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A las cuatro de la tarde nos encontramos con Pete y Lilly en el coche.
-¡Hola! -dijo Lilly. Parecía trastornada. Pete fumaba con cara de aburrimiento.
-Hola Lilly -la saludé.
-Hola, nena -dijo Baldy
Había
unos chiquilines jugando a la pelota en la cancha de al lado, pero eran
como una especie de camuflaje que nos hacían más fáciles las cosas.
Lilly se puso a dar vueltas y las tetas se le movían para arriba y para
abajo cuando respiraba pesadamente.
-Bueno -tiró el cigarrillo Pete. -Vamos a cojer, Lilly.
Abrió
la puerta de atrás y le hizo una reverencia a Lilly para que entrara.
Él entró después y se sacó los zapatos, los pantalones y los
calzoncillos. Entonces Lilly vio el pedazo de carne colgando y dijo:
-Dios mío. Yo no sé si…
-Vamos, nena -dijo Pete. -Nadie vive eternamente.
-Bueno, dale, pero me parece que…
Pete miró por la ventanilla.
-¿Están controlando si hay moros en la costa?
-Sí, Pete -le dije. -Estamos vigilando.
-Sí, Estamos mirando -dijo Baldy.
Pete
le subió completamente la pollera a Lilly. Apareció un montón de carne
blanca por arriba de las medias que le llegaban hasta las rodillas, y se
le podía ver la bombacha. Algo glorioso.
Pete abrazó a Lilly y la besó. Pero después dijo apartándose:
-¡Puta de mierda!
-¡Hablame bien, Pete!
-¡Sos una puta de mierda! -dijo él pegándole un cachetazo en la cara.
Ella empezó a llorar.
-No me la metas, Pete, no me la metas…
-¡Callate, conchuda!
Pete
empezó a desnudar a Lilly, y cuando le vio el culo se enloqueció.
Entonces pegó un tirón final y la bombacha muy ajustada se reventó y
terminó por caerle arriba de los zapatos. Él tiró los pedazos y empezó a
jugar con la concha. Siguió jugando y besándola sin parar hasta que la
apoyó sobre el asiento trasero del coche. Pero sólo tenía una media
erección.
Lilly se quedó mirando la verga.
-¿Vos sos marica?
-No, Lilly. Es que me parece que ellos no están vigilando si hay moros en la costa por mirarnos a nosotros. Y tengo miedo de que nos descubran.
-No hay moros en la costa, Pete -dije yo. -Estamos vigilando.
-Sí, ¡estamos mirando! -dijo Baldy.
-No les creo -dijo Pete. -Lo único que están mirando es la concha de Lilly.
-¡Sos un cagón! Tenés todo ese pedazo de carne hecho un mástil doblado.
-Tengo miedo de que nos descubran, Lilly.
-Yo sé lo que hay que hacer -dijo ella.
Y se inclinó para pasarle la lengua sobre la verga a Pete. Lamió circularmente aquel monstruoso grande y se lo metió en la boca.
-Lilly… Cristo -dijo Pete. -Te quiero… Lilly, Lilly, Lilly… ah, ah, aaaah…
-Henry -gritó de golpe Baldy. -¡MIRÁ!
Miré.
Wagner venía corriendo hacia el auto desde el otro lado de la cancha,
seguido por los que estaban jugando a la pelota y algunos otros mirones,
chiquilines y chiquilinas.
-¡Pete! -aullé. -¡Ahí viene Wagner seguido por 50 chiquilines!
-Mierda -lloriqueó Pete.
-A la mierda -dijo Lilly.
Baldy
y yo salimos rajando hasta la mitad de la manzana y nos pusimos a
vichar atrás de una verja. Pete y Lilly no pudieron llegar a cojer.
Wagner abrió de par en par la puerta del coche tratando de verlos mejor.
Y al final todo el mundo rodeó el coche y ya no vimos más nada…
Después
de aquel día nunca más volvimos a ver ni a Pete ni a Lilly. Y tampoco
teníamos la menor idea de lo que les pudo haber pasado. A Baldy y a mí
nos encajaron mil puntos bajos, y yo superé a Megalore con 1.100 puntos.
Era imposible redimirlos. Iba a quedarme toda la vida en Mt. Justin.
Por supuesto que les avisaron a mis padres.
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