sábado

OCÉANOS DE NÉCTAR (LA NOVELA CAPITAL DE LA CIENCIA FICCIÓN URUGUAYA) 14 - TARIK CARSON


1ª edición WEB: Axxón / 1992
2ª edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2019

DOCE


Necat se había establecido en un pequeño departamento dentro de la Estación Central del Servicio, en el centro de la metrópoli. Había perdido un día observando la cosa, enterándose de los pormenores que conformaban el extraño fenómeno. Después había perdido otro día yendo a ver a los jefes y al Viceministro, quien había usado los recursos del Ministro para obligarlo a ir a verlo al Ministerio. Esto molestó mucho a Necat, que, como alto oficial del SIS, se consideraba en una posición en absoluto aparte, privilegiada e independiente de las otras dependencias del Sistema. Así que, en la primera justa que tuvo, posterior a la reunión con el Viceministro, lo primero que hizo fue mencionar el hecho con una sonrisa de dientes ennegrecidos por el tabaco y la indiferencia.

-El viejo quiere que soltemos al tipo -dijo-. ¿Qué le parece?

Había dos hombres más, uno de ellos uniformado con distintivos de coronel. Era el jefe del servicio en Marte, y se mostraba amoscado por la actitud de la Tierra al enviarle a Necat para que investigara en su terreno. El vocablo “viejo” en aquel momento lo amoscaba aun más. El otro era un hombre delgado, de mediana edad, con anticuados lentes de acero, llamado Duller.

-Naturalmente, de él vino la información -dijo el coronel-. No creo que sea necesario…

-Recibimos miles de informaciones gratuitas por día, coronel-. La política del servicio no considera detenerse ante esos hechos.

-La información no puede quedar descubierta, de ninguna que podamos controlar -subrayó Necat con energía y lentitud.

-No veo la importancia -insistió el coronel-. Salvo que ustedes ya hayan metido los pies en el barro. Naturalmente, señores, también es mi trabajo. ¡Lo sé!

Necat se envaró, carraspeó y se removió con incomodidad:

-Parece que duda de mi profesionalidad. No hago nunca lo que no debo. Y lo que hago lo hago en la justa medida, coronel.

El coronel masculló algo, sin mirarlo.

-Sería aconsejable no discutir por nimiedades. El tipo no es el problema.

-Ah, por supuesto -dijo el coronel-. ¿Pero, ¿para qué estoy acá?

-La operación es mía -afirmó Necat, mirando fijamente al coronel-. Son órdenes de la Tierra.

-Señores -dijo Duller-. El punto es que si acá alguien más contacta al doctor, ellos sabrán que sabemos de su existencia.

-Lo importante es que nadie, absolutamente nadie, sepa que sabemos, coronel -dijo Necat lentamente mirando al militar.

-Si ellos lo llegan a saber, nuestro plan de encubrimiento se derrumba. Entonces buscarán otra forma de infiltrarse. Probablemente usarán otros cuerpos. O quién sabe qué métodos de encubrimiento. ¿Y cuánto tiempo tardaremos luego en detectarlos nuevamente? Incluso pueden usar los cuerpos de los rojos, o de los gremialistas, que vuelven y vuelven a insistir… Hasta ahora, por razones que desconocemos, jamás lo han hecho. Como saben, esa posibilidad de que apoyaran a los subversivos, aun de la forma más sutil, sería fatal para el Sistema. Ha sido nuestra pesadilla, por décadas.

Se cruzaron miradas en silencio durante unos minutos. Luego, con pesado énfasis, habló Duller.

-La interrogación siempre ha estado. Esa intervención sutil, ¿nunca ocurrió en la historia…? Los historiadores y sociólogos del Servicio afirman que sí. Ofrecen argumentos muy convincentes… Ustedes dirán, hay miles y les pagan muy bien para eso y fingir que sirven para algo. Bien. Yo leí los argumentos. Se los aseguro, y soy de los que no creen en casi nada… Son extensos y, sí, muy convincentes. Luego, sin embargo, hubo un cambio de actitud. Hasta hoy…

Duller terminó de hablar e intercambió miradas con los hombres.

-Tal vez, siempre fuimos…

Necat se calló. Algo después, el coronel dijo:

-Estoy enterado del plan general, señor Duller. De las posibilidades que se barajan en el estado Mayor.

-Pero es bueno que sepamos, señor, si existe otra alternativa para manejar el asunto. Según mi análisis, no existe alternativa.

El coronel chasqueó la lengua contra el paladar de platino implantado, preguntó:

-¿Cuántos más saben lo de este encubrimiento? ¿Y si es tan limitado el conocimiento del hecho, de qué nos puede servir si debemos actuar con rapidez? ¿Los jefes del Estado Mayor lo saben?

Necat encendió la pipa y Duller esperó que Necat contestara:

-¿Y bien? -preguntó el coronel.

