EL TEATRO TOSCO (12)
Hoy día en Pekín parece
acertado mostrar gigantescas caricaturas de personajes de Wall Street tramando
la guerra y destrucción y recibiendo su merecido. En relación con otros
innumerables factores de la actual China militante, se trata de un arte popular
vivo y pleno de significado. En muchos países sudamericanos, donde la única
actividad teatral consiste en pobres imitaciones de éxitos extranjeros, que
presentan improvisados escenarios y por una sola sesión, el teatro únicamente
comienza a encontrar su significado y su necesidad cuando está en relación con
la lucha revolucionaria, por una parte, y con los centelleos de una tradición
popular sugerida por los cantos de los trabajadores y las leyendas campesinas,
por la otra. En realidad, una expresión de los actuales temas militantes a
través de las tradicionales estructuras católicas de los dramas alegóricos
pudiera ser, en ciertas regiones, la única posibilidad de establecer un
contacto vivo con el público popular. En Inglaterra, por otra parte, en una
sociedad en cambio, donde nada está verdaderamente definido, y menos que nada
la política y las ideas políticas, pero donde hay en curso una constante
revisión que varía de las más intensa honestidad a la más frívola evasiva,
cuando el natural sentido común y el natural idealismo, la natural sinceridad y
el natural romanticismo, la natural democracia, la natural amabilidad, el
natural sadismo y el natural esnobismo forman una confusa mezcolanza
intelectual, sería inútil esperar que un teatro comprometido siga una línea de
partido, incluso suponiendo que pudiera encontrarse esa línea.
La acumulación de
acontecimientos, durante estos últimos años, los asesinatos, cismas, caídas,
levantamientos y guerras locales, han tenido un creciente efecto
desmitificador. Cuanto más refleja el teatro una verdad de la sociedad, más
claro muestra el deseo de un cambio antes que la convicción de ese cambio pueda
realizarse de una manera determinada. Cierto es que el papel del individuo en
la sociedad, sus deberes y sus necesidades, el problema de lo que le pertenece
y lo que le pertenece al Estado, están de nuevo en discusión. De nuevo, como en
la época isabelina, el hombre se pregunta el porqué de la vida y sobre qué
puede medirla. No se debe al azar que el nuevo teatro metafísico de Grotowsky
surja en un país empapado tanto de comunismo como de catolicismo. Peter Weiss,
mezcla de familia judía, educación checa, idioma alemán, residencia sueca y
simpatías marxistas, surge en el momento en que su brechtianismo se relaciona
con un individualismo obsesivo en tal grado que hubiera sido impensable en
Brecht. Jean Genet une colonialismo y racismo con homosexualidad, y explora la
conciencia francesa a través de su propia degradación. Sus imágenes son
personales y, sin embargo, también se pueden considerar nacionales, y llega
casi a descubrir mitos.
El problema es diferente
para cada centro de población. Aunque, en conjunto, los sofocantes efectos
decimonónicos del obsesivo interés por los sentimientos de la clase media,
enturbian en todos los idiomas gran parte del trabajo del siglo XX. El
individuo y la pareja han sido explorados durante largo tiempo en un vacío o en
un contexto social tan aislado que equivale al vacío. La relación entre el
hombre y la sociedad en evolución que lo rodea es siempre lo único que da nueva
vida, profundidad y verdad a su tema personal. En Nueva York y en Londres se
suceden las obras que presentan graves protagonistas inmersos en un contexto
ablandado, diluido o inexplorado, de manera que el heroísmo, la tortura de uno
mismo o el martirio se convierten en agonías románticas en el vacío.
Precisamente una de las
casi insuperables diferencias entre marxistas y no marxistas radica en el
relieve dado al individuo o al análisis de la sociedad. Sin embargo, el óptimo
escritor no político puede ser otro tipo de experto, capaz de discriminar con
gran precisión matices de experiencia en el traicionero mundo del individuo. El
autor épico de piezas marxistas, rara vez lleva a su obra ese refinado sentido
de la individualidad humana, quizá porque no desea considerar la fuerza y la
debilidad del hombre con el mismo criterio imparcial. Tal vez por esta razón la
tradición popular inglesa tiene sorprendentemente tan amplia atracción: no política,
no alineada, está, sin embargo, sintonizada con un mundo fragmentado en el cual
bombas, drogas, Dios, padres, sexo y ansiedades personales, son inseparables, y
todo iluminado por un deseo, no muy grande, aunque deseo al fin y al cabo, de
alguna clase de cambio o transformación.
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