1º edición: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2019
37 Además de tener el
defecto infantiloide del sí fácil siempre fui un extravertido
hiperlábico incurable, y la noche de los ravioli terminamos festejando
el noviazgo con el Gato y ya en el primer brindis mi amigo se emocionó:
-Esta es una fazaña digna
de un verdadero Poeta Andante, macho. Así que devolveme el suspensor porque ya
no vas a tener problemas con la exhibición monstruosa de la poronga.
Y esta vez me prohibí
detallarle las condiciones de trato platónico que me había impuesto mi
Beatrice-Dulcinea, porque podrán llamarme bocabierta o barriga fría o
estómago resfriado pero siempre fui absolutamente incapaz de denigrar a
la gracia de inmaculación que purifica al mundo. Me lo enseñó mi padre.
Al otro día nos fuimos
del Vitoria después de cenar, y ya a las 7:25 había anotado en el
cuaderno una bitácora que titulé PORTO ALEGRE, 20: Aquí se va a
quedar lo de los días. / Lo que fue de una semana / la falange más violenta y
tersada / de mi vida. // Aquí van a quedar hombres y yo me pregunto / cómo
seguirán siendo cuando yo me escabulla? / de qué color será su sangre de todos
los días? / cómo podrán vivir? / Ahora amo hasta los ceniceros del hotel. / Amo
a mi familia que voy a volver a ver / dentro de poco. // Amo a lo que me hizo
reír y llorar, / doler, desmenuzar. / Amo a la cama, a mi reloj, / a los discos
de abajo, / a este cuarto pequeño donde me divertí. // Dios me lo dio todo. /
Fue una máquina magnífica, / digestiva, ordenada, trabajada. // La noche amanece
en mi estómago. / Ahora quiero a la vida mucho más, / y estoy más triste. //
Vida.
La ubicación en el
ómnibus no fue muy complicada de trampear, y además ya la habíamos ensayado en
el viaje al restaurant del morro de la gloria. Muriel se sentaba con
Mambita y yo con Rosana, y de golpe empezaban a preguntarse cosas a través del
pasillo y trocábamos de asiento para que ellas pudieran conversar más
tranquilas. A esta altura Mimosa ya no tenía más remedio que hacerse la boba y
yo le mostraba a Loreley mis poemas nuevos y ella me los devolvía con menos
apasionamiento que si estuviéramos jugando al rummy, aunque sin molestarse.
-Te regalo ese gajo de
luna menguante color champán -murmuré cuando ya íbamos terminando de cruzar el
puente que sobrevuela la desembocadura del río Guaiba. -¿No parece una media
medalla?
Y mi Dama sonrió
divertida porque La media medalla era el nombre de una de las canciones
que puso de moda el Club del Clan, un programa televisivo porteño
liderado por Palito Ortega.
-Gracias, mi poeta -se
acomodó para dormir y me di cuenta que era la primera vez que iba a escucharla
respirar en una especie de oscuridad nupcial y moví apenas los labios para
rezar sin ruido: -Ábreme, hermana mía, compañera mía, paloma mía, perfecta
mía, porque mi cabeza está llena de las gotas de la noche.
Y
mientras el ómnibus terminaba de cruzar el puente para incrustarse en el
azulísimo telón del estrellerío Loreley me agarró un rato la mano con suavidad
de novia y durante diez o quince minutos tuve la seguridad de que todo el amor
de todos los corazones del mundo era absolutamente inmortal y el paraíso se
abrió.
38
Volvimos directamente en
un solo viaje de ómnibus y a las 10:55 de la mañana del 21 / 4 / 64 clausuré
los Cantos del viaje con un texto sin título: Mi flor de un día trata
de dormir. // Su alcance, unido a mi desarreglada belleza / cuando la miro /
hace del cáliz una cruz. // En su copa de árbol verdecina / están edificando
ranchitos y de yerba / para albergar la dulzura infinita, / senil, de Dios,
/ de mí. // Transcurre un auge invertebrado afuera / de los montes y sol, /
y me pregunto / en qué lugar su manso despertar / tendrá penumbra donde
abrir los pájaros? / de qué me serviría en este momento / adosarle una mano al
cielo inocuo? / para qué tantas largas, / si mi flor, me quiere.
