sábado

PETER BROOK - EL ESPACIO VACÍO (42)


EL TEATRO TOSCO (12)


Hoy día en Pekín parece acertado mostrar gigantescas caricaturas de personajes de Wall Street tramando la guerra y destrucción y recibiendo su merecido. En relación con otros innumerables factores de la actual China militante, se trata de un arte popular vivo y pleno de significado. En muchos países sudamericanos, donde la única actividad teatral consiste en pobres imitaciones de éxitos extranjeros, que presentan improvisados escenarios y por una sola sesión, el teatro únicamente comienza a encontrar su significado y su necesidad cuando está en relación con la lucha revolucionaria, por una parte, y con los centelleos de una tradición popular sugerida por los cantos de los trabajadores y las leyendas campesinas, por la otra. En realidad, una expresión de los actuales temas militantes a través de las tradicionales estructuras católicas de los dramas alegóricos pudiera ser, en ciertas regiones, la única posibilidad de establecer un contacto vivo con el público popular. En Inglaterra, por otra parte, en una sociedad en cambio, donde nada está verdaderamente definido, y menos que nada la política y las ideas políticas, pero donde hay en curso una constante revisión que varía de las más intensa honestidad a la más frívola evasiva, cuando el natural sentido común y el natural idealismo, la natural sinceridad y el natural romanticismo, la natural democracia, la natural amabilidad, el natural sadismo y el natural esnobismo forman una confusa mezcolanza intelectual, sería inútil esperar que un teatro comprometido siga una línea de partido, incluso suponiendo que pudiera encontrarse esa línea.

La acumulación de acontecimientos, durante estos últimos años, los asesinatos, cismas, caídas, levantamientos y guerras locales, han tenido un creciente efecto desmitificador. Cuanto más refleja el teatro una verdad de la sociedad, más claro muestra el deseo de un cambio antes que la convicción de ese cambio pueda realizarse de una manera determinada. Cierto es que el papel del individuo en la sociedad, sus deberes y sus necesidades, el problema de lo que le pertenece y lo que le pertenece al Estado, están de nuevo en discusión. De nuevo, como en la época isabelina, el hombre se pregunta el porqué de la vida y sobre qué puede medirla. No se debe al azar que el nuevo teatro metafísico de Grotowsky surja en un país empapado tanto de comunismo como de catolicismo. Peter Weiss, mezcla de familia judía, educación checa, idioma alemán, residencia sueca y simpatías marxistas, surge en el momento en que su brechtianismo se relaciona con un individualismo obsesivo en tal grado que hubiera sido impensable en Brecht. Jean Genet une colonialismo y racismo con homosexualidad, y explora la conciencia francesa a través de su propia degradación. Sus imágenes son personales y, sin embargo, también se pueden considerar nacionales, y llega casi a descubrir mitos.

El problema es diferente para cada centro de población. Aunque, en conjunto, los sofocantes efectos decimonónicos del obsesivo interés por los sentimientos de la clase media, enturbian en todos los idiomas gran parte del trabajo del siglo XX. El individuo y la pareja han sido explorados durante largo tiempo en un vacío o en un contexto social tan aislado que equivale al vacío. La relación entre el hombre y la sociedad en evolución que lo rodea es siempre lo único que da nueva vida, profundidad y verdad a su tema personal. En Nueva York y en Londres se suceden las obras que presentan graves protagonistas inmersos en un contexto ablandado, diluido o inexplorado, de manera que el heroísmo, la tortura de uno mismo o el martirio se convierten en agonías románticas en el vacío.

Precisamente una de las casi insuperables diferencias entre marxistas y no marxistas radica en el relieve dado al individuo o al análisis de la sociedad. Sin embargo, el óptimo escritor no político puede ser otro tipo de experto, capaz de discriminar con gran precisión matices de experiencia en el traicionero mundo del individuo. El autor épico de piezas marxistas, rara vez lleva a su obra ese refinado sentido de la individualidad humana, quizá porque no desea considerar la fuerza y la debilidad del hombre con el mismo criterio imparcial. Tal vez por esta razón la tradición popular inglesa tiene sorprendentemente tan amplia atracción: no política, no alineada, está, sin embargo, sintonizada con un mundo fragmentado en el cual bombas, drogas, Dios, padres, sexo y ansiedades personales, son inseparables, y todo iluminado por un deseo, no muy grande, aunque deseo al fin y al cabo, de alguna clase de cambio o transformación.

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