La pulpería (29)
-Bueno, caballeros,
nosotros vamos a seguir nuestra fatalidá, como tantos , y espero que la
Justicia no se desquite con ustedes. Comprenderán que si les dejamos sus armas
la policía se las incauta en seguida. Y entonces, antes de nosotros sacar
distancia, ya los tendremos encima. Pero esta tardecita ya pueden salir por su
recuperación. En la tapera de las Garzas, allí las van a encontrar. Y usté…
-agregaba dirigiéndose de lejos al pulpero cuando se interrumpió un instante,
sorprendido, pues el mencionado estaba ahora semejante a quien trata de
disimular que confundió las botellas y se ha tomado un trago de vinagre- …usté cobresé
el gasto. Y con el bastantito que va a sobrar, eche una vuelta general… ¡Ahí va
esto!
En el amplio movimiento
del brazo se le estiró de la mano una raya dorada que surcó el espacio y ya fue
libra esterlina al picar en el mostrador.
Se acomodó el sombrero Don
Juan. Se llevó la mano al nudo de la golilla. Y adelantándose hacia la puerta,
tornó la cabeza.
-¡Hasta más ver,
caballeros!
-¡Buena suerte, Don Juan!
-gritó el viejo Chimango a la vez triste y contento.
Y nadie oyó que el Carancho
roncó:
-Buena suerte, Don Juan,
tenga usté… -Y al pensar en quienes con él irían, enmendó: tenga usté, y
toditos ustedes!
Impacientes por la demora
el Venado y el tuerto Avestruz volvían al salón, cuando ya en el umbral se
toparon con Don Juan quien, sin detenerse, pasó el brazo por sobre el hombro al
gorra de vasco.
-Siento, amigo, que se
haya comprometido por nosotros.
-¡No le dé mérito, señor!
¡Fue un impulso! Cuando quise acordar ya estaba metido en el baile. Pero,
total, no tengo a nadie en el mundo; soy solo. Y al final, la cosa no es para
tanto.
La enramada se conmovió a
la llegada de Don Juan.
-¡Pero, caray! -exclamo
este al advertir que su reciente amigo se había quedado sin caballo-. Me lo han
dejao de a pie, compañero. Va a tener que salir como moza, ¡en ancas!
Rio el Avestruz. Y respondió:
-¡O como combatiente en
un entrevero feo, Don Juan!
La puerta de “La Flor del
Día” se había poblado de curiosos, que eran absolutamente todos los parroquianos
y hasta el Vizcacha pulpero y los dos Charabones dependientes, a quienes se
agregó un viejo Dormilón a pie reciñen salido entre el chilcal, quien se
apresuró a plegarse a la contemplación tan, tan asombrado, que no sabía por
dónde empezar a preguntar.
-¡Mal rayo te parta!
-¿Me habló, patrón?
-¡Salime de adelante! No
es con vos… ¡Don Juan, Don Juan, te me vas con la llave, parece mentira!
Don Juan se enhorquetó de
un salto en su tostado, provocando los remolineos del malacara, del gateado,
del tordillo, del moro ya con sus jinetes arriba. El tuerto Avestruz gorra de
vasco alzó del suelo la tercera bolsa -las otras ya las tenían por delante el
Venado y el Montés- y con recelo de tanta pata, de tanto cogote, impaciente, la
puso sobre la cabecera del tostado de Don Juan, quien le plantó una mano para
sujetarla y, después, alargó el pie izquierdo sin desestribar. También el
izquierdo apoyó en este el Avestruz, y ya quedó sentado en las ancas.
Los ojos hechos dos soles,
el pasito de quien anda entre espinas, el viejo don Lechuzón se adelantó del
grupo de contemplantes a los desabridos gritos de:
-¡Adiós. Don Juan! ¡Le
recomienzo el trabuquito! -que se confundió con el:
-¡Vamos, compañeros -de
Don Juan cerrando piernas.
Y se desató de la
enramada la poderosa energía de las cinco cabalgaduras.
Parecían estar llevar de
la cincha las miradas de los de la pulpería, cuando un grito hizo volver a
estos la cabeza. Es que desde los ahora abiertos postigos de la ventana con
rejas de la pieza llamada “de juego”, la cabeza hundida entre los barrotes y
sacudiendo en vano los que ceñía en cada mano, habiendo sorprendido entre los
que huían a su recluta, el Comisario Tigre había proferido un:
-¡Traidor!-
Que pasó rebotando como
una bala perdida y que, al llegar al grupo en alejamiento, provocó en el
aludido:
-¡Que te recontra!
A las cuadras de los
galopantes se produjo, ahora, una agitación de caballos. Ramoneando ya tranquilos
hacía ratos, alzaron de súbito las cabezas al sentir el tropel que se abría
hacia ellos en abanico y, luego, se cerraba aminorando la carrera hasta reducirlos
a corto trote.
-¡Al lobuno! ¡Al lobuno
del Comisario! -recomendó Don Juan, sofrenando al sonreír en medio de sus
crecientes preocupaciones.
Cuando el aludido media
sangre quiso encabritarse, ya el tuerto Avestruz, que se había dejado caer de
las ancas del tostado de Don Juan, ya le agarraba las riendas. Y de un salto
estuvo arriba, para dejarlo poner al galope entre el que iniciaban los otros…
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