-Ese asunto quedó en manos del Director. Bajo el Director, solamente nosotros y muy pocos más conocemos los pormenores, el encubrimiento, etcétera. El Director distribuye la información de la manera más restringida y estrictamente necesaria en un caso de emergencia. El Estado Mayor recibe infinidad de hipótesis para sus juegos de guerra. El servicio ha enviado infinidad de hipótesis, y la de este problema entre ellas, como una más. Es todo…

-Pero ustedes saben quién más sabe del asunto -insistió el coronel, mirándolos uno a uno fijamente.

-No lo sabemos, coronel -dijo Duller-. ¿Por qué habríamos de saberlo?

-¿Qué otra punta de la madeja ha quedado suelta?

-Este doctor y la mujer -dijo Necat-. Hemos dispuesto a la limpiadora, al portero del edificio, a un par de secretarias que ayudaron a la limpiadora cuando se desmayó.

-¿Y los hijos del doctor? -preguntó el coronel.

-No será necesario.

-¿De acuerdo, Necat? -dijo el coronel algo más entonado al sentir que llevaba adelante las decisiones.

-De acuerdo. Los hijos no.

-Pero queda la familia de la secretaria. ¿Quién es el marido?

-Trabaja en la City -dijo Duller-. No sabe nada. Estamos seguros.

-Claro que podríamos asegurarnos, también.

-¿Qué posibilidad hay de que sepa algo? -preguntó el coronel.

-Creo que ninguna -dijo Duller luego. Sonrió-: La mujer lo traicionaba con destreza. Es seguro que no sabe nada.

-De acuerdo -dijo el coronel-. Y está el hijo de la secretaria. Supongo que también lo excluiremos.

-Por supuesto.

-En el edificio, ¿investigaron posibles filtraciones? En general, las limpiadoras, el portero, las secretarias, saben mucho. ¿Está segura esa zona?

-Lo mencioné antes, señor. Dispusimos de todos los involucrados que vieron o sospecharon algo.

Hubo un silencio.

-La mujer del doctor, ¿sabía algo?

-Sobre lo de la secretaria, creemos que no. Además, no importa ya. Pero, pudo saber sobre Procardus. Es muy posible. El doctor fue a ver al Viceministro por instigación de ella. Es posible que ella supiera, o no. No podemos saberlo, ni arriesgarnos.

-¿Han dispuesto de ella?

-En seguida -dijo Necat-. No era necesario más.

-Queda el doctor.

-Lo hemos interrogado -agregó Duller-. Para asegurarnos de que no se lo comentó a nadie más.

Siguió otro renuente silencio de Necat y Duller.

-¿Y? -preguntó el coronel, subrayando la pregunta con un fuerte gesto-. Parece que debo rogarles que me den la información. Vamos, hablen.

-No le dijo nada a nadie, coronel.

-¿Usaron las drogas…? Son más seguras, rápidas y limpias, según he entendido. No por otra cosa… Lo saben. La eficiencia moderna.

Necat revisaba la pipa, que se le había apagado. Duller no dijo nada.

-Lo usual -dijo Necat, encendiendo un fósforo, distrayéndose, examinando de cerca la madera quemada de la pipa.

-¿Han terminado con él?

-Lo necesario -repitió Necat, sacudiendo el fósforo-. Lo necesario, coronel.

-¿Algo más, señores?... Me espera una comunicación directa con el Director en la Tierra y quisiera llevarle las últimas noticias. Nada antiguo.

-Faltaría que firmara, coronel -dijo Duller sacando de un portafolios una fórmula en cuadruplicado.

El coronel tomó la lapicera de oro que le tendió Duller.

-Disposiciones… Nada más.

-Nada más, coronel -Duller se despidió con una sonrisa amable.

El coronel había abierto la puerta y se detuvo. Cerró la puerta y se dio vuelta.

-Una duda, señores. ¿Qué hay de los muchachos que envasaron, retiraron e instalaron en el laboratorio a la cosa?

-¿Se refiere a mis hombres? -preguntó Necat.

-Usted no tiene hombres. Los hombres son del SIS, y en último caso serían del Director, señor Necat.

Necat sonrió para distender la abrupta observación. Aquel recurso de la sonrisa lo había utilizado infinidad de veces en momentos semejantes. Adoptó la condescendencia:

-Tiene razón, coronel, tiene razón.

-¿Y bien? -insistió el coronel mirándolo directamente.

-Son de plena confianza, coronel. Además, están en la ficha de secretos oficiales. Si no confiamos en ellos…

-Despreocúpese, coronel -dijo Duller con un gesto distendido.

-Debo planteárselo al Director. Ustedes son responsables por ellos.

Necat y Duller se miraron en silencio.

-Por ahora, usted firmó sólo las eliminaciones, coronel. Si hay novedades, será el primero en saberlo.

-Por supuesto -subrayó el coronel, satisfecho de sí mismo por no haberse reducido ante aquellos hombres difíciles.

Acaso alegre por eso, dio unos ágiles pasos desde la puerta hacia la pequeña mesita donde estaba el vaso de whisky que Necat había traído de la Tierra, y que antes el militar había rechazado con displicencia. Repentinamente, empinó el vaso, vaciándolo con un trago, chasqueó la lengua y sentenció con un fulgor en la mirada:

-¡No hay whisky como el de Escocia!

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