por Felipe Retamal N.
El
escritor Mark Lewisohn reveló a The Guardian conversaciones inéditas que John
Lennon grabó durante una reunión del grupo en las oficinas de Apple, a pocos
días del lanzamiento de su obra final, Abbey Road. En la discusión
plantean directrices para trabajos posteriores y hasta se propone disolver la
sociedad Lennon/McCartney. Ello plantea nuevos desafíos al relato canónico
sobre la historia del cuarteto más grande de todos los tiempos.
Serio, con el rictus rígido y con paso rápido, John Lennon entró a la sala de reuniones en las oficinas de Apple (no confundir con la creada por Steve Jobs años más tarde), en el número 3 de Saville Road. Se sentó. Sacó una grabadora portátil y la colocó en la mesa. Sus compañeros de The Beatles, Paul McCartney y George Harrison, lo miraron con curiosidad. Lennon apretó un botón del aparato y dijo: “Ringo, no puedes estar aquí, pero esto es para que puedas escuchar lo que estamos discutiendo”. El baterista estaba convaleciente en el hospital, y por ello se ausentó de la cita.
Es el ocho de septiembre de 1969. The Beatles han concluido las sesiones del álbum Abbey Road, y mientras esperan su lanzamiento, se reunieron a discutir sus próximos pasos. Conversaron posibles ideas para sencillos. Debatieron alternativas para un álbum. Por entonces, convertidos en serios hombres de negocios al tomar las riendas de su compañía tras la muerte de su mánager Brian Epstein en 1967, ese tipo de juntas eran habituales.
La reunión, registrada por el autor de “Come together”, hoy se conoce gracias al escritor y experto en la historia de The Beatles, Mark Lewisohn, quien es autor de libros muy detallados como The Complete Beatles Recording Sessions.
“Es una revelación”, comentó a The Guardian. “Los libros siempre nos han dicho que sabían que Abbey Road era su último disco y querían salir a la altura artística. Pero no, están allí discutiendo el próximo álbum. Y se cree que es John el que quería romperlos, pero, cuando escuchas esto, no lo es. ¿No reescribe casi todo lo que creíamos saber?”, plantea desafiante. “La historia es un incesante volver a empezar”, sentenció alguna vez el griego Tucídides.
En efecto, la historia oficial cuenta que para entonces, al interior del cuarteto, estaban hastiados. Por tanto, no es extraño pensar que se encontraban en sus horas postreras. “Nadie sabía con certeza que iba a ser el último álbum, pero todos sintieron que sí -comenta George Harrison en la Antología del grupo-. The Beatles habían pasado por tanto y por tanto tiempo. Habían estado encarcelados entre sí durante casi una década, y me sorprendió que hubieran durado tanto como lo hicieron. No me sorprendió en absoluto que se hubieran separado porque todos querían llevar sus propias vidas, y yo también”.
Por ello, cada quien estaba tomando su largo y serpenteante camino. Nada raro. Un año antes, en las tensas sesiones del White Album hubo cuatro solistas encaprichados con sus propias obsesiones y planes, más que el aceitado combo rocanrolero que había tomado al mundo por asalto, apenas cuatro años antes; Lennon y McCartney tuvieron una amarga discusión por “Ob-la-di, Ob-la-da”, Ringo se marchó y retornó a los pocos días, y Harrison bregaba por hacerse un espacio por derecho propio, pese a la condescendencia que, consideraba, recibía del resto, especialmente de “Macca”.
Para 1969 la distancia se hacía todavía más extensa. El tres de febrero todos —menos “macca”— aprobaron la idea de nombrar al rudo y malhablado abogado neoyorkino Allen Klein, como el nuevo agente del grupo. Ello causó una discusión de proporciones. El bajista prefería a su suegro, Lee Eastman, y hasta el final pujó por imponerse. Pero ello agrió todavía más el ambiente.
