miércoles

CHARLES BUKOWSKI - JAMÓN Y CENTENO (LA SENDA DEL PERDEDOR) - 36


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A las cuatro de la tarde nos encontramos con Pete y Lilly en el coche.

-¡Hola! -dijo Lilly. Parecía trastornada. Pete fumaba con cara de aburrimiento.

-Hola Lilly -la saludé.

-Hola, nena -dijo Baldy

Había unos chiquilines jugando a la pelota en la cancha de al lado, pero eran como una especie de camuflaje que nos hacían más fáciles las cosas. Lilly se puso a dar vueltas y las tetas se le movían para arriba y para abajo cuando respiraba pesadamente.

-Bueno -tiró el cigarrillo Pete. -Vamos a cojer, Lilly.

Abrió la puerta de atrás y le hizo una reverencia a Lilly para que entrara. Él entró después y se sacó los zapatos, los pantalones y los calzoncillos. Entonces Lilly vio el pedazo de carne colgando y dijo:

-Dios mío. Yo no sé si…

-Vamos, nena -dijo Pete. -Nadie vive eternamente.

-Bueno, dale, pero me parece que…

Pete miró por la ventanilla.

-¿Están controlando si hay moros en la costa?

-Sí, Pete -le dije. -Estamos vigilando.

-Sí, Estamos mirando -dijo Baldy.

Pete le subió completamente la pollera a Lilly. Apareció un montón de carne blanca por arriba de las medias que le llegaban hasta las rodillas, y se le podía ver la bombacha. Algo glorioso.

Pete abrazó a Lilly y la besó. Pero después dijo apartándose:

-¡Puta de mierda!

-¡Hablame bien, Pete!

-¡Sos una puta de mierda! -dijo él pegándole un cachetazo en la cara.

Ella empezó a llorar.

-No me la metas, Pete, no me la metas…

-¡Callate, conchuda!

Pete empezó a desnudar a Lilly, y cuando le vio el culo se enloqueció. Entonces pegó un tirón final y la bombacha muy ajustada se reventó y terminó por caerle arriba de los zapatos. Él tiró los pedazos y empezó a jugar con la concha. Siguió jugando y besándola sin parar hasta que la apoyó sobre el asiento trasero del coche. Pero sólo tenía una media erección.

Lilly se quedó mirando la verga.

-¿Vos sos marica?

-No, Lilly. Es que me parece que ellos no están vigilando si hay moros en la costa por mirarnos a nosotros. Y tengo miedo de que nos descubran.

-No hay moros en la costa, Pete -dije yo. -Estamos vigilando.

-Sí, ¡estamos mirando! -dijo Baldy.

-No les creo -dijo Pete. -Lo único que están mirando es la concha de Lilly.

-¡Sos un cagón! Tenés todo ese pedazo de carne hecho un mástil doblado.

-Tengo miedo de que nos descubran, Lilly.

-Yo sé lo que hay que hacer -dijo ella.

Y se inclinó para pasarle la lengua sobre la verga a Pete. Lamió circularmente aquel monstruoso grande y se lo metió en la boca.

-Lilly… Cristo -dijo Pete. -Te quiero… Lilly, Lilly, Lilly… ah, ah, aaaah…

-Henry -gritó de golpe Baldy. -¡MIRÁ!

Miré. Wagner venía corriendo hacia el auto desde el otro lado de la cancha, seguido por los que estaban jugando a la pelota y algunos otros mirones, chiquilines y chiquilinas.

Pete! -aullé. -¡Ahí viene Wagner seguido por 50 chiquilines!

-Mierda -lloriqueó Pete.

-A la mierda -dijo Lilly.

Baldy y yo salimos rajando hasta la mitad de la manzana y nos pusimos a vichar atrás de una verja. Pete y Lilly no pudieron llegar a cojer. Wagner abrió de par en par la puerta del coche tratando de verlos mejor. Y al final todo el mundo rodeó el coche y ya no vimos más nada…

Después de aquel día nunca más volvimos a ver ni a Pete ni a Lilly. Y tampoco teníamos la menor idea de lo que les pudo haber pasado. A Baldy y a mí nos encajaron mil puntos bajos, y yo superé a Megalore con 1.100 puntos. Era imposible redimirlos. Iba a quedarme toda la vida en Mt. Justin. Por supuesto que les avisaron a mis padres.

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