Otro tipo difícil era Pop Farnsworth. El primer día dijo en el taller:
-Aquí se aprende
practicando. Vamos a empezar ahora mismo. Cada tiene que desmontar un motor y
volver a armarlo para que funcione perfectamente a lo largo del semestre. En la
pared hay planos y si no entienden algo, no tienen más que preguntarme. También
les vamos a exhibir películas que muestran cómo debe funcionar un motor. Pero
ahora empiecen a desmontarlos, por favor. En el cajón de trabajo tienen las
herramientas.
-¿Y qué tal si antes
vemos las películas, Pop? -preguntó alguien.
-¡Dije que empiecen a
trabajar ahora!
No sé de dónde habían
sacado todos aquellos motores. Estaban negros, grasientos y oxidados. Tenían un
aspecto realmente fúnebre.
-Coño -dijo uno de los
muchachos-, este parece un sorete de mierda grasosa.
Nos inclinamos sobre nuestros
motores. La mayoría usaba llaves inglesas. Red Kirkpatrick agarró un
destornillador y raspó cuidadosamente la parte de arriba de su motor hasta desprender
una franja de grasa de casi medio metro de largo.
-Dale, Pop. ¿Por qué no
pasás una película? ¡Venimos reventados del gimnasio! ¡Wagner nos hizo dar
volteretas como si fuéramos ranas!
-¡Empiecen a trabajar
ahora mismo!
Empezamos a trabajar, pero
no tenía el menor sentido. Era peor que la clase de Educación Musical. Los
golpes de las herramientas se iban mezclados con los jodidos jadeos.
-¡MIERDA! -aulló Harry
Henderson-. ¡YA ME DESPELLEJÉ TODOS LOS NUDILLOS! ¡ESTO ES UN ESCLAVISMO DE
BLANCOS!
Después envolvió
cuidadosamente su mano derecha con un pañuelo y se puso a mirar la sangre que empezaba
a empaparlo.
-¡Mierda! -gritó.
Los demás seguíamos
tratando de trabajar.
-Prefiero meter la cabeza
en la concha de un elefante -protestó Red Kirkpatrick.
Jack Dempsey tiró su
llave inglesa al suelo.
-Yo no sigo -dijo-,
haceme lo que quieras, pero yo no sigo. Asesiname. Cortame las pelotas. Yo no
sigo.
Después fue a recostarse
contra una pared. Se cruzó de brazos y se quedó mirándose los zapatos.
La situación era
verdaderamente desesperada. No había salida. Por la puerta de atrás del taller
se veía el gran patio de la escuela iluminado. Y nosotros seguíamos encorvados
sobre unos motores de mierda que ni siquiera estaban conectados a un coche y no
servían para nada. Un acero podrido. Era un trabajo que te enloquecía.
Precisábamos clemencia. Nuestras vidas ya eran suficientemente idiotas. Algo
tenía que salvarnos. Nos habían dicho que Pop era un tipo tranquilo, pero no
era verdad. Era un hijo de puta gigante y lleno de cerveza, y el pelo le
colgaba sobre la cara y el overol grasientos.
Hasta que Arnie Whitechapel
mandó a cagar su herramienta y fue a pararse frente al señor Farnsworth. Le
hizo una mueca tremenda.
-¿Qué carajo es esto,
Pop?
-¡Volvé a tu motor, Whitechapel!
-¡Dejate de joder, Pop!
Arnie era dos años mayor
que nosotros. Había pasado algunos años en un correccional. Y aunque era más
viejo que nosotros, era más petiso. Usaba el pelo muy negro peinado para atrás y
estirado con vaselina. A veces se pasaba un rato frente al espejo del meadero,
reventándose granos. Llevaba chicles en los bolsillos y puteaba a las
muchachas.
-Tengo algo bueno para
contarte, Pop.
-¿Sí? Volvé a tu motor,
Whitechapel.
-Mirá que es bueno de
verdad, Pop.
Nosotros nos quedamos
mirando cómo Arnie le contaba algún chiste verde a Pop. Habían juntado las cabezas.
Cuando Arnie terminó de contárselo Pop se empezó a reír, agarrándose la panza
gigantesca.
-¡Es buenísimo! ¡Carajo!
¡Es muy bueno! -carcajeó-. Después se calló de golpe. -Okey, Arnie, ¡volvé a tu
máquina!
-No, esperá. ¡Tengo otro!
-¿Sí?
-Sí, escuchá.
Nosotros nos acercamos a
escuchar el segundo chiste de Arnie. Cuando terminó, Pop reventaba de risa.
-¡Del carajo! ¡Dios mío!
¡Es del carajo!
-Tengo otro, Pop. Un tipo
va manejando por el desierto y se encuentra a otro saltando en la carretera,
desnudo y con las manos y los pies atados. Entonces frena y le pregunta: “¿Qué
te pasó?” Y el otro le contesta: “Hace un rato venía en mi coche y encontré a un
tipo haciendo dedo y cuando me paré a llevarlo el hijo de puta sacó una
pistola, me sacó la ropa, me ató y se puso a darme por el culo. “No jodas” se
bajó del coche el otro. “Sí, era un hijo de puta”, contestó el tipo. “Bueno” se
empezó a bajar el cierre del pantalón el otro: “¡Me parece que hoy no es tu día
de suerte!”.
Pop volvió a agarrarse la
barriga de la risa.
-¡Pa! ¡ES DEL CARAJO! ¡CRISTO!
¡ESE ES DEL CARAJO!
Y de golpe se calmó.
-Coño -dijo suavemente-.
Dios mío…
-Dale. Vamos a a ver una
película, Pop.
-Bueno, está bien.
Alguien cerró la puerta
trasera y Pop sacó una pantalla blanca muy sucia y preparó el proyector. Era
una película aburrida pero nos hacía zafar del trabajo con los motores. Las bujías
quemaban la nafta y la explosión hacía que los pistones subieran y bajaran
haciendo girar al cigüeñal, y las válvulas se abrían y se cerraban y los
pistones volvían a subir y bajar haciendo girar más rápido al cigüeñal. No era
muy interesante, pero ahora estábamos tranquilos, y podíamos recostarnos en las
sillas y pensar en cualquier cosa. No tenías que destrozarte los nudillos
contra el acero podrido.
Nunca terminamos de desmontar
esos motores y tampoco volvimos a armarlos y no sé cuántas veces vimos la misma
película. Whitechapel siempre tenía algún chiste que nos hacía cagar de la
risa, aunque alguno era medio estúpido. Pero Pop Farnsworth siempre terminaba carcajeando
mientras se agarraba la barriga:
-¡Del carajo! ¡Pa! ¡Pa, del
carajo!
Ahora era un jodón terrible.
Nos caía bien a todos.
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