miércoles

EL TESORO DE RONALDINHO Terrorismo en Francia ‘98 (10) - Hugo Giovanetti Viola


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Isabelino Pena demoró en escupir desahogadamente hacia el ruido de la plaza y comentarle a Bajtin:

-Límite en movimiento.

-Yo diría sobre todo que es la transmutación de una novedad absoluta o valor supremo en PUERTA DIMENSIONAL -sonríe el ruso. -Algo que en las épocas precapitalistas se hubiera calificado como un milagro. En fin.

-La puerta se cerró detrás de ti -bachateó el Papalote, simulando tamborilear sobre la mansedumbre vigilante del Lobo.

-El problema es que se pueda volver a abrir -gruñe el Bigote.

-Ya se abrió -explicó Jung. -Beatriz ya está en la chambre 9. En un rato vamos a poder comprobarlo.

El profeta sigue saltando entre Only you y Yesterday como si se despeinara en una calesita y Felisberto consulta:

-¿Volvemos al Stella, maestro?

-No -contestó Bajtin. -El destello va a exhibirse ahora mismo, señores.

Mozart empieza con el 23 y cuando nos sentamos en semicírculo y el resplandor de la terraza queda herméticamente bloqueado nos invade una infusión puntillista de Espínola Gómez que parece rezar: No volveré a nacer. / La eternidad gotea su ventarrón de perlas / entre una veladura de acacias amarillas. / Y el perfume resuena. / No volveré a morir.

-Ahora -mumuró el ruso.

Y del destellador se desprende la espesura de una Beatriz tan alta como la Hortensia pero que nos extiende una PAX sideral con la palma del alma.

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Isabelino Pena comió un solo pedazo de pulpón. El Papalote le cuenta al ruso y a Jung cómo se las arregló para que el carnicero le cortara el asado a la criolla y el profeta bobea con Felisberto:

-El gallo del uruguayo tiene piano y va lontano. Y en la heroica chambre 9 ya no llueve y hay grial. SE ABRIÓ LA DIMENSIONAL!!!!

-Son ricas estas costillitas -le comentó el hotelero al detective. -Pero las rosas depredadas por las bestias aborígenes se las voy a tener que cargar en la cuenta a Bajtin. Permiso que ya vuelvo.

Bestias aborígenes serán tus hemorroides, pienso empinando una botella de la reserva de Bollingen: aunque en el fondo ya sabemos que vos pateás pal mismo lado que los cosos sin culo, diavolo de Sorbón.

En ese momento Felisberto observó la gran cresta de la nave y contrapunteó:

-Yo habré perdido una Hortensia pero gané la presencia de un yo con fosforecencia.

Y de golpe se aplasta los rulos y sondea el cielo aduraznado para desembuchar:

-¿Sabe que antes de mji primera muerte tuve el proyecto de escribir sobre un acomodador que asesinaba jubilados con un firuleteo de la linterna y los mandaba al paraíso aunque no creía en Dios?

-Pero qué sinvergüenza más piadoso -se chupó un dedo Mozart. -Bueno, yo voy subiendo porque está por empezar la ceremonia de inauguración en Saint Denis.

Al rato se van todos menos el perro y lo único que se sigue escuchando son las carcajadas rabelaisianas de Jung, que tuvo la delicadeza de dejarme otra botella.

-Ah brasas de amor vivo -se aflojó la corbata Isabelino Pena. -¿Me habrá tocado dar la vida por el coágulo azul?

Y al ver que el Lobo escarba en el cantero me levanto sin soltar la botella y grito:

-Fuera, hermano. Allí sobran los huesos.

Después el detective se hincó a la sombra del rosal y desapelotonó su pañuelo para recoger el cadáver del canario.

-Te mataron como a una cucaracha pero eras un poeta -sentenció al entreabrirle la mirada y descubrir dos brillitos de plata.

-Qué casualidad: yo también acabo de desenterrar un misterio, Monsieur le Privé -hizo saltar a Isabelino Pena el hotelero, incrustando cegadoramente la capelina en el polvo del patio. -¿No le parece que tendríamos que resolver algunas realidades antes de ir al estadio a emborrachar a media humanidad con la Gran Ilusión?

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Isabelino Pena contestó:

-Bienaventurados los que vean la imagen simbólica del Nuevo Eón porque se saciarán. Y le aseguro que la única realidad ilusoria que desaparecerá con el advenimiento cuatridimensional de Acuario será la Caída Humana, Monsieur l’Hôtelier.

