El sitio de la Mulita (2)
En ciertas circunstancias,
aunque sea la de una flor, aunque sea la del simple pétalo de una flor, asusta
un roce inesperado. Lloraba, pues, lloraba la Mulita, cuando retiró de pronto
el pañuelo y miró, estremeciéndose.
Era que,
-¡Tenga pacencia, este…
no sea ansina! -oyó que le decían.
Y, fogón por medio, bien
iluminado por la franja de sol ahora posada en la banqueta que hacía juego con
la que la Mulita tenía por asiento, el sombrero color café y casi sin uso, al
lado, en el suelo, mirándola con el aire de quien, a su vez, le falta poco para
empezar a llorar, la Mulita vio nada menos que al Aperiá solícito de la noche
anterior. De mirarlo bien, habría percibido que ahora no estaba descalzo, sino
con unas zapatillas viejas aunque esmeradamente recién cortados los flecos de
la suela; y de chiripá sin remiendos, y limpia la camisa blanca, y con prolijidad
anudada en el cuello la golilla de luto, el huérfano. Mas ella no pudo
advertirlo porque entonces, sí, fueron los sollozos; entonces, sí, rodaron
lágrimas. Y entonces surgió otro pañuelo. Pero este, más que pañuelo, simple
trapito sin dobladillo, al cabo de un momento fue introducido con energía en el
bolsillo donde hacía su nido. Y en esfuerzos por dominarse, bastante menores,
sin embargo, de los que hubiera podido suponer porque contribuían a serenarlo
la responsabilidad que le imponían las graves preocupaciones traídas de la
pulpería, el llegado habló:
-¡Usté tiene que
tranquilizarse! ¡Hay mucho que hablar! ¡Séquese esos ojos y sepa que desde
anoche usté… está contando con un amigo!
Como aprobador testigo
sonrió para sí el Aperiá al escuchar sus propias palabras. E inclinándose de nuevo
hacia la que había levantado a medias la cabeza y le estaba fijando, entre
pucheros, los entrecerrados ojillos,
-¿Soy muy poco, noverdá?
-agregó cambiando penosamente de tono. -¡Pero ya vendrán otros mejores, usté va
a ver!
Ella levantó más la
cabeza para contemplar al amigo, cuya imagen le hacían borrosa las gruesas lágrimas
que no se desprendían.
-¡No, señor, usté no es
poco! -dijo con firmeza.
Y se agobió otra vez la
Mulita y juntó sobre el pecho las puntas de su rebozo como si, de afuera,
hubiese llegado un frío.
Bastante dominado ya, el
Aperiá, sin embargo, no sabía cómo empezar a hablar, a comunicar las terribles
cosas que había oído en el mostrador de “La Blanqueada”. Por eso se levantó de
su silla, que volvió a quedar iluminada pues el rayo de sol ocupó el sitio
frente a la Mulita, avivó ese Aperiá el fuego abanicando el rescoldo con una
hoja de palma que evitaba el arrodillarse a soplar, le acercó la caldera y,
mientras el agua hervía, limpió uno de los dos mates que halló sobre la alacena;
aquel que, por cierto brillo en la boca, le hizo ver que era para cebar dulce.
-Desde ayer, quién sabe a
qué horas, usté no ha tomado nada, estoy seguro -decía sin mirarla, ahora de
espaldas-. Y pensó la Mulita, pero no dijo: -¡Cómo se acuerda, él! ¡Cómo está
en todo, el pobre!
-¿Le gusta con mucha azúcar
o con poca?
-Con mucha -respondió
ella, siempre hundida la cabeza pero empezando a sentir como que una sutil
atmósfera la levantaba en peso, con asiento y todo, y dulcemente la mecía.
-¡Ah, sí! ¡Bien me estaba
pareciendo, ahora! Pero anoche… ¡Mire qué lástima! ¡Es que… qué sé yo! Uno se
embarulla… y… ¡Qué cabeza! ¡Anoche, en el velorio, le pude cebar dulce y la
hice tomar amargo! ¡Si usté me lo hubiera dicho…!
-¡Pero valiente! ¡Pero
valiente!
Mientras tanto, con
cuidado de no derramar, él echaba yerba y, haciendo esfuerzos por disimular una
creciente agitación, siguió acariciando con palabras a la que ahora estaba a sus
espaldas. Y sin posarle la vista le decía lo que el destino tenía escrito que
no fuese ya otra cosa que un inasible ensueño suyo.
-Usté siempre va a tener
que decirme lo que le gusta. Conmigo, usté, no tiene que hacer cumplidos, ¡ya
sabe!
Ahora la Mulita estaba
más conforme. Igual a cuando la flor, entre la tierra dura como piedra, empieza
a sentir que le llega agua, así ella iba levantando la cabeza. Y esto, esto,
precisamente, acentuaba la desesperación del Aperiá…
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