Entre tanto, Lennon sacó dos nuevos elepés experimentales creados junto a Yoko Ono, su novia y nueva socia creativa. En estos, los gritos, los titulares de periódicos recitados y los latidos del bebé que Yoko perdió, marcaban una declaración. Él ya no se sentía cómodo en el redil. Pero de alguna manera, la japonesa le proporcionó la confianza -que nunca le sobró en demasía- para reavivar su pulsión creativa.
Por su lado, Ringo se concentró en su nueva faceta de actor. Participó en la película Si quieres ser millonario, no malgastes el tiempo trabajando, junto a uno de sus ídolos, Peter Sellers, el hombre de La Pantera Rosa. Es decir, estaba interesado en codearse con estrellas. Mientras Harrison, el más reticente a todos los proyectos, y para entonces el más hastiado de todos, tomaba distancia. Ambos, en todo caso, tendían a cuadrarse con Lennon. El comportamiento autoritario de McCartney, en especial durante las fracasadas sesiones de Get back, en el invierno boreal, había dejado averías en el camino.
“El único que permanecía por completo comprometido y concentrado era Paul y lo que se veía como la insistencia y el autoritarismo de un director de escuela provocó conflictos con George y John —o, más bien, con la entidad bicéfala en la que este último se había convertido— que ni siquiera las peores presiones en las giras habían causado”, detalla Phillip Norman en su biografía del autor de “Yesterday”.
Los problemas en la puerta del edificio
Sin embargo, la grabación que dio a conocer Lewisohn, nos plantea una revisión de la historia. Se puede oír a John intentando tomar las riendas. En la junta, sugirió que cada uno de ellos presentase canciones como candidatas para un nuevo single. Además propuso establecer una suerte de “cuota” para el próximo elepé: cuatro canciones de Paul, George y él mismo, además de dos de Ringo: “Si las quiere”.
Además, John se atrevió a tocar un tema espinudo: el mito de la dupla Lennon/McCartney. Desde su punto de vista, se debía acabar con el crédito que atribuía a los dos por igual las composiciones del grupo, de manera de pasar a ser acreditadas por fin individualmente. Es posible que no le hiciera sentido que el apellido de su ex socio creativo figurase en composiciones tan personales como “Across the Universe”, “Julia”, “Revolution”, o el suyo, en las muy macarnianas “Hey Jude”, “Hello Goodbye”, “Blackbird”, entre otras. Para entonces, cada uno era un autor de peso propio. El verdadero dúo de la historia, se quebraba.
Ante la sugerencia, Paul masculló una afirmación cargada de ponzoña. “Pensé que hasta este álbum las canciones de George no eran tan buenas”. Una sentencia que si bien pasa por alto otras memorables composiciones anteriores, como “Taxman” y “While my guitar gently weeps”, recordó que hasta hace no mucho tiempo atrás, al guitarrista se le miraba por sobre el hombro.
“Las sesiones en las que grabábamos temas de Harrison, se enfocaban de un modo diferente. Todo el mundo se relajaba, había una sensación clara de que aquello no tenía importancia. En cierta forma le trataban como un joven subalterno”, detalla el ingeniero de sonido Geoff Emerick en su libro de memorias El Sonido de los Beatles (2011, Indicios Editores).
No obstante, en el trabajo para Abbey Road todo cambió. Sus composiciones para el LP, “Something” y “Here comes the sun”, estaban entre lo mejor de la placa. “Estaba mucho más confiado y seguro de sí mismo que en el pasado -recuerda Emerick-. Las dos canciones que aportó al álbum eran melódicas y bien construidas, prácticamente al mismo nivel del trabajo de Lennon y McCartney y él era consciente de ello”. Por ello, George replicó: “Eso es cuestión de gustos. Al final, a la gente le han gustado mis canciones”.