El Bigote me mide derramando un desprecio irrefrenablemente esmerilado por la envidia y ladra:

-Lo que yo sé es que usted no me pidió permiso para saciarse con una huesuda en el hotel, payasito.

-Y usted no me pidió permiso para entrar en la chambre glorificada por mi hijo, basura.

-La basura tuve que subir a sacarla porque Bajtin contrató el Stella entero y sin personal que lo comprometiera, como cualquier fanático fundamentalista. Pero yo terminé barriendo un esqueleto.

El detective se arrodilló para volver a enterrar el canario de Klimovsk envuelto en su pañuelo y lo regó con vino.

-Y ahora usted acaba de descubrir otro asesinato, encima -se lengüetea los colmillos el sorongo.

-Es verdad. Pero no se lo cuente a Bajtin. Y deme la capelina, por favor: en mi estirpe es un touch del alma enamorada, que ni cansa ni se cansa.

Isabelino Pena agarró el sombrero todavía impoluto y de golpe empezó a estornudar al mismo tiempo hasta quedar agachado con sumisión fetal. Entonces le arranco el forro de seda al gacho para fregarme el gargajerío y me pongo la capelina y jadeo:

-Nos tendríamos que ir yendo al estadio. ¿Piensa viajar en gallo?

-No. Prefiero tomar un taxi.

El detective tiró el gacho rotoso a la basura y atajó a Felisberto en mitad de la escalera:

-Quédese mirando televisión tranquilo, aparcero. No vamos a usar la nave.

El hombre de frac verde me estudia sonriendo:

-¿Sabe que recién me doy cuenta que usted se parece muchísimo a la portera del quilombo? Con todo respeto, claro.

Isabelino Pena sacó a relucir su pipa, la mordió y contestó:

-Puede ser. Y además tengo toda la pinta de un jubilado. Pero creo que no me merezco ir derecho al paraíso con ella, así que conmigo no habría necesidad de usar la linterna homicida.

El Bigote me mira pensando que terminé de rayarme y Felisberto suspira:

-Tiren sobre el pianista, nomás.

Mozart, Bajtin y Jung aprobaron eufóricamente la incorporación de la capelina al look detectivesco.

-Me parece un recurso carnavalizador digno de San Basilio -exagera el ruso.

-Para mí está igualito a San Giorgio en el momento de subir a la dama recién rescatada al caballo -se apoyó la botella contra la cara Jung. -El dragón todavía echa humo y el guerrero enarbola la blancura inmortal mientras le dice: Te salvé, alma mía.

-Maravilloso. Inescrupuloso. Ampuloso. Filoso -hace una reverencia Mozart para alcanzarme el evangelio de Saramago. -Beatriz y don Juan Carlos acaban de salir a cenar y a bailar unos tangos. Y el Caballero de la Rosa acaba de anotar un mensaje en la primera página de este volumen.

Isabelino Pena lo recogió fatigadamente y leyó: Che, Marlow: me olvidé de decirte que para escribir como Satanás hay que ser un genio. Así que tené pasensia con el defensor de las causas podridas. Entonces le pido al Bigote que me espere un minuto y me encierro en la cabina y llamo a Yemanjá, que chilla de sobrepique:

-Yo te dije que me iban a robar al bomboncito, enano. Así que preparate para descarrilar.

-Tengo noticias peores. Estoy seguro que al canario de Grucha lo limpiaron, también. Más no puedo explicarte.

El detective aprovechó la mudez de la negra para escurrirse los mocos con la mano y agregó:

-Preciso que me ayudes, mamavieja.

-Siempre que sea pa que revientes de una vez, encantada.

-¿El milagro de Abita lo firuleteatse a pedido de alguien?

-¿Pero vos qué te creés? -se empieza a divertir. -Una desconchada con capelina no la inventa cualquiera, rapaz. Esa la soñé al mango, mientras me mineteaba a la Bicha. ¿O no te cayó bien la Dama?

-Me enamoró. De veras.

-Lástima que no te dé la cuerina para entender quién es.

-Andá a la mierda, diosa.

Yemanjá del Mar Dulce le latigueó el oído al detective con una carcajada de manicomio y después jadeó:

-Okey. Una ayuda, mi santo: todo lo que te dijo la huesuda es verdad. Y que te garúe finito.

Y enseguida que cuelga siento que me chorrean los requesones de Sancho por la cara.

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Isabelino Pena se asomó por la ventanilla del taxi y le explicó al Papalote:

-Yo también vuelo en la calesita que sale a las ocho de Versailles, pero voy a tomarla directamente desde el estadio. Así que ya no nos vemos.

