martes

PETER BROOK - EL ESPACIO VACÍO (52)


EL TEATRO INMEDIATO (3)


Resulta muy fácil -y ocurre con gran frecuencia- echar a perder la interpretación de un actor debido a un traje inadecuado. El actor al que se pregunta su opinión sobre el boceto de un traje antes de comenzar los ensayos, se encuentra en una posición similar a la del director a quien se pide tomar una decisión antes de estar preparado. Dicho actor aun no ha tenido la experiencia física de su papel y, por lo tanto, su punto de vista es teórico. Si los bocetos son de espléndida imaginación y el traje es hermoso, el actor lo aceptará con entusiasmo; quizá al cabo de unas semanas comprenda que no encaja con lo que él intenta. La labor del escenógrafo se enfrenta a un problema fundamental: qué debe llevar un actor. Un traje no surge de la imaginación del bocetista, sino de las circunstancias ambientales. Pensemos, por ejemplo, en un actor europeo que interpreta un personaje japonés. Por muy bien realizado que esté el traje el actor nunca tendrá el porte de un samurai en una película japonesa. En el ambiente auténtico los detalles son correctos y se relacionan unos con otros; en la copia basada en el estudio de los documentos, inevitablemente hay una serie de compromisos: la tela es más o menos la misma, la hechura es muy semejante y, sin embargo, el actor es incapaz de llevar al traje con la instintiva propiedad de un nativo. Si no podemos presentar satisfactoriamente a un japonés o africano mediante un proceso de imitación, lo mismo cabe decir de lo que llamamos ambientación de “época”. Un actor cuyo trabajo parece auténtico vestido para ensayar, pierde esta integridad cuando lleva una toga copiada de un jarrón del Museo Británico. Los trajes de la vida cotidiana rara vez son una solución y, además, resultan por lo general inadecuados como uniforme para la representación. El teatro , por ejemplo, ha conservado un vestuario ritual interpretativo de extraordinaria belleza, y lo mismo cabe decir de la Iglesia. En la época-barroca existió un “atavío” contemporáneo que fue la base del vestuario teatral u operístico. El baile romántico aun ha sido recientemente mente válida de inspiración para notables escenógrafos como Oliver Messel o Christian Bérard. En la Unión Soviética, las corbatas blancas y los fracs, en desuso en la vida social, siguieron siendo la base de la indumentaria de los músicos, quienes, trajeados así, diferenciaban de manera adecuada y elegante la interpretación del ensayo.

Siempre que comenzamos el montaje de una nueva obra hemos de plantearnos, como si fuera la primera vez, las siguientes preguntas: ¿Qué han de llevar los actores? ¿Hay alguna época implicada en la acción? ¿Qué es una “época”? ¿Cuál es su realidad? ¿Son reales los aspectos que nos proporcionan los documentos? ¿O es más real vuelo de la fantasía y de la imaginación? ¿Cuál es el propósito dramático? ¿Qué es lo que ha de vestirse, qué es lo que debe afirmarse? ¿Qué requiere físicamente el actor? ¿Qué exige el ojo del espectador? ¿Ha de satisfacerse esta exigencia del espectador de manera armoniosa u oponerse de forma dramática? ¿Qué pueden realzar el color y el tejido? ¿Qué pudieran difuminar?

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