EL TEATRO TOSCO (17)
Cuanto más las releemos,
más turbadoras se nos hacen, ya que su aparente precisión se desvanece, dejando
paso a una extraña ambigüedad oculta en la ingenua discordancia. La última
línea, en su significado literal, carece de sentido. ¿Hemos de entender que los
jóvenes no envejecerán o que el mundo dejará de tener ancianos? Cualquiera de
los dos significados parece un débil final para una obra maestra escrita conscientemente.
Sin embargo, si recordamos la actuación de Edgardo, observamos que si bien su
experiencia durante la tormenta corre pareja con la de Lear, no ha forjado en
su interior el intenso cambio sufrido por Lear. Edgardo adquirió fuerza por dos
asesinatos, el de Osvaldo, primero, y después el de su hermano. ¿Qué han
producido en él estos dos crímenes, de qué profunda manera ha experimentado
esta pérdida de inocencia? ¿Sigue con los ojos muy abiertos? ¿Dice en sus palabras
finales que juventud y vejez están limitadas por sus propias definiciones, que
el único modo de ver tanto como Lear es sufrir tanto como Lear, y que entonces,
ipso facto, uno deja de ser joven? Lear vive más que Gloster -en tiempo y en
intensidad- e indudablemente “ve” más que Gloster antes de morir. ¿Desea decir
Edgardo que una experiencia de este orden e intensidad es lo que realmente
significa “vivir mucho”? Si es así, el “ser joven” es un estado con su propia
ceguera, como el del primer Edgardo, y con su propia libertad, como el del
primer Edmundo. La vejez, a su vez, tiene su ceguera y su decadencia. No
obstante, la verdadera visión proviene de una perspicacia de vivir que puede
transformar a los ancianos. Y efectivamente, a lo largo de la obra se muestra
con toda claridad que Lear sufre más y “llega más lejos”. Sin duda su breve
momento de cautividad con Cordelia es un instante de gloria, paz y
reconciliación, y los comentadores cristianos suelen escribir como si este
fuera el final de la historia: claro relato de la ascensión del infierno al
paraíso a través del purgatorio. Por desgracia para este punto de vista la obra
continúa sin piedad, alejándose de la reconciliación. “Nosotros, que somos
jóvenes, no veremos tantas cosas ni viviremos tantos años”.
La fuerza de las turbadoras
palabras de Edgardo -palabras que suenan como una interrogación a medio
formular- radica en la carencia de tono moral. Edgardo no sugiere que la
juventud o la vejez, con el sentido de la vista o con ceguera, sean en modo
alguno superior, inferior, más o menos deseable una que otra. Lo cierto es que
nos vemos obligados a enfrentarnos a una obra que rechaza toda moralización,
una obra que comenzamos ya a no ver como narrativa, sino como un amplio,
complejo y coherente poema diseñado para estudiar el poder y la vaciedad de la
nada. Los aspectos positivos y negativos latentes en el cero. Por lo tanto,
¿qué quiere decir Shakespeare? ¿Qué intenta enseñarnos? ¿Quiere decir que el
sufrimiento ocupa un lugar necesario en la vida y que vale la pena cultivarlo
debido al conocimiento y desarrollo interior que aporta, o bien desea hacernos
entender que la época del inmenso sufrimiento ha acabado y que nuestro papel es
de los eternamente jóvenes? Sabiamente, Shakespeare se niega a contestar. Sin
embargo, nos ha dado su obra, cuyo campo de experiencia es tanto interrogación
como respuesta. Bajo esta luz, la obra se emparenta directamente con los más
excitantes temas de nuestro tiempo: viejos y jóvenes en relación con nuestra
sociedad, nuestras artes, nuestra noción del progreso, el modo de vivir
nuestras vidas. Eso es lo que revelarán los actores si se interesan por la
obra, y eso es lo que nosotros encontraremos si compartimos dicho interés. Los
trajes de época quedarán relegados.
El significado surgirá en
el momento de la representación.
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