martes

EL AMOR ES UN VIAJE (11) - Hugo Giovanetti Viola


1º edición: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2019


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-Esta es una fazaña digna de un verdadero Poeta Andante, macho. Así que devolveme el suspensor porque ya no vas a tener problemas con la exhibición monstruosa de la poronga.

Y esta vez me prohibí detallarle las condiciones de trato platónico que me había impuesto mi Beatrice-Dulcinea, porque podrán llamarme bocabierta o barriga fría o estómago resfriado pero siempre fui absolutamente incapaz de denigrar a la gracia de inmaculación que purifica al mundo. Me lo enseñó mi padre.

Al otro día nos fuimos del Vitoria después de cenar, y ya a las 7:25 había anotado en el cuaderno una bitácora que titulé PORTO ALEGRE, 20: Aquí se va a quedar lo de los días. / Lo que fue de una semana / la falange más violenta y tersada / de mi vida. // Aquí van a quedar hombres y yo me pregunto / cómo seguirán siendo cuando yo me escabulla? / de qué color será su sangre de todos los días? / cómo podrán vivir? / Ahora amo hasta los ceniceros del hotel. / Amo a mi familia que voy a volver a ver / dentro de poco. // Amo a lo que me hizo reír y llorar, / doler, desmenuzar. / Amo a la cama, a mi reloj, / a los discos de abajo, / a este cuarto pequeño donde me divertí. // Dios me lo dio todo. / Fue una máquina magnífica, / digestiva, ordenada, trabajada. // La noche amanece en mi estómago. / Ahora quiero a la vida mucho más, / y estoy más triste. // Vida.

La ubicación en el ómnibus no fue muy complicada de trampear, y además ya la habíamos ensayado en el viaje al restaurant del morro de la gloria. Muriel se sentaba con Mambita y yo con Rosana, y de golpe empezaban a preguntarse cosas a través del pasillo y trocábamos de asiento para que ellas pudieran conversar más tranquilas. A esta altura Mimosa ya no tenía más remedio que hacerse la boba y yo le mostraba a Loreley mis poemas nuevos y ella me los devolvía con menos apasionamiento que si estuviéramos jugando al rummy, aunque sin molestarse.

-Te regalo ese gajo de luna menguante color champán -murmuré cuando ya íbamos terminando de cruzar el puente que sobrevuela la desembocadura del río Guaiba. -¿No parece una media medalla?

Y mi Dama sonrió divertida porque La media medalla era el nombre de una de las canciones que puso de moda el Club del Clan, un programa televisivo porteño liderado por Palito Ortega.

-Gracias, mi poeta -se acomodó para dormir y me di cuenta que era la primera vez que iba a escucharla respirar en una especie de oscuridad nupcial y moví apenas los labios para rezar sin ruido: -Ábreme, hermana mía, compañera mía, paloma mía, perfecta mía, porque mi cabeza está llena de las gotas de la noche.

Y mientras el ómnibus terminaba de cruzar el puente para incrustarse en el azulísimo telón del estrellerío Loreley me agarró un rato la mano con suavidad de novia y durante diez o quince minutos tuve la seguridad de que todo el amor de todos los corazones del mundo era absolutamente inmortal y el paraíso se abrió.


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Volvimos directamente en un solo viaje de ómnibus y a las 10:55 de la mañana del 21 / 4 / 64 clausuré los Cantos del viaje con un texto sin título: Mi flor de un día trata de dormir. // Su alcance, unido a mi desarreglada belleza / cuando la miro / hace del cáliz una cruz. // En su copa de árbol verdecina / están edificando ranchitos y de yerba / para albergar la dulzura infinita, / senil, de Dios, / de mí. // Transcurre un auge invertebrado afuera / de los montes y sol, / y me pregunto / en qué lugar su manso despertar / tendrá penumbra donde abrir los pájaros? / de qué me serviría en este momento / adosarle una mano al cielo inocuo? / para qué tantas largas, / si mi flor, me quiere.