El Negro Jefe se saca el panamá y me despide oliendo a mar revuelto:

-Ta todo escrito, don Pena. Lo nuestro es la santa cena.

El detective le hizo la venia y el otro elastizó una posición de firme muy patizamba. Y cuando dejamos de ver la guayabera que parece bordada con nácar el Bigote confiesa:

-Hay que reconocer que esa calesita ultradimensional que programó Bajtin es gloriosa.

-Más gloriosa fue la proyección de la Dama del Cosmos, Monsieur. No se me haga el modesto.

-Déjese de joder. Creer en eso sería como creer en la resurrección de Jesús que vemos en las películas. Aunque confieso que exageré con lo del alboroto mundial: nadie le va a dar bola. Van a pensar que es una propaganda de champú como las que hace Claudia Schiffer o algo así.

El detective se tapó la gran nariz gredosa con la capelina. Trato de recomponer desesperadamente todo lo que me dijo la Dama en la chambre y cuando me quedo en blanco mastico un Ave María y un Padrenuestro en tándem hasta que ya pasando Clignancourt siento caer un doblón de la piñata y me zambullo al tanteo, todavía:

-Me imagino que habrá tenido la decencia de destruir la filmación de la Miss Gran Tiempo que hizo a través del vidrio falso de mi botiquín, Monsieur l’Hôtelier. Porque estoy segurísimo que la primera noche Yemanjá tuvo la gentileza de bocinarle cuál era la maldición de Abita que me correspondía cuerpear y usted no podía dejar de aprovecharlo. ¿No es verdad?

Pasaron dos semáforos antes que el hotelero retrucara:

-Touché. ¿Pero a usted que le importa si yo conservo esa maravilla felliniana? Yo pensaba que los privés con honor se encachilaban con la redención de los asesinatos, viejo. ¿Y resulta que hay una portera de quilombo y dos canarios parlanchines borrados olímpicamente del mapa y usted lo más tranquilo? Es más: todavía me pide que no le cuente nada a Bajtin. ¿Pero qué es esto? ¿Una brigada teleológica comisionada para barrer realidades abajo de alfombra?

No volvemos a hablar hasta acomodarnos en las butacas ubicadas frente a la línea central de la cancha que consiguió el ruso a precio vangoghiano.

-Qué belleza -recompuso una sonrisa dorada el detective. -La humanidad. El fútbol. La promesa del reino.

-Pan y circo, Monsieur. Y en lo posible una alienación religiosa decente para que las masas se olviden de que no pueden acceder al tercer grado de conocimiento. Dios no es para cualquiera.

-El amor a la unidad está en cada uno de nosotros como los intestinos, el infierno y la muerte. Fíjese en la expresión de Ronaldo: ese muchacho nació para profetizar la gracia de profundidad inefable de la unidad vida.

-Por algo está tasado en ciento veinte millones de dólares.

Ya van a destazarlo, pienso pero me callo: el Bigote prepara el destellador con las venas muy hinchadas y yo me saco la capelina y me arrodillo para encomendarle al Señor la ofrenda del Gran Tiempo.

El hotelero le acarició el jopo engominado al viejito y chistó:

-Arriba, Monsieur: ya va a empezar el partido. Y trate de perdonarme por las malas jugadas.

Entonces entiendo todo de golpe y me siento flotar como un colibrí cuando le arranco los velcros maquillados y le dejo la máscara colgando sin que levante un dedo para frenarme.

-Tiens -dijo el detective. -El huesudo que no soporta las porteras santas ni los canarios poetas.

-Ni la fe en las brigadas de la alucinación -agrega accionando el proyector para que se desprenda el destello sepulcral de la Dama de mis pesadillas.

Entonces Isabelino Pena agarró la capelina como si fuera un aro de quiosco de kermesse y la tiró hasta embocarla sobre la calavera virtual mientras roncaba:

-Ya adiviné quién sos, paloma mía. DULCINEA DEL TOBOSO!!!! Mártir de los adoradores del imperio ilusorio de la parca!!!! Hermosura contrahecha por las garras del mundo!!!! Triste figura de la eternidad!!!!

Y el esqueleto se trasmuta ipso facto en la Beatriz floral y la veo caminar impresionistamente ensombrerada por la cumbre del sol hasta que un resoplido del Bigote me desguaza la espalda recordándome que ya debo pesar menos que un colibrí.

-Todo escrito, señores -gritó Isabelino Pena.

Y antes de asfixiarme alcanzo a saborear la LUX que sobrevuela la mitad de la cancha y pienso en las pantallitas de los hombres saciados. Ronaldo sonrió.

1999 / 2000

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