martes

ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (27) - MIJAIL. BAJTIN


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Crítica de los fundamentos de la estética expresiva. La estética expresiva se nos figura básicamente incorrecta. El momento puro de la vivencia participada y de la empatía (sensación o sentimiento participado) es en su esencia extraestético. El hecho de que la empatía tenga lugar no sólo en la percepción estética sino en la vida en general (empatía práctica, ética, psicológica, etc.) no puede ser negado por ninguno de los representantes de esta corriente, pero tampoco ninguno puede señalar los rasgos que distinguen la vivencia participada estética (pureza de la empatía en Lipps, intensidad de la empatía en Cohen. Imitación simpática en Groos, empatía elevada en Volkeit).

Además, esta delimitación es imposible permaneciendo en el plano de la vivencia compartida. Las siguientes consideraciones pueden fundamentar el carácter insatisfactorio de la teoría expresiva.

(a) La estética expresiva no es capaz de explicar la totalidad de una obra. En efecto: supongamos que enfrente tenga yo la “Última cena”. Para entender la figura central de Cristo y las de cada uno de los apóstoles, yo habría de participar en los sentimientos de todos los personajes partiendo de la expresividad externa, habría de vivenciar el estado interior de todos ellos. Pasando de uno a otro, puedo comprender a cada personaje por separado, participando en su vivencia. Pero ¿de qué manera podría yo vivenciar la totalidad estética de la obra? Porque la totalidad no puede ser igual a la suma de las vivencias de todos los personajes. ¿No será que yo debería participar sentimentalmente em el movimiento interno unitario de todo el grupo? Pero no existe este movimiento interno unitario: no tengo enfrente un movimiento masivo espontáneamente unificado que pueda ser comprendido como un sujeto único. Por el contrario, la orientación emocional y volitiva de cada participante es profundamente individual y entre ellos tiene lugar una controversia: frente a mí hay un suceso único pero complejo, en el que cada uno de los participantes ocupa su posición única en la totalidad, y este suceso total no puede ser comprendido mediante una vivencia participada con respecto a los personajes, sino que supone un punto de extraposición con respecto a cada uno por separado y a todos juntos. En casos semejantes incluyen al autor como ayuda: al participar de su vivencia nos posesionamos de la totalidad de la obra. Cada héroe expresa su persona, la totalidad de la obra representa la expresión del autor. Pero de esta manera el autor se coloca al lado de sus personajes (a veces esto tiene lugar, pero no es un caso normal; en nuestro ejemplo esto no funciona). ¿Y en qué relación se encuentra la vivencia del autor con respecto a la vivencia de los héroes, cuál es su posición emocional y volitiva con respecto a sus posiciones? La introducción del autor socava radicalmente la teoría expresiva. La participación en la vivencia del autor, puesto que él se expresó en la obra dada, no es la participación de su vida interior (su alegría, sufrimiento, deseos y aspiraciones) en el sentido en que nosotros vivenciamos al héroe, sino que es la participación de su enfoque activo y creador del objeto representado, es decir, ya llega a ser participación en la creación; pero este enfoque creador vivenciado viene a ser precisamente la actitud estética que es la que ha ser explicada y esta actitud, por supuesto, no puede ser explicada como una vivencia participada; pero de ahí se sigue que de una manera semejante tampoco puede ser interpretada la contemplación. El error radical de la estética expresiva consiste en el hecho de que sus representantes hayan elaborado su principio fundamental partiendo del análisis de los elementos estéticos o de las imágenes separadas, y no de la totalidad de una obra. Este es el pecado de toda la estética contemporánea en general: la adicción a los elementos. Un elemento y una imagen natural aislada no tienen autor, y su contemplación estética tiene un carácter híbrido y pasivo. Cuando tengo frente a mí una simple figura, un color o una combinación de dos colores, una roca real o la resaca del mar, y trato de darles un enfoque estético, ante todo necesito darles vida, hacerlos héroes potenciales, portadores de un destino, debo proporcionales determinada orientación emocional y volitiva, humanizarlos; con esto se logra por primera vez la posibilidad de su enfoque estética, se realiza la condición principal de una visión estética, pero la actividad propiamente estética aun no ha comenzado, puesto que permanezco en la fase de una simple vivencia compartida (simpatía) de una imagen vivificada (pero la actividad puede seguir en otra dirección: yo puedo asustarme de un mar temible, puedo compadecerme de la roca oprimida, etc.). Yo debo pintar un cuadro o componer un poema, hacer un mito, aunque en mi imaginación, donde un fenómeno dado llegaría a ser protagonista de un acontecimiento que lo circunda, pero esto es imposible si permanezco dentro de la imagen (simpatizando), lo cual presupone una estable postura fuera de la última. El cuadro o el poema creados por mí representarían una totalidad artística en que existirían todos los elementos estéticos necesarios. Su análisis sería productivo. La imagen externa de la roca representada no sólo expresaría su alma (los estados internos posibles: tenacidad, orgullo, inexpugnabilidad, autonomía, angustia, soledad), sino que concluiría esta alma mediante valores extrapuestos a su posible simpatía, la abrazaría una bienaventuranza estética, una justificación llena de cariño que no podría aparecer desde su interior. A su lado resultaría una serie de valores estéticos objetuales con significado artístico, pero carentes en sí mismos de una postura interna autónoma, puesto que en una totalidad artística no cada aspecto estéticamente significativo posee una vida interior y es accesible a la simpatía; así, son tan sólo héroes participantes. La totalidad estética no se vive simpáticamente sino que se crea (tanto por el autor como por el contemplador; en este sentido, con cierta tolerancia se puede hablar de una simpatía del espectador hacia la actividad creadora del autor); hay que simpatizar tan sólo con los héroes, pero también esto representa un aspecto propiamente estético, y tan sólo la conclusión es la que viene a ser un momento auténticamente estético.

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