John contraatacó. Le comentó a Paul que a nadie más en el grupo le gustó su “Maxwell’s Silver Hammer”, la que él en particular odiaba y en su momento calificó como “música para abuelas”. Más con la obstinación de su autor en que saliera como single. Por ello, Lennon sugirió que, en adelante, ese material se podría entregar a otros artistas, como los que ellos tenían en Apple. De hecho, tanto McCartney como Harrison habían aportado material a Mary Hopkin y Jackie Lomax, dos de las promesas de la casa editorial de los Fab Four. Pero al bajista, la sugerencia no le movió un pelo. “La grabé porque me gustó”, sentenció sin más.
Según Lewisohn, pese al estado de tensa calma, más propio de una guerra en ciernes, en esa temporada los de Liverpool funcionaron como una eficiente unidad musical. “Estaban en un estado mental casi completamente positivo -comentó al Guardian-. Tenían esta extraña habilidad para dejar sus problemas en la puerta del estudio, no del todo, sino casi”.
Sin embargo, Emerick tiene su propia opinión del asunto. Sus recuerdos sobre la grabación del que resultó el último disco (aunque después las sesiones de Get Back saldrían a la venta como Let it Be con los colchones sonoros de Phil Spector) son bastante elocuentes. “El ambiente fue bastante apagado. Todo el mundo parecía estar pisando huevos, intentando no ofender a los demás. Durante la mayor parte del proyecto, Paul estuvo menos autoritario, y John, menos mordaz (…) ahora con la perspectiva de los años, creo que los Beatles se comportaron lo mejor que pudieron porque habían decidido grabar un buen álbum tras el desastre de Let it be”.
Lo cierto, es que estos nuevos antecedentes aportan luces inéditas respecto a los últimos días de una de las bandas más celebradas de la era moderna. De todas formas, la unidad no duró mucho más. A los pocos días, Lennon voló a Toronto para actuar con su Plastic Ono Band, que incluía a Eric Clapton, en el Festival Rock and Roll Revival. Al año siguiente lanzaría su esencial John Lennon/Plastic Ono Band. Por su lado, McCartney debutaría como solista con un disco grabado en su casa -trabajo al estilo indie, antes del indie-. Harrison volcaba todo el material compuesto en esos años, que no le permitían incluir en los discos de los Fab Four, en el monumental All Things Must Pass y Ringo grabó una placa con números old fashion de su niñez. John lo resumió todo en una canción: “The dream is over”.
(CULTO / 11-9-2019)
Serio, con el rictus rígido y con paso rápido, John Lennon entró a la sala de reuniones en las oficinas de Apple (no confundir con la creada por Steve Jobs años más tarde), en el número 3 de Saville Road. Se sentó. Sacó una grabadora portátil y la colocó en la mesa. Sus compañeros de The Beatles, Paul McCartney y George Harrison, lo miraron con curiosidad. Lennon apretó un botón del aparato y dijo: “Ringo, no puedes estar aquí, pero esto es para que puedas escuchar lo que estamos discutiendo”. El baterista estaba convaleciente en el hospital, y por ello se ausentó de la cita.
Es el ocho de septiembre de 1969. The Beatles han concluido las sesiones del álbum Abbey Road, y mientras esperan su lanzamiento, se reunieron a discutir sus próximos pasos. Conversaron posibles ideas para sencillos. Debatieron alternativas para un álbum. Por entonces, convertidos en serios hombres de negocios al tomar las riendas de su compañía tras la muerte de su mánager Brian Epstein en 1967, ese tipo de juntas eran habituales.
La reunión, registrada por el autor de “Come together”, hoy se conoce gracias al escritor y experto en la historia de The Beatles, Mark Lewisohn, quien es autor de libros muy detallados como The Complete Beatles Recording Sessions.
“Es una revelación”, comentó a The Guardian. “Los libros siempre nos han dicho que sabían que Abbey Road era su último disco y querían salir a la altura artística. Pero no, están allí discutiendo el próximo álbum. Y se cree que es John el que quería romperlos, pero, cuando escuchas esto, no lo es. ¿No reescribe casi todo lo que creíamos saber?”, plantea desafiante. “La historia es un incesante volver a empezar”, sentenció alguna vez el griego Tucídides.
