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Crítica de los fundamentos de la estética expresiva. La estética expresiva se nos figura básicamente
incorrecta. El momento puro de la vivencia participada y de la empatía
(sensación o sentimiento participado) es en su esencia extraestético. El hecho
de que la empatía tenga lugar no sólo en la percepción estética sino en la vida
en general (empatía práctica, ética, psicológica, etc.) no puede ser negado por
ninguno de los representantes de esta corriente, pero tampoco ninguno puede
señalar los rasgos que distinguen la vivencia participada estética (pureza de
la empatía en Lipps, intensidad de la empatía en Cohen. Imitación simpática en
Groos, empatía elevada en Volkeit).
Además, esta delimitación es imposible permaneciendo en el plano de la
vivencia compartida. Las siguientes consideraciones pueden fundamentar el
carácter insatisfactorio de la teoría expresiva.
(a) La
estética expresiva no es capaz de explicar la totalidad de una obra. En efecto:
supongamos que enfrente tenga yo la “Última cena”. Para entender la figura
central de Cristo y las de cada uno de los apóstoles, yo habría de participar
en los sentimientos de todos los personajes partiendo de la expresividad
externa, habría de vivenciar el estado interior de todos ellos. Pasando de uno
a otro, puedo comprender a cada personaje por separado, participando en su
vivencia. Pero ¿de qué manera podría yo vivenciar la totalidad estética de la
obra? Porque la totalidad no puede ser igual a la suma de las vivencias de
todos los personajes. ¿No será que yo debería participar sentimentalmente em el
movimiento interno unitario de todo el grupo? Pero no existe este movimiento
interno unitario: no tengo enfrente un movimiento masivo espontáneamente
unificado que pueda ser comprendido como un sujeto único. Por el contrario, la
orientación emocional y volitiva de cada participante es profundamente
individual y entre ellos tiene lugar una controversia: frente a mí hay un
suceso único pero complejo, en el que cada uno de los participantes ocupa su
posición única en la totalidad, y este suceso total no puede ser comprendido
mediante una vivencia participada con respecto a los personajes, sino que
supone un punto de extraposición con respecto a cada uno por separado y a todos
juntos. En casos semejantes incluyen al autor como ayuda: al participar de su
vivencia nos posesionamos de la totalidad de la obra. Cada héroe expresa su
persona, la totalidad de la obra representa la expresión del autor. Pero de
esta manera el autor se coloca al lado de sus personajes (a veces esto tiene
lugar, pero no es un caso normal; en nuestro ejemplo esto no funciona). ¿Y en
qué relación se encuentra la vivencia del autor con respecto a la vivencia de
los héroes, cuál es su posición emocional y volitiva con respecto a sus
posiciones? La introducción del autor socava radicalmente la teoría expresiva.
La participación en la vivencia del autor, puesto que él se expresó en la obra
dada, no es la participación de su vida interior (su alegría, sufrimiento,
deseos y aspiraciones) en el sentido en que nosotros vivenciamos al héroe, sino
que es la participación de su enfoque activo y creador del objeto representado,
es decir, ya llega a ser participación en la creación; pero este enfoque
creador vivenciado viene a ser precisamente la actitud estética que es la que
ha ser explicada y esta actitud, por supuesto, no puede ser explicada como una
vivencia participada; pero de ahí se sigue que de una manera semejante tampoco
puede ser interpretada la contemplación. El error radical de la estética
expresiva consiste en el hecho de que sus representantes hayan elaborado su
principio fundamental partiendo del análisis de los elementos estéticos o de
las imágenes separadas, y no de la totalidad de una obra. Este es el pecado de
toda la estética contemporánea en general: la adicción a los elementos. Un
elemento y una imagen natural aislada no tienen autor, y su contemplación
estética tiene un carácter híbrido y pasivo. Cuando tengo frente a mí una
simple figura, un color o una combinación de dos colores, una roca real o la
resaca del mar, y trato de darles un enfoque estético, ante todo necesito darles
vida, hacerlos héroes potenciales, portadores de un destino, debo
proporcionales determinada orientación emocional y volitiva, humanizarlos; con
esto se logra por primera vez la posibilidad de su enfoque estética, se realiza
la condición principal de una visión estética, pero la actividad propiamente
estética aun no ha comenzado, puesto que permanezco en la fase de una simple
vivencia compartida (simpatía) de una imagen vivificada (pero la actividad
puede seguir en otra dirección: yo puedo asustarme de un mar temible, puedo
compadecerme de la roca oprimida, etc.). Yo debo pintar un cuadro o componer un
poema, hacer un mito, aunque en mi imaginación, donde un fenómeno dado llegaría
a ser protagonista de un acontecimiento que lo circunda, pero esto es imposible
si permanezco dentro de la imagen (simpatizando), lo cual presupone una estable
postura fuera de la última. El cuadro o el poema creados por mí representarían
una totalidad artística en que existirían todos los elementos estéticos
necesarios. Su análisis sería productivo. La imagen externa de la roca representada
no sólo expresaría su alma (los estados internos posibles: tenacidad,
orgullo, inexpugnabilidad, autonomía, angustia, soledad), sino que concluiría
esta alma mediante valores extrapuestos a su posible simpatía, la abrazaría una
bienaventuranza estética, una justificación llena de cariño que no podría
aparecer desde su interior. A su lado resultaría una serie de valores estéticos
objetuales con significado artístico, pero carentes en sí mismos de una postura
interna autónoma, puesto que en una totalidad artística no cada aspecto estéticamente
significativo posee una vida interior y es accesible a la simpatía; así, son
tan sólo héroes participantes. La totalidad estética no se vive simpáticamente
sino que se crea (tanto por el autor como por el contemplador; en este sentido,
con cierta tolerancia se puede hablar de una simpatía del espectador hacia la
actividad creadora del autor); hay que simpatizar tan sólo con los héroes, pero
también esto representa un aspecto propiamente estético, y tan sólo la conclusión
es la que viene a ser un momento auténticamente estético.
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