martes

ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (28) - MIJAIL. BAJTIN


AUTOR Y PERSONAJE EN LA ACTIVIDAD ESTÉTICA (10)

b) (1) La estética expresiva no puede fundamentar la forma. Efectivamente, la forma más lógica de la estética expresiva es su reducción a una pureza de expresión (Lipps, Cohen, Volkelt): la función de la forma es coadyuvar a la simpatía y expresar lo interior de la manera más clara, completa y pura (lo interior de quién: ¿del héroe o del autor?). Es un enfoque puramente expresivo de la forma: esta no concluye el contenido en el sentido del conjunto de lo vivido en el interior, simpática y empáticamente, sino que apenas lo expresa, quizá lo profundice, aclara, pero no aporta nada fundamentalmente nuevo y extrapuesto a la vida interior expresada. La forma tan sólo expresa el interior de quien está abrazado por esta forma, o sea que es una pura autoexpresión (una autoenunciación). La forma del héroe sólo lo expresa a él mismo, a su alma, pero no a la actitud del autor frente a él; la forma debe ser fundamentada desde el interior del héroe, parecería que este engendrara de sí mismo a su forma en tanto que autoexpresión adecuada. Este razonamienro es inaplicable a un pintor. La forma de la “Madona de la Sixtina” la expresa a ella, a la Virgen: si decimos que expresa a Rafael, a su comprensión de la Virgen, entonces a la expresión se le atribuye un sentido absolutamente distinto y ajeno a la estética expresiva, porque aquí este término no expresa para nada a Rafael-hombre, su vida interior, así como una aventurada formulación de una teoría encontrada por mí no es en absoluto la expresión de mi vida interior. La estética expresiva, de una manera fatal, siempre se refiere al héroe y al autor en tanto que héroe o en la medida en que coincide con el héroe. La forma tiene un carácter mímico y figsionómico, expresa a un sujeto; es cierto que lo expresa para el otro (oyente o espectador), pero este otro es pasivo, sólo puede percibir y solamente influye en la forma en la medida que una persona que se verbalice a sí misma toma en cuenta a su oyente (así como yo al manifestarme mímica o verbalmente acomodo mi enunciado a las caracterísrticas de mi oyente). La forma no desciende hacia el objeto sino que emana del objeto como su expresión, o en el límite, como su autodefinición. La forma debería llevarnos a una simpatía interna del objeto, la forma no sólo nos ofrece una simpatía ideal con la simpatía del objeto. La forma de esta roca solamente expresa su soledad interior, su autosuficiencia, su postura emocional y volitiva frente al mundo, en la cual sólo nos queda participar simpáticamente. Aunque lo expresemos de tal modo que nos manifestemos a nosotros, a nuestra vida interior mediante la forma de esta roca, sintamos nuestro yo a través de ella, de todas maneras la forma seguiría siendo la expresión propia de un alma única, la expresión pura de lo interior.

La estética expresiva rara vez conserva una comprensión semejante y lógica de la forma. Su evidente insuficiencia obliga a introducir a su lado otras fundamentaciones de la forma y, por consiguiente, otros principios formales. Pero estos no se relacionan y no pueden ser relacionados con el principio de expresividad y permanecen con este como una especie de anexo mecánico, como un acompañamiento de la expresión no integrado internamente. Una tarea de explicar la forma de una totalidad como expresión de una posición interna del héroe (y hay que tomar en cuenta que el autor sólo se expresa a través del héroe tratando de hacer la forma una expresión adecuada del último, y en el mejor de los casos tan sólo aporta el elemento subjetivo de la propia comprensión del héroe) aparece como imposible. La definición negativa de la forma, etc. El principio formal de Lipps (los pitagóricos, Aristóteles): la unidad dentro de lo heterogéneo es tan sólo apéndice de la significación expresiva. Esta función secundaria de la forma adopta inevitablemente un matiz hedonista, separándose de un vínculo necesario y esencial con lo expresado. Así, al explicar una tragedia se suele explicar el placer obtenido de la vivencia compartida del sufrimiento, además de explicar el aumento de la valoración del yo (Lipps); se explica también mediante el efecto de la forma, mediante el placer que proviene del proceso mismo de simpatía (comprendido formalmente), independientemente de su contenido; parafraseando el proverbio se podría decir: poca hiel echa a perder mucha miel. El vicio radical de la estética expresiva es el querer ubicar en un mismo plano, en una misma conciencia, el contenido (conjunto de vivencias interiores) y los elementos formales, querer deducir la forma del contenido. El contenido en tanto que vida interior crea por sí mismo su forma del contenido. El contenido en tanto que vida interior crea por sí mismo su forma como expresión propia. Lo cual podría expresarse de la siguiente manera. La vida interior, la postura interior vital puede llegar a ser autora de su propia forma estética externa.

¿Puede esta postura engendrar directamente de sí misma una forma estética, una expresión artística? Y al revés ¿la forma artística únicamente lleva a esta postura interior, es sólo su expresión? Esta pregunta ha de contestarse negativamente. Un sujeto que viva objetualmente su vida orientada puede expresarla directamente, y la expresa mediante el acto; puede también enunciarla desde su interior en una confesión-rendimiento de cuentas (autodefinición) y, finalmente, puede expresar toda su orientación cognoscitiva, toda su visión del mundo dentro de las categorías del enunciado cognoscitivo como un significante teórico. El acto y la confesión como rendimiento de cuentas a mí mismo son la forma mediante las cuales puede ser expresada mi orientación emocional y volitiva en el mundo, mi postura vital desde mi interior, sin tener que aportar los valores fundamentalmente extrapuestos a esta postura vital (el héroe actúa, se arrepiente y conoce desde sí mismo). A partir de sí misma, la vida no puede originar una forma estéticamente significativa sin abandonar sus propios límites, sin dejar de ser ella misma.

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