En efecto, la historia oficial cuenta que para entonces, al interior del cuarteto, estaban hastiados. Por tanto, no es extraño pensar que se encontraban en sus horas postreras. “Nadie sabía con certeza que iba a ser el último álbum, pero todos sintieron que sí -comenta George Harrison en la Antología del grupo-. The Beatles habían pasado por tanto y por tanto tiempo. Habían estado encarcelados entre sí durante casi una década, y me sorprendió que hubieran durado tanto como lo hicieron. No me sorprendió en absoluto que se hubieran separado porque todos querían llevar sus propias vidas, y yo también”.
Por ello, cada quien estaba tomando su largo y serpenteante camino. Nada raro. Un año antes, en las tensas sesiones del White Album hubo cuatro solistas encaprichados con sus propias obsesiones y planes, más que el aceitado combo rocanrolero que había tomado al mundo por asalto, apenas cuatro años antes; Lennon y McCartney tuvieron una amarga discusión por “Ob-la-di, Ob-la-da”, Ringo se marchó y retornó a los pocos días, y Harrison bregaba por hacerse un espacio por derecho propio, pese a la condescendencia que, consideraba, recibía del resto, especialmente de “Macca”.
Para 1969 la distancia se hacía todavía más extensa. El tres de febrero todos —menos “macca”— aprobaron la idea de nombrar al rudo y malhablado abogado neoyorkino Allen Klein, como el nuevo agente del grupo. Ello causó una discusión de proporciones. El bajista prefería a su suegro, Lee Eastman, y hasta el final pujó por imponerse. Pero ello agrió todavía más el ambiente.
Entre tanto, Lennon sacó dos nuevos elepés experimentales creados junto a Yoko Ono, su novia y nueva socia creativa. En estos, los gritos, los titulares de periódicos recitados y los latidos del bebé que Yoko perdió, marcaban una declaración. Él ya no se sentía cómodo en el redil. Pero de alguna manera, la japonesa le proporcionó la confianza -que nunca le sobró en demasía- para reavivar su pulsión creativa.
Por su lado, Ringo se concentró en su nueva faceta de actor. Participó en la película Si quieres ser millonario, no malgastes el tiempo trabajando, junto a uno de sus ídolos, Peter Sellers, el hombre de La Pantera Rosa. Es decir, estaba interesado en codearse con estrellas. Mientras Harrison, el más reticente a todos los proyectos, y para entonces el más hastiado de todos, tomaba distancia. Ambos, en todo caso, tendían a cuadrarse con Lennon. El comportamiento autoritario de McCartney, en especial durante las fracasadas sesiones de Get back, en el invierno boreal, había dejado averías en el camino.
“El único que permanecía por completo comprometido y concentrado era Paul y lo que se veía como la insistencia y el autoritarismo de un director de escuela provocó conflictos con George y John —o, más bien, con la entidad bicéfala en la que este último se había convertido— que ni siquiera las peores presiones en las giras habían causado”, detalla Phillip Norman en su biografía del autor de “Yesterday”.
Los problemas en la puerta del edificio
Sin embargo, la grabación que dio a conocer Lewisohn, nos plantea una revisión de la historia. Se puede oír a John intentando tomar las riendas. En la junta, sugirió que cada uno de ellos presentase canciones como candidatas para un nuevo single. Además propuso establecer una suerte de “cuota” para el próximo elepé: cuatro canciones de Paul, George y él mismo, además de dos de Ringo: “Si las quiere”.
Además, John se atrevió a tocar un tema espinudo: el mito de la dupla Lennon/McCartney. Desde su punto de vista, se debía acabar con el crédito que atribuía a los dos por igual las composiciones del grupo, de manera de pasar a ser acreditadas por fin individualmente. Es posible que no le hiciera sentido que el apellido de su ex socio creativo figurase en composiciones tan personales como “Across the Universe”, “Julia”, “Revolution”, o el suyo, en las muy macarnianas “Hey Jude”, “Hello Goodbye”, “Blackbird”, entre otras. Para entonces, cada uno era un autor de peso propio. El verdadero dúo de la historia, se quebraba.