Y cuando ya estábamos en pleno rambla de Montevideo cantando a coro la popularísima Media novia del rebautizado Palega Ortito por el Gato Roux traté de entrelazarle la mano a Loreley pero ella se zafó fulminándome de reojo.

Las familias nos estaban esperando en la pasiva encolumnada de la esquina de Sarandí y Juncal, y nosotros volvimos a Punta Gorda en la camioneta de Pochocho y lo primero que hice fue sacar del bolso la Pietà tridimensional explicándole a mi madre que era un regalo del gordo Werther y ella hasta lagrimeó:

-Pero qué caballero que es Halewicz. Y estoy segura de que no se debe emborrachar como ese Gato que te pone tan loco. Recién estuvimos charlando con el padre y parece un buen hombre. ¿Vos sabías que la madre de Werther vive en Viena y ni siquiera lo crió?

-A mí Muriel me dijo que se había muerto cuando él era muy chico -me ericé.

-Bueno, pero aquí lo que todos estamos esperando saber es cómo le fue de amores a Cleanto -me hizo una guiñada a través del espejo retrovisor Pochocho.

-¿Pero no ven que se le pusieron lindos hasta los granos? -me acarició el bozo la mujer de mi padre. -Ahora que tenés dragona oficial hay que afeitarse, zorrito con bigotes.

Y cuando mi hermano me preguntó si me había arreglado con Loreley le mostré una ortodoncia resplandeciente murmurando:

-Más que eso.

-Cristo -sonrió mi viejo. -Así que la cosa viene con Maracanazo y todo.

-¿No viste que la chinonga tenía la cola más parada que Marta Gularte? Y la cogotuda de Mimosa ni siquiera me vino a saludar. No me gusta esa gente.

-Basta, Odette.

-Yo lo único que hago es defender el corazón de mi hijo.

Entonces mi padre me hizo una seña para que no le diera pelota y mi hermano me premió con una admiración celestísima:

-¿Escribiste muchos poemas?

-Veintidós -saqué el cuaderno verde del bolso.

-Y además me imagino que tuviste que usar el agua colonia -se puso casi contenta la mujer confesa de mí. -Te apuesto a que por lo menos tuvo una taquicardia, Salomón.

Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza a nevar, sino para que empiece a nevar, pensé horrorizadamente. Y recién pude volver a seguirla queriendo veinticinco años después, cuando apareció ahorcada.

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Esa misma tarde nos fuimos para Atlántida y llamé a Loreley tres veces por larga distancia hasta que a medianoche ya no me atendió ella sino la bruja, explicándome filosamente que la nena dormía. Y al otro día fue Mambita la que llamó primero, y después que me puse histérico porque iba a ir sola a la playa me pidió que pasara a buscarla por la casa a las cinco de la tarde.

Cuando llegué a la esquina de Hipólito Yrigoyen y Rivera mi media novia me estaba esperando enmascarada por los lentes negros de la madre y supe que eran las cinco en sombra en todos los relojes. Entonces caminamos hasta la plaza Fabini y nos paramos frente a un jardín de la calle Candelaria que nunca más dejé de contemplar desde los ómnibus como si fuera el Gólgota.

-Lo lamento -se recostó de golpe mi Dama sobre una verja llena de rosas blancas. -Lo lamento muchísimo. Pero me porté como una idiota y no me di cuenta de que el amor podía ser tan cruel. Y aunque vos me dijiste que la juventud siempre se equivoca eso no te alivia el sufrimiento. Perdoname, por favor. Pero el amor es ciego y yo estaba demasiado ciega para ver lo que hacía.

-¿Quién te tradujo tan bien esa canción? -me pareció escuchar la maravillosa ronquera de Brenda Lee flotando entre el perfume de la plaza.

-Mi prima Jazmín. Y hoy me la aprendí de memoria en la playa. I’m sorry, mi poeta. So sorry. No podemos seguir juntos.

