jueves

PETER BROOK - EL ESPACIO VACÍO (56) Arte y técnica escénica


EL TEATRO INMEDIATO (7)

Permítaseme una extraña paradoja. Sólo hay una persona tan eficaz como un óptimo director, y es uno pésimo. Sucede a veces que un director es tan malo, tan incapaz de imponer su voluntad, que su falta de habilidad se convierte en factor positivo. Los actores están al borde de la desesperación. Gradualmente su incompetencia levanta un muro entre él y sus intérpretes, y al acercarse la noche del estreno la inseguridad da paso al terror, que deriva en fuerza. En tales circunstancias se ha dado el caso de que en los últimos momentos una compañía ha cobrado fuerza y unidad como por arte de magia, ofreciendo un estreno que ha colmado de elogios al director. De igual modo, quien sustituye a un director despedido suele encontrarse con una tarea fácil. En cierta ocasión reelaboré en una noche el montaje de otro director, y el resultado me proporcionó injusta alabanza. La desesperación había preparado el terreno tan adecuadamente que bastó el toque de un dedo para poner en pie la obra.

Cuando el director parece bastante razonable, bastante estricto, bastante claro para granjearse la confianza parcial de los actores, es facilísimo que el resultado sea un fracaso. Incluso si el actor termina por no estar de acuerdo con algo de lo que se dice, se quita el peso de encima pensando que el director “quizá esté en lo cierto” o, al menos, que es vagamente “responsable” y que de algún modo “salvará la noche” al director la responsabilidad final e impide que se formen las condiciones para la espontánea combustión de una compañía. De quien menos cabe confiar es del director sencillo, modesto, a menudo sumamente agradable.

Es muy posible que se interprete mal lo que acabo de decir. Los directores que no desean ser déspotas se ven a veces tentados a seguir el fatal curso de no hacer nada, de cultivar la no intervención en la creencia de que esa es la única manera de respetar al actor. Desafortunada falacia, ya que sin dirección un grupo es incapaz de alcanzar un coherente resultado en un tiempo determinado. El director no está libre de responsabilidad -es totalmente responsable-, y tampoco está libre del proceso que sigue la obra, sino que es parte de él. De vez en cuando surge algún actor que niega la necesidad del director: los intérpretes pueden desarrollar su trabajo por sí solos. Quizá sea cierto. Pero ¿qué actores? Tendrían que ser criaturas tan desarrolladas que apenas necesitaran los ensayos; leerían el original y en un abrir y cerrar de ojos aparecería la invisible sustancia de la obra plenamente articulada. Como eso es irreal, la función del director consiste en ayudar al grupo a evolucionar hacia esa situación ideal. El director está allí para atacar y ceder, provocar y retirarse, hasta que comience a aflorar la invisible materia. El anti-director desea que el director se aparte desde el primer ensayo; la verdad es que todo director desaparece un poco más tarde, la noche del estreno. Más pronto o más tarde el actor se encuentra solo y el conjunto ha de tomar el mando. La labor directora consiste en captar dónde desea llegar el actor y qué le impide alcanzar sus objetivos. Ningún director impone una manera de actuar. Todo lo más capacita al intérprete a revelar su propio arte, que, sin su ayuda, pudiera quedar oscurecido.

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