Y cuando ya estábamos en
pleno rambla de Montevideo cantando a coro la popularísima Media novia del
rebautizado Palega Ortito por el Gato Roux traté de entrelazarle la mano
a Loreley pero ella se zafó fulminándome de reojo.
Las familias nos estaban
esperando en la pasiva encolumnada de la esquina de Sarandí y Juncal, y
nosotros volvimos a Punta Gorda en la camioneta de Pochocho y lo primero que
hice fue sacar del bolso la Pietà tridimensional explicándole a mi madre
que era un regalo del gordo Werther y ella hasta lagrimeó:
-Pero qué caballero que
es Halewicz. Y estoy segura de que no se debe emborrachar como ese Gato que te
pone tan loco. Recién estuvimos charlando con el padre y parece un buen hombre.
¿Vos sabías que la madre de Werther vive en Viena y ni siquiera lo crió?
-A mí Muriel me dijo que
se había muerto cuando él era muy chico -me ericé.
-Bueno, pero aquí lo que
todos estamos esperando saber es cómo le fue de amores a Cleanto -me hizo una
guiñada a través del espejo retrovisor Pochocho.
-¿Pero no ven que se le
pusieron lindos hasta los granos? -me acarició el bozo la mujer de mi padre.
-Ahora que tenés dragona oficial hay que afeitarse, zorrito con bigotes.
Y cuando mi hermano me
preguntó si me había arreglado con Loreley le mostré una ortodoncia
resplandeciente murmurando:
-Más que eso.
-Cristo -sonrió mi viejo. -Así que la cosa viene con Maracanazo
y todo.
-¿No viste que la
chinonga tenía la cola más parada que Marta Gularte? Y la cogotuda de Mimosa ni
siquiera me vino a saludar. No me gusta esa gente.
-Basta, Odette.
-Yo lo único que hago es defender el corazón de mi
hijo.
Entonces mi padre me hizo
una seña para que no le diera pelota y mi hermano me premió con una admiración
celestísima:
-¿Escribiste muchos
poemas?
-Veintidós -saqué el
cuaderno verde del bolso.
-Y además me imagino que
tuviste que usar el agua colonia -se puso casi contenta la mujer confesa de
mí. -Te apuesto a que por lo menos tuvo una taquicardia, Salomón.
Mi madre me ajusta el
cuello del abrigo, no porque empieza a nevar, sino para que empiece a nevar,
pensé horrorizadamente. Y recién pude volver a seguirla queriendo veinticinco
años después, cuando apareció ahorcada.
39
Esa misma tarde nos
fuimos para Atlántida y llamé a Loreley tres veces por larga distancia hasta
que a medianoche ya no me atendió ella sino la bruja, explicándome
filosamente que la nena dormía. Y al otro día fue Mambita la que llamó
primero, y después que me puse histérico porque iba a ir sola a la playa me
pidió que pasara a buscarla por la casa a las cinco de la tarde.
Cuando llegué a la
esquina de Hipólito Yrigoyen y Rivera mi media novia me estaba esperando
enmascarada por los lentes negros de la madre y supe que eran las cinco en
sombra en todos los relojes. Entonces caminamos hasta la plaza Fabini y nos
paramos frente a un jardín de la calle Candelaria que nunca más dejé de
contemplar desde los ómnibus como si fuera el Gólgota.
-Lo lamento -se
recostó de golpe mi Dama sobre una verja llena de rosas blancas. -Lo lamento
muchísimo. Pero me porté como una idiota y no me di cuenta de que el amor podía
ser tan cruel. Y aunque vos me dijiste que la juventud siempre se equivoca eso
no te alivia el sufrimiento. Perdoname, por favor. Pero el amor es ciego y yo
estaba demasiado ciega para ver lo que hacía.
-¿Quién te tradujo tan
bien esa canción? -me pareció escuchar la maravillosa ronquera de Brenda Lee
flotando entre el perfume de la plaza.
-Mi prima Jazmín. Y hoy
me la aprendí de memoria en la playa. I’m sorry, mi poeta. So sorry. No
podemos seguir juntos.
