25
Curly Wagner se peleó con
Morris Moscowitz. Fue después de la escuela, y los ocho o diez que nos
enteramos fuimos a verlos atrás del gimnasio. Wagner había impuesto las condiciones.
-La pelea dura hasta que alguno se rinda.
-Bueno -dijo Morris. Era
un muchacho algo, delgado y un poco estúpido, que nunca hablaba o molestaba
mucho.
De golpe Wagner me miró.
-Cuando reviente a este tipo, ¡te toca a vos!
-¿A mí, entrenador?
-Sí, a vos, Chinaski.
Le contesté con una mueca.
-¡Cuando termine de reventarlos a todos van a tenerme
un poco de respeto!
Wagner era un gallito. Se
pasaba contorsionándose en las barras o dando volteretas sobre la colchoneta o
corriendo alrededor de la pista. Caminaba contoneándose, aunque tenía barriga.
Le gustaba ponerse a mirar un rato largo a alguien como si fuese una mierda. Yo
no entendía qué era lo que lo molestaba. Creo que pensaba que nosotros nos
cojíamos a todas las chiquilinas y eso no le gustaba nada.
Empezó la pelea. Wagner
se movía bien. Se encorvaba, esquivaba y arrastraba los pies siseantes dando
saltitos hacia adelante y hacia atrás. Era imponente. Le pegó tres directos con
la izquierda a Moscowitz, que ni siquiera levantaba los brazos. No tenía la
menor idea de lo que era boxear. Entonces Wagner le encajó un derechazo en la
mandíbula.
-¡Carajo! -dijo Morris,
devolviéndole un derechazo abierto que Wagner esquivó. Después contratacó con
un derecha-izquierda que le hicieron sangrar la nariz a Moscowitz.
-¡Carajo! -repitió, y
empezó a balancearse tirando buenos golpes. Se podía oír cómo le crujía la
cabeza a Wagner, que trató de defenderse con piñazos que no tenían ni la fuerza
ni la furia de los de Moscowitz.
-¡Dale! ¡Reventalo,
Morrie!
Moscowitz era un pegador.
Y de golpe clavó su izquierda en la barriga de Wagner y lo hizo boquear y caer
de rodillas. Tenía un corte en la cara y sangraba. Ahora apoyaba la cabeza
sobre su pecho y parecía estar a punto de vomitar.
-Me rindo -dijo Wagner.
Entonces lo dejamos
tirado allí y salimos atrás de Morris Moscowitz. Era nuestro nuevo héroe.
-¡Carajo, Morrie,
tendrías que hacerte profesional!
-Las pelotas. Tengo nada
más que trece años.
Seguimos caminando hasta
la parte de atrás del taller y nos alrededor de la escalera. Alguien prendió cigarrillos
y los hizo circular.
-¿Por qué se la agarró
con nosotros este tipo? -preguntó Morrie.
-Mierda, Morrie, ¿no
entendés? ¡Está celoso! ¡Cree que nos cojemos a las chiquilinas!
-Pero si yo ni siquiera
besé a ninguna.
-¿En serio, Morrie?
-En serio.
-Tendrías que tratar de
irte en seco, Morrie, ¡es fabuloso!
Entonces apareció Wagner,
fregándose la cara con un pañuelo.
-Entrenador -gritó uno de
los muchachos-, ¿qué tal una revancha?
Wagner se quedó
mirándonos.
-¡Tiren ya mismo esos
cigarrillos!
-No, entrenador, ¡porque
nos gusta fumar!
-Vení a obligarnos a
tirar los cigarrillos, entrenador!
-Sí. Vení, entrenador.
Wagner seguía mirándonos.
-¡Apróntense, porque los
voy a ir reventando uno por uno!
-¿Y cómo vas a hacer,
entrenador? No parece que tengas mucha fuerza.
-Sí. ¿Cómo vas a hacer,
entrenador?
Él empezó a caminar hasta
su coche y a mí me dio un poco de lástima. Cuando un tipo es tan hijo de puta
tendría que ser capaz de defenderse.
-Capaz que se cree que
cuando nos graduemos no va a haber ninguna virgen en la escuela -dijo uno de
los muchachos.
-Para mí que alguien le
echó un polvo en la oreja y le jodió el cerebro -dijo otro.
Al rato nos fuimos. Había
sido un día bastante extraordinario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario