SEIS
En la sesión siguiente,
el coronel persistió en tomarle la mano a la señora Meimi. Ella había rodeado
su escritorio, silenciosamente, y le había extendido la mano no bien sintió la
extraña mirada de pez a través del cristal. Pero no hubo ni una palabra. El
coronel le besó la mano con una leve inclinación y, en silencio, entró al
consultorio. Meimi, con el corazón agitado, tratando de dominarse, permaneció
aun unos largos segundos con la donosa nalga recostada en el escritorio
mirándose el dorso de la mano, sintiendo cómo la saliva se secaba dejándole una
leve sensación de frío. Con la mirada extraviada, volvió a su silla y poco a
poco se fue serenando con las manos en la falda y la barbilla sobre el pecho.
El doctor Pigot,
observando su placa, mencionó el instante del “ensueño”.
-¿Recuerda alguna
circunstancia en que quedó más impresionado por,la visión? Quiero decir, por
ese sentimiento, como lo llama usted.
Procardus tragó saliva y
giró los ojos de forma extraña. Eran ojos de pez que evitaban la frontalidad
cuando la pregunta del psiquiatra lo inquietaba.
-¡Dios, quiere saber
todo! No me deja nada. En realidad, yo quizá solamente quiera hablar con
alguien, nada más.
-¿Por qué no quiere
hablar de eso? -dijo el doctor.
Procardus volvió a
mirarlo de reojo, de aquella forma curiosa causada por la rigidez del cuello.
El doctor volvió a pensar en un pez que lo miraba casi asustado, a través del
vidrio de la pecera, antes de huir al escondrijo.
-No lo sé… Es… como si
hubiera algo que me bloqueara.
Pero, no le preguntó
sobre qué interrogaban. ¿Cómo lo hacían? ¿Por qué? O si valió la pena todo eso…
-No me intereso en
secretos de estado. Quiero conocer más sobre usted. ¿Lo capturó el enemigo
alguna vez?
-Jamás. Nunca me ocurrió
nada. Entré mil veces a las zonas difíciles, ¿entiende? Más de una vez me
detuvieron. Yo… les hablaba, les apretaba la mano… Alcanzaba, ¿entiende? Nunca tuve
necesidad de la violencia, aun viviendo inmerso en ella. Yo… yo… ese es mi
problema. Esto justifica la necesidad de venir a verlo…
-Pero lo de esas noches y
las visiones, ¿lo asusta?
-No me asusta.
-Lo molesta. No quiere
hablar sobre ello.
El coronel se sacó los
anteojos y se fregó los ojos. Sus párpados eran morenos y rugosos y el doctor
observó que eran totalmente aceitunados y realmente inmensos. Por un instante,
el doctor sintió una gran inquietud, una sensación extraña que le subía por la
espalda. Procardus lo miró, sin ponerse los anteojos, como si hubiera palpado
sus sentimientos y sensaciones. El doctor, entonces, se sintió dichoso, sintió piedad
por aquella mirada casi lastimera, deforme, extrañísima como las formas de su
cuerpo.
-¿Qué pasó esa noche,
coronel? -preguntó suavemente-. Trate de recordarlo… Pero, no me conteste, si
no quiere.
Procardus se puso los
anteojos con dificultad. El doctor observó el gran peso de los cristales, y que
el extremo de las patillas de los anteojos le llegaban al hombre muy detrás de
los lóbulos, con un ajuste perfecto y seguro.
-Me desperté, y era otra
cosa. Otra… cosa.
-Era otra persona… ¿o lo
duda? Otra cosa, dice. Veamos, ¿por qué recuerda tan fuertemente esa noche?
-Usted serviría bien como
interrogador, ¿sabe?
-Sería bueno que me
hablara de esa noche, coronel -el doctor sonrió levemente.
Procardus demoró bastante
en hablar.
-No recuerdo cuándo fue.
Estaba en Ankara, hacía algo de frío, al amanecer… Bueno, no era yo. Volaba
creo, porque me sentía muy bien, como si me hubiera drogado. Volaba, y veía al
universo con una tremenda esperanza. Era como… sí, sí, estaba en otro lugar.
Era un ser superior, con un sentido vital maravilloso.
-¿Estuvo mucho tiempo
así, en ese estado?
Procardus inclinó la
cabeza.
-¿Se movió, o estaba
acostado?
-Salí a caminar entre las
edificaciones. Amanecía y la montaña se veía muy hermosa. El aire corría
límpida, puramente. Me sentía en la cima del mundo. Y ocurrió algo raro. Me
acerqué a unos animales, y los vi lanzarse… Como si los hubiera golpeado un
huracán, tirándolos a muchos metros. Los caballos en un establo empezaron a
relinchar y golpear las maderas con desesperación…
-¿Cómo interpreta eso?
¿Cómo se veía, si no era usted?
-Pues, es extraño. No lo
sé. Recuerdo que volví a mi cuarto casi desesperado, pero entonces todo se
había normalizado.
-En su aspecto, ¿notó
algún cambio?
-Era un sentimiento. El
cuerpo… no, no me fijé en el cuerpo. No importaba.
En la reunión siguiente,
el doctor Pigot insistió sobre los momentos de extrañamiento.
-Solamente un sueño he
recordado reiteradamente -dijo Procardus.
-Cuéntemelo.
El coronel Procardus cerró
los ojos, y el doctor volvió a observar los párpados que eran como de piel de
elefante. Cuando se abrieron los gigantescos ojos, el doctor sintió que aquel
recuerdo afectaba al hombre terriblemente, como si hubiese sido arrancado de su
sangre amada a una distancia temporal y física inimaginable.
-Yo estaba… a usted le
parecerá una locura… Estaba al pie de un ovoide gigantesco, metálico, brillante.
Estaba en una meseta, desde la cual divisaba el horizonte rojizo, crepuscular.
En derredor, suspendidos en el cielo, había cientos de ovoides similares…
-¿Qué hacía allí?
-Era un lugar muerto ya.
Había algo maravilloso en el recuerdo, sin embargo. Había habido vida allí, de
la mejor. Ahora, era un desierto. Un desierto rojo hasta el horizonte, pero un
desierto claveteado de mesetas verticales, artificiales. Monumentales.
Edificaciones extrañamente alejadas una de otra… Sobre una estaba yo… Abajo, a
quinientos metros quizás…
-Es importante -dijo el
doctor.
-No estar loco es
importante. No me lo diga. ¿Ha sabido de un caso como este?... Ahora, por
ejemplo, creo que le conté una locura. Me aterra la persistencia de esas sensaciones.
Si usted hubiera sabido de sueños similares, creo que me quedaría más
tranquilo. Me sentiría aliviado, creo.
-No, que me haya tocado
analizar a mí. Pero no sería imposible encontrar casos semejantes.
-¿Piensa que estoy loco?
-No lo creo -dijo el
doctor-. Debe ser otra cosa… Pero es muy extraño que usted haya venido a un
lugar remoto a tratarse. Tal vez, este lugar con tanto de rojizo… ¿Sabe por qué
vino a Marte?
Procardus pensó durante
un rato.
-Lo ignoro. Lo ignoro
totalmente.
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