miércoles

CHARLES BUKOWSKI - JAMÓN Y CENTENO (LA SENDA DEL PERDEDOR) - 37


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-¡Vamos! -dijo mi padre, haciéndome entrar en el baño. Él agarró la correa.

-Bajate los pantalones y los calzoncillos -dijo.

No le hice caso. Él se me puso enfrente, me desabrochó el cinturón y me hizo caer los pantalones. Después me sacó los calzoncillos. Entonces hizo explotar un terrible correazo sobre mi espalda.

-¡Vas a matar a tu madre! -aullaba.

Me siguió latigueando. Pero esta vez mis ojos permanecieron extrañamente secos. Pensé en matarlo. Tendría que haber alguna manera. En un par de años iba a ser capaz de matarlo a golpes, pero me hubiese gustado que fuera en ese momento. Él era un don nadie. Y a lo mejor vez yo era un hijo adoptivo. A cada latigazo el dolor se volvía más terrible, pero yo ya había perdido el miedo y el baño ni siquiera se me nublaba. Podía ver todo muy claro. Mi padre notó el cambio y redobló la fuerza de los golpes, pero yo ya ni los sentía. Algo había cambiado, y ahora el impotente parecía ser él. Hasta que me dejó de pegar y escuché cómo colgaba la correa y salía jadeando del baño.

-Oíme -le dije.

Mi padre se dio vuelta y me miró.

-Seguí pegándome -le dije-, Capaz que te sentís mejor.

-¡No te atrevas a hablarme así! -me contestó.

Yo me quedé mirándole la papada que le colgaba abajo del mentón y alrededor del pescuezo. Eran unas arrugas tristes. Y el rostro tenía el color de la masilla resquebrajada. Estaba en calzoncillos y la barriga le formaba pliegues en la camiseta. Sus ojos vacíos habían perdido la fiereza y me esquivaban. Algo había pasado. Las toallas del baño se daban cuenta. La cortina de la ducha se daba cuenta, el espejo y la bañera y el water se daban cuenta. Mi padre se dio vuelta y se fue. Él también se daba cuenta. Aquella fue la última paliza que recibí. De parte suya, por lo menos.

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