martes

OCÉANOS DE NÉCTAR (LA NOVELA CAPITAL DE LA CIENCIA FICCIÓN URUGUAYA) 9 - TARIK CARSON


SEIS

En la sesión siguiente, el coronel persistió en tomarle la mano a la señora Meimi. Ella había rodeado su escritorio, silenciosamente, y le había extendido la mano no bien sintió la extraña mirada de pez a través del cristal. Pero no hubo ni una palabra. El coronel le besó la mano con una leve inclinación y, en silencio, entró al consultorio. Meimi, con el corazón agitado, tratando de dominarse, permaneció aun unos largos segundos con la donosa nalga recostada en el escritorio mirándose el dorso de la mano, sintiendo cómo la saliva se secaba dejándole una leve sensación de frío. Con la mirada extraviada, volvió a su silla y poco a poco se fue serenando con las manos en la falda y la barbilla sobre el pecho.

El doctor Pigot, observando su placa, mencionó el instante del “ensueño”.

-¿Recuerda alguna circunstancia en que quedó más impresionado por,la visión? Quiero decir, por ese sentimiento, como lo llama usted.

Procardus tragó saliva y giró los ojos de forma extraña. Eran ojos de pez que evitaban la frontalidad cuando la pregunta del psiquiatra lo inquietaba.

-¡Dios, quiere saber todo! No me deja nada. En realidad, yo quizá solamente quiera hablar con alguien, nada más.

-¿Por qué no quiere hablar de eso? -dijo el doctor.

Procardus volvió a mirarlo de reojo, de aquella forma curiosa causada por la rigidez del cuello. El doctor volvió a pensar en un pez que lo miraba casi asustado, a través del vidrio de la pecera, antes de huir al escondrijo.

-No lo sé… Es… como si hubiera algo que me bloqueara.

Pero, no le preguntó sobre qué interrogaban. ¿Cómo lo hacían? ¿Por qué? O si valió la pena todo eso…

-No me intereso en secretos de estado. Quiero conocer más sobre usted. ¿Lo capturó el enemigo alguna vez?

-Jamás. Nunca me ocurrió nada. Entré mil veces a las zonas difíciles, ¿entiende? Más de una vez me detuvieron. Yo… les hablaba, les apretaba la mano… Alcanzaba, ¿entiende? Nunca tuve necesidad de la violencia, aun viviendo inmerso en ella. Yo… yo… ese es mi problema. Esto justifica la necesidad de venir a verlo…

-Pero lo de esas noches y las visiones, ¿lo asusta?

-No me asusta.

-Lo molesta. No quiere hablar sobre ello.

El coronel se sacó los anteojos y se fregó los ojos. Sus párpados eran morenos y rugosos y el doctor observó que eran totalmente aceitunados y realmente inmensos. Por un instante, el doctor sintió una gran inquietud, una sensación extraña que le subía por la espalda. Procardus lo miró, sin ponerse los anteojos, como si hubiera palpado sus sentimientos y sensaciones. El doctor, entonces, se sintió dichoso, sintió piedad por aquella mirada casi lastimera, deforme, extrañísima como las formas de su cuerpo.

-¿Qué pasó esa noche, coronel? -preguntó suavemente-. Trate de recordarlo… Pero, no me conteste, si no quiere.

Procardus se puso los anteojos con dificultad. El doctor observó el gran peso de los cristales, y que el extremo de las patillas de los anteojos le llegaban al hombre muy detrás de los lóbulos, con un ajuste perfecto y seguro.

-Me desperté, y era otra cosa. Otra… cosa.

-Era otra persona… ¿o lo duda? Otra cosa, dice. Veamos, ¿por qué recuerda tan fuertemente esa noche?

-Usted serviría bien como interrogador, ¿sabe?

-Sería bueno que me hablara de esa noche, coronel -el doctor sonrió levemente.

Procardus demoró bastante en hablar.

-No recuerdo cuándo fue. Estaba en Ankara, hacía algo de frío, al amanecer… Bueno, no era yo. Volaba creo, porque me sentía muy bien, como si me hubiera drogado. Volaba, y veía al universo con una tremenda esperanza. Era como… sí, sí, estaba en otro lugar. Era un ser superior, con un sentido vital maravilloso.

-¿Estuvo mucho tiempo así, en ese estado?

Procardus inclinó la cabeza.

-¿Se movió, o estaba acostado?

-Salí a caminar entre las edificaciones. Amanecía y la montaña se veía muy hermosa. El aire corría límpida, puramente. Me sentía en la cima del mundo. Y ocurrió algo raro. Me acerqué a unos animales, y los vi lanzarse… Como si los hubiera golpeado un huracán, tirándolos a muchos metros. Los caballos en un establo empezaron a relinchar y golpear las maderas con desesperación…

-¿Cómo interpreta eso? ¿Cómo se veía, si no era usted?

-Pues, es extraño. No lo sé. Recuerdo que volví a mi cuarto casi desesperado, pero entonces todo se había normalizado.

-En su aspecto, ¿notó algún cambio?

-Era un sentimiento. El cuerpo… no, no me fijé en el cuerpo. No importaba.

En la reunión siguiente, el doctor Pigot insistió sobre los momentos de extrañamiento.

-Solamente un sueño he recordado reiteradamente -dijo Procardus.

-Cuéntemelo.

El coronel Procardus cerró los ojos, y el doctor volvió a observar los párpados que eran como de piel de elefante. Cuando se abrieron los gigantescos ojos, el doctor sintió que aquel recuerdo afectaba al hombre terriblemente, como si hubiese sido arrancado de su sangre amada a una distancia temporal y física inimaginable.

-Yo estaba… a usted le parecerá una locura… Estaba al pie de un ovoide gigantesco, metálico, brillante. Estaba en una meseta, desde la cual divisaba el horizonte rojizo, crepuscular. En derredor, suspendidos en el cielo, había cientos de ovoides similares…

-¿Qué hacía allí?

-Era un lugar muerto ya. Había algo maravilloso en el recuerdo, sin embargo. Había habido vida allí, de la mejor. Ahora, era un desierto. Un desierto rojo hasta el horizonte, pero un desierto claveteado de mesetas verticales, artificiales. Monumentales. Edificaciones extrañamente alejadas una de otra… Sobre una estaba yo… Abajo, a quinientos metros quizás…

-Es importante -dijo el doctor.

-No estar loco es importante. No me lo diga. ¿Ha sabido de un caso como este?... Ahora, por ejemplo, creo que le conté una locura. Me aterra la persistencia de esas sensaciones. Si usted hubiera sabido de sueños similares, creo que me quedaría más tranquilo. Me sentiría aliviado, creo.

-No, que me haya tocado analizar a mí. Pero no sería imposible encontrar casos semejantes.

-¿Piensa que estoy loco?

-No lo creo -dijo el doctor-. Debe ser otra cosa… Pero es muy extraño que usted haya venido a un lugar remoto a tratarse. Tal vez, este lugar con tanto de rojizo… ¿Sabe por qué vino a Marte?

Procardus pensó durante un rato.

-Lo ignoro. Lo ignoro totalmente.

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