lunes

SELECCIÓN DE CUENTOS DE CABALLERÍA ROJA (6) - ISAAK BÁBEL


6 / EL SOL DE ITALIA

Ayer pasé de nuevo la velada en casa de Pani Elisa, bajo una corona de verdes ramas de abeto. Estuve sentado junto a la estufa cálida y viva, y volví a casa muy avanzada la noche. Colina abajo, el silencioso Sbruch brillaba como un cristal en su mansa corriente. Mi alma, llena de la ebriedad lánguida del sueño, sonreía a no sé quién y mi imaginación, esa mujer buena, ciega y venturosa, hacía en la niebla de julio remotas figuras.

La ciudad incendiada -columnas partidas y escombros clavados en el suelo como dedos siniestros y seniles- parecía flotar en el aire, ingrávida e irreal como un sueño. La desnuda luz de la luna caía sobre ella a raudales, el húmedo moho de las ruinas florecía como el mármol en las graderías de la Ópera. Y yo esperaba, impaciente, que apareciese entre las nubes un Romeo vestido de raso, cantando al amor, mientras, entre bastidores, un maquinista aburrido ponía su dedo sobre el interruptor de la luz lunar.

Calles azules discurrían junto a mí como vías lácteas que manasen de numerosos pechos. Temía encontrar en casa a mi vecino Sidorov, quien por las noches dejaba caer sobre mí la pata peluda de su tristeza sin fondo. Por suerte, aquella noche de luna lechosa no pronunció Sidorov una sola palabra. Rodeado de libros, escribía. Sobre la mesa humeaba una vela torcida, la lúgubre llama de los soñadores. Sentado cerca, yo dormitaba y los sueños saltaban como gatitos a mi alrededor.

La noche estaba ya muy avanzada cuando me despertó un ordenanza que llamaba a Sidorov al estado mayor. Salieron juntos. Entonces yo corrí a la mesa donde Sidorov había estado escribiendo y hojeé el libro. Era un manual para aprender italiano, con una reproducción del Foro romano y el plano de la ciudad de Roma. El plano estaba marcado con cruces y puntos. Mi estado somnoliento desapareció. Me incliné sobre la página manuscrita y con el corazón suspendido y los dedos apretados, leía la carta ajena. Sidorov, el melancólico, rompía en pedazos la rosada felpa de mi imaginación y me arrastraba por los pasillos de su locura. La carta estaba abierta en la segunda página y no me atreví a buscar la primera.

“…el pulmón atravesado y la mente un poco alterada, o como dice Serguei, mi inteligencia ha volado. Realmente no será el imbécil este, quien pierda el juicio. Pero bromas aparte… Vamos a la orden del día, mi querida Victoria.

“Participé durante tres meses en la campaña de Majnó, (3) una serie agotadora de pillerías y nada más… Sólo Volin (4) sigue ahí. Volin se viste con ropas de apóstol y, poco a poco, partiendo del anarquismo, busca encaramarse a la altura de Lenin. ¡Es terrible! Y Majnó lo escucha, se acaricia el polvoriento pelambre de sus rizos y entre sus dientes carcomidos se desliza rápidamente, como una serpiente, su risita de mujik. Y ahora yo me pregunto si en todo esto no está el grano malévolo de la anarquía y si no tendremos que sonarles la nariz a ustedes, impróvidos y prósperos miembros del improvisado Comité Central made in Karkov; capital también improvisada. Vuestros felices arribistas no quieren ya acordarse de los pecados de su juventud anarquista y se ríen de nosotros desde las alturas de su sabiduría estatal… Que se vayan al diablo.

