miércoles

PETER BROOK - EL ESPACIO VACÍO (45)


EL TEATRO TOSCO (15)

La sutilísima construcción de El cuento de invierno gira sobre los goznes del momento culminante en que una estatua cobra vida. A menudo se ha calificado esto de torpe recurso, de manera poco plausible de dar fin al argumento, justificándolo con terminología de ficción romántica como una chabacana convención de la época, que Shakespeare tuvo que emplear. En realidad, la estatua que cobra vida es la verdad de la obra. En El cuento de invierno encontramos una natural división en tres partes. Leontes acusa a su mujer de infidelidad y la condena a muerte. A la niña recién nacida la envía por mar a un país extranjero, donde la deja abandonada. En la segunda parte la niña ha crecido y, en diferente clave pastoril, se repite la misma acción. El hombre falsamente acusado por Leontes se comporta a su vez de manera irrazonable. La consecuencia es similar: la muchacha ha de escapar. Su viaje la lleva de nuevo al palacio de Leontes y la tercera parte se desarrolla en el mismo lugar que la primera, si bien con una diferencia de veinte años. Una vez más Leontes se halla en condiciones análogas y podría actuar de manera tan violenta e irrazonable como tiempo atrás. Así pues, la acción principal se presenta primero ferozmente; luego, por medio de una encantadora parodia expuesta en clave más alta y atrevida, ya que lo pastoril de la obra es tanto un espejo como un hábil recurso. El tercer movimiento se encuentra en otra clave contrastante: en la del remordimiento. Cuando los jóvenes amantes entran en el palacio de Leontes, la primera y la segunda partes se sobreponen: ambas interrogan sobre la acción que puede emprender ahora Leontes. Si el sentido de la verdad obligara al dramaturgo a hacer de Leontes un hombre vengativo con relación a sus hijos, la obra no podría escapar de su mundo particular, y su final tendría que ser amargo y trágico; pero si, respetando la verdad, permite que en los actos de Leontes haya un nuevo equilibrio, todo el esquema temporal de la obra queda transformado: el pasado y el futuro ya no son lo mismo. El nivel cambia y, aunque lo califiquemos de milagro, la estatua ha de cobrar vida. Cuando trabajábamos en El cuento de invierno descubrí que la manera de entender esta escena consistía en interpretarla, no en discutirla. En la representación dicha escena resulta extrañamente satisfactoria y por eso nos sorprende en alto grado.

Tenemos aquí un ejemplo del efecto happening, el momento en que lo ilógico irrumpe en nuestra comprensión cotidiana para abrirnos más los ojos. Todo el drama apunta preguntas y sugerencias: el momento de sorpresa es una sacudida al calidoscopio, y lo que presenciamos en la sala podemos retenerlo y relacionarlo con las preguntas de la obra que se repiten, transpuestas, diluidas y disfrazadas, en la vida.

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