-Es que no tengo nada que perdonarte -traté de sonreír. -¿Entonces vos pensás que me tendría que anotar en el IAVA y no en el Dámaso? No voy a soportar verte todos los días.

-Eso decidilo vos -se enderezó con los pechos más erectos que las rosas.

-Bueno, antes de despedirnos quisiera recitarte una glosa que hizo Nicolás Guillén con la cuarteta de Eloy Blanco que te puse en el álbum.

-Dale-se miró el reloj Loreley, y me la imaginé cazando hombres en bikini y tuve la paranoica sensación de que ya la debía estar esperando algún rebotero jopeado a lo Presley para pudrirle el alma.

-Es un poema precioso -se le entristeció el bermellón turgente después de escuchar las décimas. -Pero me hace sentir piedad.

-La pietà es una forma suprema de la adoración -se me calmó la arritmia porque de golpe me sentí literalmente muerto y abandonado por Dios y por la dueña de Mambi, que ahora ni siquiera podía entrever atrás de los putos lentes negros de Mimosa.

-¿Volvés a Atlántida, Jerónimo?

-Sí. Te acompaño a tu casa y sigo hasta Avenita Italia a esperar algún COPSA.

-No tomes mucho -ordenó como una esposa cuando nos despedimos para siempre sin rozarnos ni siquiera una mano.

Y a los pocos días Rosana le contó al Gato que aquella noche Mambita había llorado peor que cuando murió Chimba y que la madre invitó a cenar a Werther como si recibiera a un príncipe austro-húngaro y nos emborrachamos cagándonos de risa en la cantina del Unión Atlética.

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Mi hermano me pidió para leer los 39 capítulos que llevaba terminados y anoche nos tomamos no sé cuántos jaibols evaluando los dos posibles títulos elegidos para esta novela: Todo ángel es terrible y El amor que no se ahogó en la sopa.

-Al primero lo encuentro muy abstracto y al segundo muy áspero -se pellizcó la papada gredosa José, que siempre tuvo bruta pinta a pesar de la gordura. -¿Te acordás de la última frase que nos dijo papá en el sanatorio antes de entrar en coma?

-¿La del viaje?

-Sí. Dijo: El amor es un viaje hacia el oro que existe adentro del dolor.

Mi viejo había vuelto a casarse muy feliz, y después de enviudar psicosomatizó fulminantemente un cáncer tiroideo y se fue de este infierno estrellado con total mansedumbre.

-Es que él terminó siendo tan junguiano que a la muerte la llamaba la gran aventura -retuve un trago largo abajo de la lengua para emborracharme más rápido. -Y sabía perfectamente que la cruz es el lugar donde se brilla mejor.

-Y además se pasó la vida entera haciendo acampar a la gente en el paraíso, como cuando Mambita te dio la mano en el puente de Porto Alegre.

-No te enojes, José -me acerqué a una Magnolia de la Más Dimensión acordándome del resplandor que aureolaba a mi Dama en el Oceanía la noche que bailamos I’m sorry. -Pero no pienso hacerme el cateterismo.

-Ya tuviste dos infartos -se levantó para vaciar la botella mi hermano. -Y en este momento no podés sobrepasar las 130 pulsaciones. ¿Entendés a lo que me refiero?

-Es que ya ni tengo ganas de mojar el bizcocho.

Y después de quedarnos escuchando un rato los grillos José ladró uno de esos llantos volcánicos típicos de los Rabí:

-¿Sabés que a veces sería capaz de acompañar a los familiares de los desaparecidos llevando un cartel con la cara de Brenda, loco?

Eso me hizo sudar hielo. Pero igual me animé a arrastrar la lengua imitando a la Casares:

-Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. / Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. / Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía. / Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.

Entonces José fue hasta el jardín por el caminero del costado y al volver traía las manos en los bolsillos y se balanceaba igual que Gregory Peck en la escena final de La princesa que quería vivir.

