miércoles

EL TESORO DE RONALDINHO Terrorismo en Francia ‘98 (7) - Hugo Giovanetti Viola


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Isabelino Pena se despertó al amanecer y manoteó el vaso de agua pero lo encontró vacío.

-Qué deshidratración, Hombre Nuevo -me latiguea la Dama.

El detective se agarró el estómago como para rezar. La huesuda sigue oliendo a borra de florero y yo me siento un pescadito culpable de la sequedad cósmica.

-Explicale al lector cómo te queda el alma después que te emborrachás para poder seguir creyendo en las milicias de la redención.

Lo importante es saber que el Espíritu perdona y espera que cualquier hombre rejunte sus pedazos, pienso ahogado de sed.

-¿No te acordás de nada, quijotín? Anoche tuve que sacarte hasta los calzoncillos de tan duro que llegaste. ¿Ni siquiera te acordás que dejaste a la yirita de la chambre 9 con el viejo baboso y te sentías Jesús?

-De lo único que no me olvido es de Jesús -se sentó crujientemente Isabelino Pena.

Y me destapo de una patada y me tambaleo aplastando cadáveres de cucarachas para meter la boca en la canilla y empaparme la nuca hasta que Satanás se hunde en mi lava negra.

-¿Y ahora qué vas a hacer? -descruzó las tibias la Dama.

-Tengo que acompañar a Beatriz hasta el quilombo -me visto y me engomino con la sensación de tener el esqueleto casi pulverizado por una secta de termitas-gárgolas.

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Isabelino Pena caracoleó con inseguridad hasta el segundo piso y se paró un momento frente a la chambre 9. Pero enseguida oigo voces en la conserjería y bajo y encuentro al ruso y al Bigote tomando café.

-La Bicha no se desocupó, todavía le informó el hotelero a Isabelino Pena. -Acá estamos discutiendo con don Mijail, porque ni siquiera acepta volver a ver la filmación de la Hortensia.

-La Nueva Dulcinea no puede resplandecer con horror a las gárgolas -le bizquea el ojo muerto al ruso. -Y no existe un segundo de la filmación donde la Dama Perfecta exista tal cual es. No joda más, Monsieur.

-¿Pero a usted no le gusta decir que fracasar es lo humano? -observó la pantallita apagada el hotelero.

-El problema es que el Gran Tiempo es divino -me siento igual que Philip Marlowe provocando a la policía.

-Bueno -se rio el Bigote. -Califíquelo como quiera. Spinoza nos dio permiso para usar viejos términos alusivos a la inmortalidad que no existe. Porque es obvio que el tercer grado de conocimiento nos ayuda a superar la finitud, pero no la mortalidad.

Bajtin y el detective se miraron.

-Vamos, don Mijail -se envalentona en Bigote. -Usted habrá hecho muy buena letra dialéctica en Siberia pero en el fondo es un monista de la natura naturata, al revés que el Gran Marrano. ¿O no?


-Yo investigo los símbolos -alzó su taza el ruso. -Y trato de religar sin agarrarme a dogmas.

-Y sin utilizar la luz del Verbo vivo con un cinismo aristocratizante -me desboco y no puedo retener un estornudo-trueno que le clava una flema en el zapato al Bigote.

-Dios-se frunció asqueadamente el hotelero. -Yo no me estaba refiriendo a los marranos alérgicos.

Entonces me arrodillo a limpiarle el zapato y después de enterrar el gargajo en mi pañuelo sentencio:

-Dios es lavar la culpa sin devolver el odio, Monsieur. ¿Sabe que usted parece un huesudo de La Sorbonne? Con la diferencia que ellos se disfrazan de hombres. Y usted de creyente.

-Basta -roncó Bajtin. -Parecen hinchas de fútbol. Lo único que le voy a pedir es que destruya todo lo que filmó, señor spinoziano.

-Y yo lo único que le voy a pedir en retribución es que me explique cómo pensaba utilizar el trasluz virtual de la Dama del Gran Tiempo.

-Haciendo cruzar la imagen por encima de la línea central de la cancha en el momento de empezar el primer partido del mundial.

-Mi Dios: pero hubiera sido alborotar a millones de personas con una imagen humanizada (y por lo tanto falsa) del absoluto -ladra el Bigote. -Lo que necesitamos es la imaginación purificada de supersticiones o teologías que se disfrazan de ciencias de la redención.

-No siga nombrando a Dios -encañonó Isabelino Pena al hotelero con la pipa vacía. -Hable de la base cognitiva de la salvación o del orgasmo consolador del ahorcado o lo que se le ocurra. Pero deje al Padre tranquilo, por favor.