-Es que no tengo nada que
perdonarte -traté de sonreír. -¿Entonces vos pensás que me tendría que anotar
en el IAVA y no en el Dámaso? No voy a soportar verte todos los días.
-Eso decidilo vos -se
enderezó con los pechos más erectos que las rosas.
-Bueno, antes de despedirnos
quisiera recitarte una glosa que hizo Nicolás Guillén con la cuarteta de Eloy
Blanco que te puse en el álbum.
-Dale-se miró el reloj
Loreley, y me la imaginé cazando hombres en bikini y tuve la paranoica
sensación de que ya la debía estar esperando algún rebotero jopeado a lo
Presley para pudrirle el alma.
-Es un poema precioso -se
le entristeció el bermellón turgente después de escuchar las décimas. -Pero me
hace sentir piedad.
-La pietà es una
forma suprema de la adoración -se me calmó la arritmia porque de golpe me sentí
literalmente muerto y abandonado por Dios y por la dueña de Mambi, que
ahora ni siquiera podía entrever atrás de los putos lentes negros de Mimosa.
-¿Volvés a Atlántida,
Jerónimo?
-Sí. Te acompaño a tu
casa y sigo hasta Avenita Italia a esperar algún COPSA.
-No tomes mucho -ordenó
como una esposa cuando nos despedimos para siempre sin rozarnos ni siquiera una
mano.
Y a los pocos días Rosana
le contó al Gato que aquella noche Mambita había llorado peor que cuando murió
Chimba y que la madre invitó a cenar a Werther como si recibiera a un príncipe
austro-húngaro y nos emborrachamos cagándonos de risa en la cantina del Unión
Atlética.
40
Mi hermano me pidió para
leer los 39 capítulos que llevaba terminados y anoche nos tomamos no sé cuántos
jaibols evaluando los dos posibles títulos elegidos para esta novela: Todo
ángel es terrible y El amor que no se ahogó en la sopa.
-Al primero lo encuentro
muy abstracto y al segundo muy áspero -se pellizcó la papada gredosa José, que
siempre tuvo bruta pinta a pesar de la gordura. -¿Te acordás de la última frase
que nos dijo papá en el sanatorio antes de entrar en coma?
-¿La del viaje?
-Sí. Dijo: El amor es
un viaje hacia el oro que existe adentro del dolor.
Mi viejo había vuelto a
casarse muy feliz, y después de enviudar psicosomatizó fulminantemente un
cáncer tiroideo y se fue de este infierno estrellado con total
mansedumbre.
-Es que él terminó siendo
tan junguiano que a la muerte la llamaba la gran aventura -retuve un
trago largo abajo de la lengua para emborracharme más rápido. -Y sabía
perfectamente que la cruz es el lugar donde se brilla mejor.
-Y además se pasó la vida
entera haciendo acampar a la gente en el paraíso, como cuando Mambita te dio la
mano en el puente de Porto Alegre.
-No te enojes, José -me
acerqué a una Magnolia de la Más Dimensión acordándome del resplandor que
aureolaba a mi Dama en el Oceanía la noche que bailamos I’m sorry. -Pero
no pienso hacerme el cateterismo.
-Ya tuviste dos infartos
-se levantó para vaciar la botella mi hermano. -Y en este momento no podés
sobrepasar las 130 pulsaciones. ¿Entendés a lo que me refiero?
-Es que ya ni tengo ganas
de mojar el bizcocho.
Y después de quedarnos
escuchando un rato los grillos José ladró uno de esos llantos volcánicos
típicos de los Rabí:
-¿Sabés que a veces sería
capaz de acompañar a los familiares de los desaparecidos llevando un cartel con
la cara de Brenda, loco?
Eso me hizo sudar hielo.
Pero igual me animé a arrastrar la lengua imitando a la Casares:
-Señor, ya me
arrancaste lo que yo más quería. / Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. /
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía. / Señor, ya estamos solos mi corazón
y el mar.
Entonces José fue hasta
el jardín por el caminero del costado y al volver traía las manos en los
bolsillos y se balanceaba igual que Gregory Peck en la escena final de La
princesa que quería vivir.
