martes

CHARLES BUKOWSKI - JAMÓN Y CENTENO (LA SENDA DEL PERDEDOR) - 52


37 (2)

Gene y yo nos habíamos peleado con los puños desnudos un día memorable, desde la 9 de la mañana hasta las 6 de la tarde. Gene peleó muy bien. Yo tenía manos chicas, y eso te exigía pegar con la fuerza del demonio o con la de una especie de boxeador profesional. Yo tenía un poco de las dos cosas, y quedé con el cuerpo lleno de cardenales, los labios hinchados y los dientes flojos. Ahora me tocaba pelear con el muchacho que le había dado una paliza al muchacho que me había dado una paliza a mí.

Gibson giró hacia a la izquierda y hacia la derecha, y después se me vino arriba. Ni siquiera alcancé a verle el puño izquierdo y no sé dónde me pegó, pero con el primer gancho me hizo caer. No me dolió mucho, aunque cuando me levanté pensé en la fuerza que debía tener en la derecha. Había que inventar algo.

Harry Gibson me sorprendió girando hacia mi izquierda, pero pude seguirlo. Ahora el sorprendido era él, y de golpe le estrellé un izquierdazo salvaje en la cabeza. Me sentí muy bien. Después que le pegás una vez a un tipo, le podés seguir dando.

Entonces Gibson me tiró un golpe corto, pero pude esquivarlo agachando la cabeza con una finta muy rápida. Su derecha apenas resbaló sobre mi coronilla y me le abalancé encajándole un golpe de conejo atrás de la oreja. Ahora me sentía un héroe.

-¡Podés voltearlo, Hank! -aulló Gene.

-¡Reventalo, Hank! -chilló Dan.

Traté de meterlo un directo a Gibson pero le erré, y él me encajó una izquierda cruzada en la mandíbula. Eso me hizo ver lucecitas verdes y amarillas y rojas, y enseguida me clavó una derecha en el estómago que pareció llegarme hasta el espinazo. Lo agarré y nos quedamos abrazados, aunque esta vez no tenía miedo y me seguía sintiendo bien.

-¡Te voy a matar, hijo de puta! -le dije.

Después dejamos de boxear y empezamos a pelear cuerpo a cuerpo. Yo recibía golpes potentes y precisos, pero me las arreglaba para devolverle algunos que me hacían sentir muy bien. Cuando más me pegaba, menos me dolía. Tenía las tripas encogidas y aquello me seguía gustando. Hasta que Gene y Dan lograron separarnos.

-¿Qué pasa? -pregunté. -¡No paren la pelea! ¡Le voy a romper el culo!

-Dejate de joder, Hank -dijo Gene. -¡Mirá cómo estás!

Me miré. Tenía la camisa oscura de sangre y hasta se veían las manchitas de pus de algunos granos reventados, cosa que no me había pasado en la pelea con Gene.

-No es nada -dije. -Tuve mala suerte, pero no estoy lastimado. Lo puedo voltear.

-No, Hank -contestó Gene. -Podés terminar todo infectado.

-Bueno, mierda -le dije. -Sáquenme los guantes.

Gene me los desabrochó y me di cuenta de que me temblaban los manos y hasta los brazos, aunque un poco menos. Las escondí en los bolsillos. Dan le sacó los guantes a Harry.

Él me miró.

-Sos bastante bueno, botija.

-Gracias. Bueno, nos vemos, muchachos…

Me fui caminando, mientras me iba sacando las manos de los bolsillos. Cuando llegué a la vereda, me paré para colocarme un cigarrillo en la boca. Lo que no pude fue prender un fósforo, de tanto que temblaban. Levanté un brazo para saludarlos con total indiferencia y seguí caminando.

Cuando llegué a casa me miré al espejo. Tremendo. Me había ido bastante bien.

Me saqué la camisa y la tiré abajo de la cama. Tenía que encontrar una manera de limpiar la sangre. No me sobraban las camisas, y se iban a dar cuenta de que me faltaba una. Pero para mí aquel día fue un éxito, de los que nunca tuve demasiados.

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