La pulpería (21)
La intensidad de la voz
del Montés se había mantenido apenas audible, como hasta ese instante; pero el
tono tuvo un leve trastorno. Aunque recobró su habitual firmeza al agregar:
-En trances peores me he
visto, crealó. Y colijo que usté también.
-¡Si me habré!
Al ex-Recluta se le
descolgó a la mente el recuerdo de cuando el finado su bisabuelo -él nunca pudo
saber cómo, pues hacía años que estaba ciego- lo pilló al ladito de la cama de
matrimonio que después de enviudar el viejo siguió usando, lo mismo, y en la
que en aquella ocasión estaba durmiendo la siesta. “¡Yo te voy a dar revolverme
en los bolsillos!” “¡Soltá esa chuspa; largá ese yesquero y ese librillo de
papel, que te estoy filiando clarito!” “¡Pero qué soba te vas a ligar! ¡Mándese
mudar ligerito p’ajuera!” Y ya más reminiscencias escalofriantes empezábanle a
tomar cuerpo al Carpincho, cuando se hicieron humo. Fue que, llegada la partida
a la enramada, el Comisario Tigre ordenó:
-¡Alto! ¡Al!... Pie a
tierra, ¡hop!
En cuclillas, la soldadesca
empezó a manear.
-¡No, caray, Cabo Pato!
¡Nadie afloje las cinchas, por las dudas!
Y el Comisario, que había
descendido el último y esperaba que algún milico le maneara el lobuno, se puso
a armar un cigarro cuando agregó:
-Cabo Cuzco Overo, agenceeemé
una hoja de abrojo, que este tabaco es una yesca.
Refistoleando entre los
yuyos el aludido se separó.
Pareció que de golpe le
soplaron con un fuerte viento al Comisario. Porque se le apagaron los brillos.
Fue cuando se acogió a la sombra de la enramada bajo la cual había conducido su
caballo.
-Lo que es aquí -se decía
en silencio pero gravemente, observando la caballada- Don Juan no se halla. El
que está, y segurito que hecho esponja, es el primo de él. Pero hacerle un
interrogatorio a ese manojo de camándulas es tiempo perdido. Será el Zorrino lo
que será… ¡y más! Pero, hay que reconocerlo, usté lo…
El Comisario paró en seco
al sorprenderse tratándose de mucho “usté”. Entonces, ya se manifestó en alta
voz. Pero comprendiendo que de lo que se había dicho a sí mismo no estaban
enterados sus subordinados, recapituló un poco:
-Aquí el único que está es
el primo de Don Juan. Y dígase de él lo que se diga, hay que reconocer con
lealtá que es inútil quererle sacar algo. Ustedes lo estaquean, miren, y no le
hacen decir esta boca es mía si no es su deber. Y deberes hay muchos. De este
lao de la Justicia, como estoy yo y, sepanló, también toditos ustedes, es una
cosa; y otro hace una cosa mal, y está bien. Y hay jueces que han dicho,
después de quemarse las pestañas: “¡Que se vaya a la puta el Código!” Y agarran
los papeles de la Sentencia y escriben: “Asuelto”. Y ponen su firma abajo… y ¡abur,
Perico! Ustedes son jóvenes. ¡Hay que tener mundo! No es que uno apruebe que pueda
dar en cara la milicia. Uno lo que quiere decir…
Y fijó la vista, con aire
extraviado, en la pulpería. Es que, de origen desconocido, le sobrevino como un
dominador optimismo que puso a su carácter en la obligación de un cambio de frente;
de ejercerse, lo que nunca, dentro de los límites de una gran ternura que
abarcaba a toditos sus subordinados presentes y ausentes, al colonial edificio
de “La Flor del Día”, al apacible paisaje circundante… Y, lo que nunca, él
mismo también se estaba agarrando cariño.
-He dispuesto, muchachos
-continuó siempre con la mirada buscando mayores lejanías- que el mediodía lo
vamos a hacer aquí.
Ante lo persistente de
tamaña dulzura en el tono, los milicos se iban quedando cada vez más helados. Y
tal como la víbora apelando a sus ondeos va lo más campante entre los pastos y,
de pronto, siente que algo le tocó la cola, así la desconfianza se enderezó
inquisidora en cada magín, mientras el Tigre continuaba:
-Como mañana el pago está
de carreras, hoy han de estar aprontando un servicio, claro que completamente
gratis para la autoridá, que ni en la Presidencia de la República. Tanto asado
y tanto puchero ya le dan a uno en cara. Este mediodía, yo… pero también
toditos ustedes, entiendanmén…
No hay comentarios:
Publicar un comentario