miércoles

ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (35) - MIJAIL. BAJTIN


b) (8)


Esta necesariedad inmanente de la vida éticamente orientada del héroe debe ser comprendida por nosotros en toda su fuerza e importancia, en lo cual tiene razón la teoría expresiva, pero esto se refiere únicamente a la apariencia estéticamente significativa de la forma de esta vida ala que transgrede, y esta forma es la expresión, pero no la conclusión de la vida. A la necesariedad inmanente (claro, no psicológica, sino de sentido) de una conciencia viviente (o la conciencia de la vida misma) se le debe oponer la actividad justificadora y conclusiva venida desde el exterior, y sus aportes no deben estar en el plano de la vida vivenciada externamente, en tanto que su enriquecimiento de contenido en una misma categoría -así sucede sólo en la ilusión, y en la vida real esto corresponde al acto (de ayuda, por ejemplo)-, sino que deben estar en el plano donde la vida al permanecer siendo vida solamente, por principio carezca de fuerza; la actividad estética trabaja todo el tiempo sobre las fronteras (y la forma es una frontera) de la vida vivenciada desde el interior, allí donde la vida está orientada hacia el exterior, donde se acaba (el final espacial, temporal y de sentido) y donde comienza una vida nueva, allí donde se encuentra la esfera de actividad del otro, inalcanzable para ella. La vivencia propia y la conciencia propia de la vida y, por lo tanto, su autoexpresión como algo unitario, tiene sus fronteras inamovibles; ante todo, estas se trazan en relación con el propio cuerpo exterior de uno; el cuerpo en tanto que valor estéticamente observable y que puede ser combinado con el propósito vital interno, permanece detrás de las fronteras de una vivencia propia unitaria; en mi vivencia de la vida, mi cuerpo exterior puede no ocupar el lugar que ocupa para mí en una vivencia empática de la vida de otro hombre, en la totalidad de su vida para mí; su belleza exterior puede ser momento sumamente importante en mi vida y para mí mismo, pero esto por principio no es lo mismo que vivenciarla de una manera intuitiva y observable en el nivel unitario de valores con su vida interior como su forma, así como yo vivo esta personificación del otro hombre. Yo mismo me encuentro todo dentro de mi vida, y si yo de alguna manera pudiera ver la apariencia de mi vida, en seguida esta apariencia se convertiría en uno de los momentos de mi vida vivida internamente, la enriquecería de un modo inmanente, esto es, dejaría de ser una apariencia real que concluyese mi vida desde el exterior. Supongamos que yo pudiera colocarme físicamente fuera de mi persona: digamos que obtenga la posibilidad física de darme una forma desde el exterior -de todos modos yo no dispondría de ningún principio convincente para constituirme exteriormente, para moldear mi apariencia, para concluirme estéticamente, si yo no alcanzo a ubicarme fuera de toda mi vida en su totalidad, percibida como la vida de otro hombre. Pero para encontrar esta posición firme fuera de mí mismo, no sólo como algo externo sino como una fundamentación significativa y convincente, con todos sus propósitos, deseos, aspiraciones, logros, habría que percibir todo esto en otra categoría. No expresar su vida, sino hablar acerca de su vida por la boca del otro -esto es lo necesario para crear una totalidad artística, incluso de una pieza lírica.

De esta manera, hemos visto que el hecho de anexar una actitud simpática o amorosa respecto a una vida vivenciada empáticamente, es decir, el concepto de simpatía, o sentimiento participativo explicado y comprendido de una manera consecuente, destruye radicalmente el principio puramente expresivo: el acontecer artístico de la obra adquiere una apariencia totalmente nueva, se desarrolla en un sentido muy diferente, y la simpatía pura en tanto que momento abstracto de este acontecer viene a ser sólo uno de los momentos, y además un momento extraestético; la actividad propiamente estética se manifiesta en el amor creativo hacia un contenido vivenciado, es decir, en el amor que crea la forma estética de la vida vivenciada a la que transgrede. La creación estética no puede ser explicada y entendida inmanentemente a una sola conciencia, el acontecimiento estético no puede tener un solo participante, que tanto vivencie la vida como exprese su vivencia en una forma artísticamente significativa; el sujeto de la vida y el sujeto de la actividad estética que conforma esta vida no pueden coincidir. Hay acontecimientos que por principio no pueden desenvolverse en el plano de una conciencia unitaria sino que suponen la existencia de dos conciencias inconfundibles; hay sucesos cuyo momento constitutivo esencial es la actitud de una conciencia hacia otra conciencia, precisamente en tanto que otro; y estos son todos los acontecimientos creativos y productivos que aportan lo nuevo, que son únicos e irreversibles. La teoría estética expresiva es sólo una de las muchas teorías filosóficas, ética, histórico-filosóficas, metafísica, religiosas, que podríamos denominar teorías empobrecedoras, porque aspiran a explicar un acontecimiento productivo mediante su empobrecimiento, ante todo mediante la reducción cuantitativa de sus participantes: para explicar el acontecimiento en todos sus momentos, se transfiere al plano de una sola conciencia, y es dentro de la unidad de esta como debe ser entendido y deducido dicho suceso; con lo cual se logra una transcripción teórica del acontecimiento ya sucedido, pero se pierden las fuerzas creadoras reales que iban construyendo el acontecimiento en el momento de su creación (en el momento en que el acontecimiento aun permanecía abierto), desaparecen sus participantes vivos y fundamentalmente inconfundibles. Sigue sin ser entendida la idea de enriquecimiento formal, en oposición a un enriquecimiento material o de contenido, mientras que esta idea aparece como la fuerza motriz principal de la creación cultural, que en todas sus áreas no aspira a enriquecer el objeto con el material inmanente sino que lo transfiere a un distinto plano de valores, y este enriquecimiento formal es imposible cuando tiene lugar una fusión con el objeto a elaborar. ¿Con qué se enriquece un acontecimiento si yo me confundo con el otro hombre? ¿Qué me importa si el otro se funde conmigo? El otro ve y sabe aquello que veo y sé yo, y él sólo repetiría lo irresoluble que es mi vida: que el otro permanezca fuera de mí, puesto que en esta condición puede ver y saber aquello que yo no veo ni sé desde mi lugar y así él puede enriquecer de una manera significativa el acontecimiento de mi vida. Si yo solamente me fundo en la vida del otro, entonces lo que logro es únicamente profundizar más su carácter irresoluble, y así sólo doblo numéricamente su vida. Cuando somos dos, entonces, desde el punto de vista de la productividad real del acontecimiento, lo importante no es el hecho de que aparte de mí exista uno más, o sea, un hombre igual (dos hombres), sino precisamente el hecho de que este sea otro para mí, y en este sentido su simple compasión por mi vida no viene a ser nuestra fusión en un solo ser ni tampoco una repetición numérica de mi vida, sino un enriquecimiento importante del suceso, puesto que mi vida la vive él de una forma nueva, en una nueva categoría de valores: en tanto que es la vida de otro hombre que valorativamente posee un matiz distinto y se percibe diferente, se justifica de otro modo en comparación con su propia vida. La productividad del acontecimiento no consiste en la fusión de todos en una unidad, sino en la intensificación de nuestra oposición e inconfundibilidad, en el aprovechamiento del privilegio de nuestro único lugar fuera de otros hombres.

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