miércoles

CHARLES BUKOWSKI - JAMÓN Y CENTENO (LA SENDA DEL PERDEDOR) - 31


25

Curly Wagner se peleó con Morris Moscowitz. Fue después de la escuela, y los ocho o diez que nos enteramos fuimos a verlos atrás del gimnasio. Wagner había impuesto las condiciones.

-La pelea dura hasta que alguno se rinda.

-Bueno -dijo Morris. Era un muchacho algo, delgado y un poco estúpido, que nunca hablaba o molestaba mucho.

De golpe Wagner me miró.

-Cuando reviente a este tipo, ¡te toca a vos!

-¿A mí, entrenador?

-Sí, a vos, Chinaski.

Le contesté con una mueca.

-¡Cuando termine de reventarlos a todos van a tenerme un poco de respeto!

Wagner era un gallito. Se pasaba contorsionándose en las barras o dando volteretas sobre la colchoneta o corriendo alrededor de la pista. Caminaba contoneándose, aunque tenía barriga. Le gustaba ponerse a mirar un rato largo a alguien como si fuese una mierda. Yo no entendía qué era lo que lo molestaba. Creo que pensaba que nosotros nos cojíamos a todas las chiquilinas y eso no le gustaba nada.

Empezó la pelea. Wagner se movía bien. Se encorvaba, esquivaba y arrastraba los pies siseantes dando saltitos hacia adelante y hacia atrás. Era imponente. Le pegó tres directos con la izquierda a Moscowitz, que ni siquiera levantaba los brazos. No tenía la menor idea de lo que era boxear. Entonces Wagner le encajó un derechazo en la mandíbula.

-¡Carajo! -dijo Morris, devolviéndole un derechazo abierto que Wagner esquivó. Después contratacó con un derecha-izquierda que le hicieron sangrar la nariz a Moscowitz.

-¡Carajo! -repitió, y empezó a balancearse tirando buenos golpes. Se podía oír cómo le crujía la cabeza a Wagner, que trató de defenderse con piñazos que no tenían ni la fuerza ni la furia de los de Moscowitz.

-¡Dale! ¡Reventalo, Morrie!

Moscowitz era un pegador. Y de golpe clavó su izquierda en la barriga de Wagner y lo hizo boquear y caer de rodillas. Tenía un corte en la cara y sangraba. Ahora apoyaba la cabeza sobre su pecho y parecía estar a punto de vomitar.

-Me rindo -dijo Wagner.

Entonces lo dejamos tirado allí y salimos atrás de Morris Moscowitz. Era nuestro nuevo héroe.

-¡Carajo, Morrie, tendrías que hacerte profesional!

-Las pelotas. Tengo nada más que trece años.

Seguimos caminando hasta la parte de atrás del taller y nos alrededor de la escalera. Alguien prendió cigarrillos y los hizo circular.

-¿Por qué se la agarró con nosotros este tipo? -preguntó Morrie.

-Mierda, Morrie, ¿no entendés? ¡Está celoso! ¡Cree que nos cojemos a las chiquilinas!

-Pero si yo ni siquiera besé a ninguna.

-¿En serio, Morrie?

-En serio.

-Tendrías que tratar de irte en seco, Morrie, ¡es fabuloso!

Entonces apareció Wagner, fregándose la cara con un pañuelo.

-Entrenador -gritó uno de los muchachos-, ¿qué tal una revancha?

Wagner se quedó mirándonos.

-¡Tiren ya mismo esos cigarrillos!

-No, entrenador, ¡porque nos gusta fumar!

-Vení a obligarnos a tirar los cigarrillos, entrenador!

-Sí. Vení, entrenador.

Wagner seguía mirándonos.

-¡Apróntense, porque los voy a ir reventando uno por uno!

-¿Y cómo vas a hacer, entrenador? No parece que tengas mucha fuerza.

-Sí. ¿Cómo vas a hacer, entrenador?

Él empezó a caminar hasta su coche y a mí me dio un poco de lástima. Cuando un tipo es tan hijo de puta tendría que ser capaz de defenderse.

-Capaz que se cree que cuando nos graduemos no va a haber ninguna virgen en la escuela -dijo uno de los muchachos.

-Para mí que alguien le echó un polvo en la oreja y le jodió el cerebro -dijo otro.

Al rato nos fuimos. Había sido un día bastante extraordinario.

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