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Además de Richard Waite, había
otro tipo problemático en la clase. Harry Walden. Las chiquilinas pensaban que
Harry Walden era lindo, porque tenía unos largos bucles dorados y se vestía con
ropa fina y delicada. Parecía un petimetre del siglo dieciocho emperifollado
con extraños verdes y azules oscuros. No sé dónde carajo los padres le encontraban
ese tipo de ropa. Y siempre se sentaba muy erguido y escuchaba con atención.
Como si entendiera todo. “Es un genio” decían las chiquilinas. Yo no creía lo
mismo. Y lo que no entendía era por qué ningún muchacho se trataba con él. Me
molestaba. ¿Cómo podía zafar con tanta facilidad?
Un día me lo encontré en
el vestíbulo y lo encaré.
-A mí no me parece que
seas un montón de mierda -le dije-. ¿Por qué todo el mundo piensa que sos un
montón de mierda caliente?
Warden desvió la mirada
por arriba mía, hacia la derecha. Y cuando miré para el mismo lado, me esquivó
como si yo fuera algo encontrado en una alcantarilla, y enseguida ya estaba
sentado en su pupitre.
Casi todos los días la
señorita Gredis seguía exhibiendo todo lo exhibible y Richard se enloquecía
mientras Warden permanecía inmóvil, con el aire de creerse un genio. Me enfermaba.
Entonces les pregunté a
algunos compañeros:
-¿Ustedes realmente
piensa que Harry Walden es un genio? Lo único que hace es quedarse allí callado
con su ropa fina. ¿Qué demuestra con eso? Todos nosotros podríamos hacer lo
mismo.
Pero nadie me contestaba.
Y yo no podía entender qué les parecía ese tipo de mierda. Las cosas
empeoraron. Apareció el rumor de que Harry Walden iba a ver a la señorita
Gredis todas las noches, que era su alumno preferido y que hacían el amor. Y
todo eso me enfermaba. No me podía imaginar a Harry sacándose su delicado traje
verde y azul, doblarlo en una silla y después sacarse los calzoncillos de satén
naranja para meterse entre las sábanas donde la señorita Greidi le acariciaba
los bucles dorados mientras le hacía otras cuantas cosas.
El rumor lo hicieron
correr las chiquilinas, que siempre parecían saber todo. Y aunque no le tenían
simpatía a la señorita Gredis, pensaba que aquello era algo perfectamente
razonable porque Harry Walden era un genio delicado y necesitado de toda la
simpatía que se le pudiera ofrecer.
Volví a encarar a Harry
Walden en el vestíbulo.
-¡A mí no me tomás el
pelo, hijo de puta! ¡Te voy a reventar de una patada en el culo!
Harry Walden me miró. Después
señaló algo por arriba de mi hombro y dijo:
-¿Qué es eso que hay
allí?
Me di vuelta a mirar, y él
se esfumó de golpe hacia su pupitre. Y allí se mantuvo a salvo rodeado por
todas las chiquilinas que lo adoraban porque pensaban que era un genio.
Cada vez había más
rumores sobre las visitas nocturnas que le hacía Harry Walden a la señorita Gredis.
A veces Harry faltaba y esos días yo me alegraba, porque tenía que aguantar
nada más que el golpeteo rítmico y no la adoración que sentían las chiquilinas
con sus polleras y sus suéters y sus trajecitos almidonados por aquel pedazo de
boludo. Y cuando Harry faltaba ellas murmuraban:
-Es que es tan
sensible…
Y Red Kirkpatrick decía:
-Ella lo debe estar
matando a polvos.
Una tarde que encontré el
asiento de Harry Walden vacío, pensé que era un faltazo común. Entonces la
noticia corrió de pupitre en pupitre. Yo era siempre el último en enterarme. Al
final escuché que Harry Walden se había suicidado. La noche anterior. La
señorita Gredis todavía no sabía nada. Yo miré hacia banco. Nunca más volvería
a sentarse allí. Toda aquella ropa colorida se había ido al carajo. La señorita
Gredis terminó de pasar lista, bajó y se sentó a cruzar las piernas en el
pupitre delantero. Llevaba puestas las medias de seda más finas que le habíamos
visto nunca. Y se había arremangado la falda casi hasta las caderas…
-Nuestra cultura
americana -dijo- está destinada a la grandeza. La lengua inglesa, ahora tan
limitada y estructurada, va a ser reinventada y mejorada. Nuestros escritores
van a utilizar lo que yo llamo americanés…
Sus medias tenían casi el
color de la carne. Era como si no las estuviera usando, como si estuviera
desnuda frente a nosotros, pero como además no estaba desnuda pero parecía
estarlo, la cosa era muchísimo mejor.
-Y descubriremos más y
más nuestras propias verdades y nuestro propio modo de hablar, y esta nueva voz
no va a estar estropeada por viejas historias, viejas costumbres, y sueños
viejos e inútiles…
-“BUMP, BUMP, BUMP…”
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