1.
DE LA PSICOLOGÍA A LA METAFÍSICA (2)
La
aprehensión de la fuente de este sustrato del ser, indiferenciado pero
particularizado en todas partes, la frustran los mismos órganos para los cuales
debe alcanzarse la aprehensión. Las formas de la sensibilidad y las categorías
del pensamiento humano (2), que son en sí mismas manifestaciones de este poder
(3) limitan a la mente de tal manera que es normalmente imposible no sólo ver,
sino concebir por encima del asombroso espectáculo fenoménico, lleno de color,
fluido e infinitamente variado. La función del ritual y del mito es hacer
posible y luego facilitar el salto, por medio de la analogía. Las formas y
conceptos que la mente y sus sentidos pueden comprender están presentados y
arreglados de tal manera que sugieran una verdad o la amplitud trascendente.
Luego, cuando se han dado las condiciones para la meditación, se deja solo al
individuo. El mito es sólo lo penúltimo, lo último es esa amplitud, ese vacío o
ser, por encima de las categorías, (4) en el cual la mente debe sumergirse sola
y ser disuelta. Por lo tanto, Dios y los dioses sólo son medios convenientes,
en sí mismos, de la naturaleza del mundo de los nombres y las formas, aunque
elocuentes de lo inefable y finalmente conductores a él. Son simplemente
símbolos para mover y despertar a la mente y para sobrepasarla en sí mismos.
(5)
El
cielo, el infierno, la edad mitológica, el Olimpo y todas las otras
habitaciones de los dioses son interpretadas por el psicoanálisis como símbolo
del inconsciente. La clave para los modernos sistemas de interpretación
psicológica es por lo tanto la siguiente: el reino metafísico = el
inconsciente. “Porque -como Jesús lo dice- el reino de Dios está dentro de
vosotros”. (6) Por supuesto, el paso de la superconsciencia al estado
inconsciencia es precisamente el significado de la imagen bíblica de la Caída.
La constricción de la conciencia, a la cual debemos el hecho de que no vemos la
fuente del poder universal, sino sólo las formas fenoménicas que son reflejos
de ese poder, convierte la superconsciencia en inconsciencia y en el mismo
instante y por el mismo hecho, crea el mundo. Este es el gran tema y fórmula del
ciclo cosmogónico, la imagen mítica de la llegada del mundo a la manifestación,
y el subsecuente regreso a la condición de no manifestación. Igualmente, el
nacimiento, la vida y la muerte del individuo, pueden ser consideradas como el
descenso a la inconsciencia y el regreso. El héroe es aquel que, mientras vive,
sabe y representa los llamados de la superconsciencia que a través de la
creación es más o menos inconsciente. La aventura del héroe representa el
momento de su vida en que alcanza la iluminación, el momento nuclear en que,
todavía vivo, encuentra y abre el camino de la luz por encima de los oscuros
muros de nuestra muerte en vida.
Y
así sucede que lo símbolos cósmicos se presentan con el espíritu de una
paradoja sublime que aturde el pensamiento. El reino de Dios está dentro y
también fuera; Dios, sin embargo, no es sino un medio conveniente de despertar
al alma, la princesa dormida. La vida es su sueño y la muerte es su despertar.
El héroe, que despierta su propia alma, no es en sí mismo sino el medio
conveniente de su propia disolución. Dios, aquel que despierta el alma es, por
lo tanto, su propia e inmediata muerte.
Tal
vez el más elocuente símbolo posible de este misterio es el dios crucificado,
el dios que ofrece “su persona a sí mismo”. (7) Leído en un sentido, el
significado es el paso del héroe fenoménico a la superconsciencia: el cuerpo
con sus cinco sentidos -como el Príncipe Cinco Armas adherido al del Cabello
Pegajoso- cuelga de la cruz del conocimiento de la vida y de la muerte, clavado
en cinco lugares (las dos manos, los dos pies y la cabeza coronada de espinas).
(8) Pero también Dios ha descendido voluntariamente y ha tomado para sí mismo
esta fenoménica agonía. Dios asume la vida del hombre y el hombre libera al
Dios de sí mismo en el punto medio de los brazos en cruz de la misma
·coincidencia de los contrarios”, (9), la misma puerta del sol a través de la
cual Dios desciende y el Hombre asciende, cada uno como alimento del otro. (10)
Por
supuesto, el estudioso moderno puede enfocar estos símbolos como lo desee, ya
sea como síntoma de ignorancia de los otros, o como un signo de la propia; ya
sea en términos de una reducción de la metafísica a la psicología o viceversa.
La forma tradicional fue la de meditar en los símbolos en ambos sentidos. De cualquier
modo, son metáforas explícitas del destino del hombre, de su esperanza, de su
fe y de oscuro misterio.
Notas
(2)
Ver Kant, Crítica de la razón pura.
(3)
Sánsacrito: Mäyä-shakti.
(4)
Poor encima de las categorías y, por lo tanto, no definido por ninguno de los
dos contrarios llamados “vacío” y “ser”. Esos términos son sólo claves para la
trascedencia.
(5)
Este reconocimiento de la naturaleza secundaria de la personalidad en cualquier
deidad que se adore es característico de la mayor parte de las tradiciones del
mundo (ver, por ejemplo, supra, p. 168, n. 154). En el cristianismo,
mahometismo y judaísmo, sin embargo, la personalidad de la divinidad se enseña
como final, lo que hace relativamente difícil para los miembros de estas
comunidades entender cómo pueden superarse las limitaciones de su propia
divinidad antropomórfica. El resultado ha sido, por una parte, una general
ofuscación de lo símbolos, y, por otra, un fanatismo sin dios, como jamás se ha
visto en la historia de la religión. Para un estudio del posible origen de esta
aberración, ver Sigmund Freud, Moisés y el monoteísmo, (Obras Completas, ed.
Cit.)
(6)
Lucas, 17: 21.
(7)
Supra, p. 177.
(8) Supra, pp. 85-86.
(9)
Supra, p. 87.
(10)
Supra, p. 46.
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