-Perdonen: ¿queda café para un pobre de espíritu? -pregunta Jung sonriendo desde la puerta, aunque la trastienda de su miopía sopesa la pelotera aceradamente.

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Isabelino Pena le arrimó una silla al suizo y jadeó:

-¿Qué sabe de Beatriz? ¿Usted durmió en la chambre 9, no es verdad?

-Estuve en mi cubículo anexo de la chambre 9 toda la santa noche pero no dormí nada -me corrige Jung, plácido.

-¿Así que yo fui el único que tomó Lexotan? -bostezó recelosamente Bajtin.

-Usted y Felisberto. Yo primero me desvelé interpretando la caída, el despedazamiento y la exhibición virtual de la Hortensia endemoniada y después escuché. Porque el señor sabueso trajo a la Beatrice de Onetti y no tuve más remedio que escuchar.

-Yo casi no me acuerdo de nada -eructo un encrespamiento bilioso del café.

-Cuente, cuente. Adoro la franja verde -se entusiasmó el hotelero.

-¿No hablé de una noche santa? -me pide un cigarrillo Jung, por señas. -Santa como la PAX del altar, mis amigos. Porque apenas quedaron solos Onetti le pidió a la muchacha que se despintara y se acostara en el sofá tapada hasta el pescuezo con una sábana.

-Y sin embargo el viejo estaba esperándola desnudo. Desnudo y tomando whisky -entrecerró su mirada fluvial Isabelino Pena. -De eso me acuerdo clarito.

-Eso yo no podía verlo -cabecea con bondad y displicencia el suizo. -Bueno, y de golpe Onetti pregunta: ¿Qué precisabas contarme, querida? Y ella demoró mucho pero al final contó que en el Paraguay las familias muy ricas visitan a los muertos en sus panteones y les hablan y los tocan. Y que a ella la obligaban a masturbarse besando el cráneo del abuelo todos los domingos. Desde que tenía seis años.

Nos junamos apenas con el ruso.

-Y esta mañana, cuando me di cuenta que estaban dormidos y me animé a salir -se limpió los lentes Jung- pude ver la forma Dei impresa indeleblemente en las facciones de la muchacha. Como el Verbo espejado sobre las aguas de la Creación o el ánimus que sella la individuación del ánima caótica. Porque la verdadera esencia del plomo es el oro, como enseñó Muhyi-d-Ibn’Arabi sintetizando de un plumazo a Platón y a Aristóteles.

-¿Lo puede traducir o es pura imaginatio? -se desboca el Bigote y Bajtin alza el bastón como para pegarle de veras hasta que el negro empieza a berrear un merengue en el patio y corremos a verlo.

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Isabelino Pena esperó que Bajtin llegara a la ventana y se sacó el gacho para presentar a la muchacha que merengueaba con el Papalote.

-Esa es Beatriz, maestro.

Tiene puesta solamente una gran camisa blanca encima de los encajes y parece pertenecer mucho más a la desnudez solar que a la sombra del gallo.

-Este Onetti es asombroso. Dígame si esa criatura no baila como si cabalgara penetrada por Dios -se ajustó los lentes Jung.

Bajtin la mandó llamar inmediatamente y ella se presentó con el mate y la pava y una rosa metida entre los pechos.

-Cómo está Juan -pregunto.

-Roncando -se aplastó el pelo chorreante Beatriz. -Perdón, pero aquí falta el señor que toca el piano y el que está casado con la maniquí.

-Ese se quedó viudo -nos sigue provocando el Bigote, aunque nadie le da bola.

-Y yo soy el director de esta troupe y quisiera contratarla por unas horas más, señorita -sonrió Bajtin.

Ella baja los ojos para cebar un mate y advierte:

-Bueno, los precios de las fiestitas con mucha gente los pone Yemanjá. Habría que llamarla por teléfono para que me dé permiso, además.

Jung le pidió otro cigarrillo al detective mientras el ruso contestaba:

-Entonces vamos a llamarla ahora mismo. Pero para pedirle precio por un paseo en gallo y una filmación.

-Ah -se le agita la rosa a Beatriz. -Pornografía no filmo. Porque cuando deje el queco pienso ser bailarina y esa publicidad no me conviene. ¿Entiende?

-No te hagas mala sangre que no es pornografía, mijita -abrió la cabina telefónica Isabelino Pena. -Y usted empiece nomás con los preparativos que yo me encargo de ponerle el cascabel a la pantera, don Mijail.

-¿Pero estamos todos locos? -se encocora el Bigote.

-Yo no. Y toco madera -sopló el humo Jung, manso.

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