Ante la sugerencia, Paul masculló una afirmación cargada de ponzoña. “Pensé que hasta este álbum las canciones de George no eran tan buenas”. Una sentencia que si bien pasa por alto otras memorables composiciones anteriores, como “Taxman” y “While my guitar gently weeps”, recordó que hasta hace no mucho tiempo atrás, al guitarrista se le miraba por sobre el hombro.
“Las sesiones en las que grabábamos temas de Harrison, se enfocaban de un modo diferente. Todo el mundo se relajaba, había una sensación clara de que aquello no tenía importancia. En cierta forma le trataban como un joven subalterno”, detalla el ingeniero de sonido Geoff Emerick en su libro de memorias El Sonido de los Beatles (2011, Indicios Editores).
No obstante, en el trabajo para Abbey Road todo cambió. Sus composiciones para el LP, “Something” y “Here comes the sun”, estaban entre lo mejor de la placa. “Estaba mucho más confiado y seguro de sí mismo que en el pasado -recuerda Emerick-. Las dos canciones que aportó al álbum eran melódicas y bien construidas, prácticamente al mismo nivel del trabajo de Lennon y McCartney y él era consciente de ello”. Por ello, George replicó: “Eso es cuestión de gustos. Al final, a la gente le han gustado mis canciones”.
John contraatacó. Le comentó a Paul que a nadie más en el grupo le gustó su “Maxwell’s Silver Hammer”, la que él en particular odiaba y en su momento calificó como “música para abuelas”. Más con la obstinación de su autor en que saliera como single. Por ello, Lennon sugirió que, en adelante, ese material se podría entregar a otros artistas, como los que ellos tenían en Apple. De hecho, tanto McCartney como Harrison habían aportado material a Mary Hopkin y Jackie Lomax, dos de las promesas de la casa editorial de los Fab Four. Pero al bajista, la sugerencia no le movió un pelo. “La grabé porque me gustó”, sentenció sin más.
Según Lewisohn, pese al estado de tensa calma, más propio de una guerra en ciernes, en esa temporada los de Liverpool funcionaron como una eficiente unidad musical. “Estaban en un estado mental casi completamente positivo -comentó al Guardian-. Tenían esta extraña habilidad para dejar sus problemas en la puerta del estudio, no del todo, sino casi”.
Sin embargo, Emerick tiene su propia opinión del asunto. Sus recuerdos sobre la grabación del que resultó el último disco (aunque después las sesiones de Get Back saldrían a la venta como Let it Be con los colchones sonoros de Phil Spector) son bastante elocuentes. “El ambiente fue bastante apagado. Todo el mundo parecía estar pisando huevos, intentando no ofender a los demás. Durante la mayor parte del proyecto, Paul estuvo menos autoritario, y John, menos mordaz (…) ahora con la perspectiva de los años, creo que los Beatles se comportaron lo mejor que pudieron porque habían decidido grabar un buen álbum tras el desastre de Let it be”.
Lo cierto, es que estos nuevos antecedentes aportan luces inéditas respecto a los últimos días de una de las bandas más celebradas de la era moderna. De todas formas, la unidad no duró mucho más. A los pocos días, Lennon voló a Toronto para actuar con su Plastic Ono Band, que incluía a Eric Clapton, en el Festival Rock and Roll Revival. Al año siguiente lanzaría su esencial John Lennon/Plastic Ono Band. Por su lado, McCartney debutaría como solista con un disco grabado en su casa -trabajo al estilo indie, antes del indie-. Harrison volcaba todo el material compuesto en esos años, que no le permitían incluir en los discos de los Fab Four, en el monumental All Things Must Pass y Ringo grabó una placa con números old fashion de su niñez. John lo resumió todo en una canción: “The dream is over”.
(CULTO / 11-9-2019)
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