entonces también mi acción participa en el ritmo, pero yo no lo estoy creando para mí mismo sino que me inicio en el ritmo para el otro.) No es mi naturaleza, sino la naturaleza humana en mí la que puede ser bella, y es el alma humana la que está llena de armonía.

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