-Es un viaje -mostró los
dientes con dulzura. -El amor es un viaje.
-Ta. Creo que ese va a
ser el título de la novela -me entusiasmé. -No tiene mucho gancho, pero dice lo
justo.
-¿Y qué pensás poner en
el último capítulo?
-Voy a contar esto que
está pasando aquí, en este momento.
-¿No es muy triste?
-No. Porque Ella
está aquí -señalé el resplandor de la Magnolia.
EPÍLOGO PARA
ESCANDALIZAR
por Senel Rabí / O.C.D.
Mi tío, Jerónimo Rabí
(1948 / 2003) no llegó a ver publicada esta novela.
El amor es un viaje fue
terminada dos años antes de su muerte, en 2001, y finalmente el título Todo
ángel es terrible se utilizó en una selección póstuma de sus poemas que
apareció en México a principios de 2004, prologada por Saúl Ibargoyen.
Una tarde de noviembre de
ese año, cuando yo todavía cursaba el postulantado en el convento carmelita
descalzo San José de la Montaña, recibí una llamada de Jazmín Rial, prima
hermana de Loreley, para pedirme un ejemplar de algún libro de mi tío.
Nunca supe cómo me
localizó, pero me quedó muy claro que Mambita estaba agonizando en un
sanatorio céntrico y necesitaba acariciar algún libro de Cleanto.
Más allá de lo que dice
la vox populi, las iglesias uruguayas viven con las finanzas en rojo,
y ese día me autorizaron para llevarle a la amigovia liceal de mi tío el
único ejemplar que me quedaba de la antología mexicana, aunque tuve que
pedalear hasta el centro porque no pude conseguir ninguna camioneta del
convento y había paro de transporte.
Montevideo estaba
carnavalizada por el más gigantesco festejo electoral que hubo jamás en nuestro
país, y esa noche le entregué el poemario a la mujer de la vida de
Jerónimo, que agonizaba casi completamente sola.
Todavía tenía la lucidez
intacta, y durante los últimos tres cuartos de hora de su existencia terrestre
conversamos sobre el cuasi romance que vivieron con mi tío en 4º año de liceo.
Ella
recordaba con total exactitud, además, el viaje al Brasil que hicieron en enero
del 64, y lo último que dijo antes de morir fue que cuando le dio la mano a
Jerónimo en la oscuridad del ómnibus que abandonaba Porto Alegre se sintió una novia
de verdad.
Y dejó de respirar con
los ojazos inolvidablemente avitralados.
Me costó mucho arrancarle
el libro de las manos para volver hasta Carrasco en bicicleta, y no me sentí
triste.
Me resultaba tan terrible
como prodigioso haber comprobado de golpe que tanto mi tío como su amada
inmortal nunca pudieron curarse del alcoholismo compulsivo que los embrujó
después de la segunda mitad de la vida, y que tampoco ninguno de los dos volvió
a sentirse arcoíricamente adorado por una pareja.
Cuando Loreley me
preguntó cómo le había ido a Jerónimo con las mujeres contesté que pudo morir amando,
aunque siempre fue un hombre muy bravo de entender. Sólo eso. No era el momento
de contar que después de escribir su última novela tuvo un insólito romance
platónico con una vecina infectada de sida que conoció en Atlántida.
A la mujer-muchacha
llamada Tatiana le habían pronosticado muy poca sobrevida, y después que a mi tío
se le reventó el corazón por haberla literalmente violado en el chalé
contiguo al nuestro, ella vivió cuatro años más y tuvo tiempo de reconciliarse
con el horror del mundo y morir enamorada del atardecer. Hay testigos
del milagro.
Ni mi madre ni mi hermana
pudieron perdonarle al místico enfermo de la familia haberse suicidado
de esa manera, pero mi padre y yo pensamos que en realidad dio la vida
para purificar un alma a la fuerza. Porque la verdadera fe nunca va a ser decente.
Y Jerónimo Rabí siempre fue un ángel violador de los desesperados. Quien lo
probó, lo sabe.
Cuartel artiguista de la
Calle Lepanto / 2019.
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