-Es un viaje -mostró los dientes con dulzura. -El amor es un viaje.

-Ta. Creo que ese va a ser el título de la novela -me entusiasmé. -No tiene mucho gancho, pero dice lo justo.

-¿Y qué pensás poner en el último capítulo?

-Voy a contar esto que está pasando aquí, en este momento.

-¿No es muy triste?

-No. Porque Ella está aquí -señalé el resplandor de la Magnolia.


EPÍLOGO PARA ESCANDALIZAR 

por Senel Rabí / O.C.D.


Mi tío, Jerónimo Rabí (1948 / 2003) no llegó a ver publicada esta novela.

El amor es un viaje fue terminada dos años antes de su muerte, en 2001, y finalmente el título Todo ángel es terrible se utilizó en una selección póstuma de sus poemas que apareció en México a principios de 2004, prologada por Saúl Ibargoyen.

Una tarde de noviembre de ese año, cuando yo todavía cursaba el postulantado en el convento carmelita descalzo San José de la Montaña, recibí una llamada de Jazmín Rial, prima hermana de Loreley, para pedirme un ejemplar de algún libro de mi tío.

Nunca supe cómo me localizó, pero me quedó muy claro que Mambita estaba agonizando en un sanatorio céntrico y necesitaba acariciar algún libro de Cleanto.

Más allá de lo que dice la vox populi, las iglesias uruguayas viven con las finanzas en rojo, y ese día me autorizaron para llevarle a la amigovia liceal de mi tío el único ejemplar que me quedaba de la antología mexicana, aunque tuve que pedalear hasta el centro porque no pude conseguir ninguna camioneta del convento y había paro de transporte.

Montevideo estaba carnavalizada por el más gigantesco festejo electoral que hubo jamás en nuestro país, y esa noche le entregué el poemario a la mujer de la vida de Jerónimo, que agonizaba casi completamente sola.

Todavía tenía la lucidez intacta, y durante los últimos tres cuartos de hora de su existencia terrestre conversamos sobre el cuasi romance que vivieron con mi tío en 4º año de liceo.

Ella recordaba con total exactitud, además, el viaje al Brasil que hicieron en enero del 64, y lo último que dijo antes de morir fue que cuando le dio la mano a Jerónimo en la oscuridad del ómnibus que abandonaba Porto Alegre se sintió una novia de verdad.

Y dejó de respirar con los ojazos inolvidablemente avitralados.

Me costó mucho arrancarle el libro de las manos para volver hasta Carrasco en bicicleta, y no me sentí triste.

Me resultaba tan terrible como prodigioso haber comprobado de golpe que tanto mi tío como su amada inmortal nunca pudieron curarse del alcoholismo compulsivo que los embrujó después de la segunda mitad de la vida, y que tampoco ninguno de los dos volvió a sentirse arcoíricamente adorado por una pareja.

Cuando Loreley me preguntó cómo le había ido a Jerónimo con las mujeres contesté que pudo morir amando, aunque siempre fue un hombre muy bravo de entender. Sólo eso. No era el momento de contar que después de escribir su última novela tuvo un insólito romance platónico con una vecina infectada de sida que conoció en Atlántida.

A la mujer-muchacha llamada Tatiana le habían pronosticado muy poca sobrevida, y después que a mi tío se le reventó el corazón por haberla literalmente violado en el chalé contiguo al nuestro, ella vivió cuatro años más y tuvo tiempo de reconciliarse con el horror del mundo y morir enamorada del atardecer. Hay testigos del milagro.

Ni mi madre ni mi hermana pudieron perdonarle al místico enfermo de la familia haberse suicidado de esa manera, pero mi padre y yo pensamos que en realidad dio la vida para purificar un alma a la fuerza. Porque la verdadera fe nunca va a ser decente. Y Jerónimo Rabí siempre fue un ángel violador de los desesperados. Quien lo probó, lo sabe.



Cuartel artiguista de la Calle Lepanto / 2019.

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