1ª edición WEB: Axxón / 1992
2ª edición WEB: elMontevideano Laboratorio de
Artes / 2019
NUEVE
La cosa fue
cuidadosamente envasada en un gran cajón colocado sobre ruedas. El cajón tenía
fuertes argollas, de forma que los hombres podían elevarlo para bajarlo por las
escaleras de emergencia del edificio (no entró en el ascensor). Fue dificultoso
cargarlo pasando dentro del gran cubo de lona hasta la ambulancia. Con una fuerte
custodia disimulada en vehículos comunes, llegó a la gran casa de aspecto
familiar e inofensivo, donde funcionaba la sección científica del SIS en la
metrópoli.
En el
laboratorio había doce oficiales, y entre ellos tres patólogos del servicio,
que se mantenían algo alejados, sin órdenes de intervenir si no eran
requeridos. En la puerta, dos oficiales uniformados les habían tomado el nombre
a todos y les habían hecho firmar una planilla para el archivo de secretos
oficiales. Un hombre filmó la escena desde distintos ángulos y se retiró. Le
había hecho una señal un oficial algo encorvado, con una pipa apagada entre los
dientes. Este hombre se llamaba Dominus Necat.
El señor Necat
había llegado unos días antes del hallazgo de la cosa, tal vez un día después
de la llegada de Porcardus al planeta. Entre los entendidos, Necat había
obtenido un incuestionable prestigio como interrogador. Siempre cultivó un
aspecto algo vetusto, delgado, encorvado, con la dentadura estropeada por el
continuado roce de la boquilla de una pipa, en general, decorativa. Había
quebrado a infinidad de neorojos y de sindicalistas con una técnica simple. Se
hacía pasar por tonto, inferior intelectualmente al interrogado, y con tal actitud
repetía infinidad de veces la misma interrogación, pero de distintas maneras.
Ayudado por la extenuación del gremialista, quizá, o descansando en otros
tratamientos menos saludables, pocos se habían resistido. Ahora, cuando
bordeaba los sesenta años y ya estaba establecida su escuela en el servicio,
había pasado al más distraído trabajo de investigación.
Durante esos
días en Marte se había sentido reconfortado de continuo: en cada mirada de subordinado
experimentaba, positivamente, hasta donde había llegado la leyenda de su nombre
en el Servicio.
-Materia rocosa
-afirmó, irguiendo orgullosamente el cuello-. ¿Alguna objeción?
-Ninguna -dijo
uno de los hombres, mientras se calzaba unos guantes quirúrgicos.
-¿Alguno quiere
tomar nota?
-Sería más
práctico filmarlo, pero más detenidamente, señor -surgió un joven oficial que
Necat no conocía.
-No es lo que
necesito -dijo Necat-. Las notas me las llevaré yo, ahora mismo. Es prioridad
Uno, ¿o no le pidieron identificación al entrar?
-Sí, señor.
-Prosiga.
-Dos cuerpos
humanos, al parecer -comentó el oficial de los guantes, palpando con
detenimiento la cosa-. Fusionados totalmente. Como si se hubieran derretido en
las partes de contacto.
-Bien, ¿qué más?
-Contacto por
detrás. Un cuerpo montado sobre el otro, al parecer. El cuerpo de abajo parece
más largo. El de arriba más corto y grueso.
-Describa los
cuerpos -dijo Necat-. Veamos si estamos de acuerdo.
El oficial
siguió palpando con cuidado.
-Aparentemente,
el cuerpo inferior es de mujer. El pelo parece haberse derretido sobre su piel y
la del cuerpo superior. Los muslos están soldados, como partes de los brazos. Los
torsos están totalmente soldados. El cuerpo más pequeño parece haber estado
fuertemente agarrado. La cabeza parece tener forma de…
Necat pidió un
par de guantes y comenzó a palpar la parte inferior.
-¿Qué le parece
esto? ¿Qué puede ser?
El oficial
titubeó.
-Dígalo -ordenó
Necat.
-Dos…
Necat esperó la
continuación. Dijo, exasperado:
-Sí, dígalo,
maldito… Son excepcionales, ¿no?
-Exacto, señor
-dijo el oficial.
-¿Qué más?
-Convulsión. Una
tremenda convulsión con torsión de los cuellos, señor.
-Continúe.
-El rostro del
cuerpo inferior parece haber sido armonioso. Pequeño, levemente oval… Parece
tener…
-Dígalo, maldito
-ordenó Necat-. ¿Qué espera?
-Senos, señor.
Parece que cuelgan.
Necat tocó la
cosa por debajo hasta llegar a las protuberancias.
-Parece haber
algo más -dijo-. ¿Qué le parece?
El oficial no
titubeó ahora.
-Manos. Manos
soldadas sobre los senos… Podrían ser, señor.
-De acuerdo.
Necat pidió una
gran lupa con luz y observó cuidadosamente la parte posterior de la cosa. Palpó
toda la cosa con detenimiento.
-Dos… -contó, y miró al
joven oficial que tomaba notas-. Como de un animal, supongamos… un animal.
Bien, bien. ¿Qué animal, oficial?
-Un animal, señor.
-¿Qué animal, señor? ¿O
no se anima a decirlo, señor?
El oficial que tomaba
notas se movió inquieto. No habló.
-Un toro, señor. ¡Un
toro! Ese animal y no otro, señor -dijo Necat finalmente, apuntando con la pipa
al hombre joven.
-Así es, señor. Eso
parece -asintió el joven, azorado, con la libreta de apuntes y el lápiz
apretados en el pecho.
Hubo un largo silencio.
-No se ve nada más, señor
-dijo finalmente el oficial que palpaba-. Zona fundida, totalmente fundida.
Aparentemente, hubo como una torsión horrible. Por la expresión de los cuellos
y los rostros. Algo repentino, tal vez.
-Muy bien -exclamó Necat
y caminó en silencio, durante unos minutos, alrededor de la mesa-. Dejemos
ahora que trabajen los patólogos.
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