“Luego fui a parar a Moscú. ¿Cómo terminé en Moscú? Nuestros muchachos venían atropellando con requisas y otras medidas. Yo, como un adolescente, me metí en el medio. Me dieron una lección. La herida no tenía importancia, pero en Moscú, ¡ah, Victoria! En Moscú perdí la palabra a causa de tanta desgracia. Cada día los hermanos del hospital me llevaban un poco de sémola. Con mucho respeto, me la traían en una gran fuente, y yo llegué a odiar aquella sémola, ese aprovisionamiento de guerra y ese Moscú planificado. En el Soviet me encontré con un puñado de anarquistas. Eran unos mequetrefes o unos viejos medios locos. Fui al Kremlin y propuse un plan de trabajo auténtico. Me dieron palmaditas de felicitación y prometieron nombrarme subjefe de servicio si me correspondía. No me corregí. ¿Y qué vino después? Después vino el frente, la Caballería Roja, y la vida de soldado con su olor a sangre y muerte.

“¡Sálvame, Victoria! La sabiduría estatal me vuelve loco, el aburrimiento me mata. Si no me ayudas, reventaré aunque no esté en el plan. ¿y quién puede querer que reviente un combatiente así, desorganizado? No tú, Victoria, mi novia que nunca serás mi mujer. ¡Pero basta de sentimentalismo! Qué vamos a hacer…

“Mientras, hablemos en serio. Me aburro en el ejército. No puedo montar a caballo a causa de la herida, no puedo batirme. Haz valer tu influencia, Victoria. Que me envíen a Italia. Estudiando el idioma y dentro de dos meses seré capaz de hablarlo. En Italia arde el fuego. Muchas cosas están prontas ya. No hace falta más que un par de disparos. Yo podría ocuparme de uno. Hay que mandar al rey al diablo. Es muy importante. Ese rey es un tipo increíble que juega a lo popular y se hace retratar con socialistas domesticados para las revistas de consumo familiar. A los del Comité Central y a los del Comisariado para Asuntos Exteriores no les digas nada ni de disparos ni de reyes. Te darían una palmadita en la espalda y te dirían ‘¡Un romántico!’. Di sencillamente que estoy enfermo, mal, muerto de tristeza, que necesito el sol de Italia y bananas. ¿He hecho méritos suficientes, no? A cuidarse, entonces. Si no quieren, que me envíen a la Checa de Odessa… Ahí son sensatos y…

“¡Pero qué tonto, qué tonto y qué inmerecido lo que te escribo, querida Victoria!

“Italia se me metió en el corazón como un sortilegio. La idea de ese país que nunca vi me es tan dulce como un nombre de mujer, como el tuyo, Victoria…”

Leí la carta y volví a mi cama revuelta y sucia. Pero no podía dormir. Del otro lado de la pared, la judía embarazada lloraba con sentimiento. Con un murmullo de suspiros le contestaba al grandote de su marido. Se acordaban de las cosas que les robaron y se acusaban mutuamente por no haberlo evitado. Luego, al amanecer, volvió Sidorov. Sobre la mesa se iba extinguiendo la vela. Sidorov sacó de su bota otro cabo de vela y con aire pensativo lo aplastó contra la mecha apagada. La habitación quedó a oscuras, tenebrosa, y todo exhalaba el olor húmedo y pestilente de la noche. Sólo la ventana, bañada por la luna, resplandecía como una liberación.

No más llegar, mi sombrío compañero escondió la carta. Volvió a sentarse a la mesa, inclinado, y abrió el álbum sobre la ciudad de Roma. Ante su inexpresiva cara olivácea se desplegaba el magnífico libro de lomo dorado. Ahí estaban las ruinas del Capitolio y del Coliseo a la luz del ocaso. La fotografía de la familia real se guardaba allí entre las grandes hojas lustrosas. Sobre un pedazo de papel arrancado de un calendario se veían al amable y enfermizo rey Víctor Manuel con su mujer de negra cabellera, el príncipe heredero Umberto y una camada de princesas.

…Y allí estaba la noche, la noche llena de tañidos lejanos y lastimeros, el cuadrado de luz en las húmedas tinieblas y en el medio la cara lívida, la máscara inerte de Sidorov, inclinado sobre el resplandor amarillo de una vela.


Notas

(3) Nestor Ivanovich Mahnó (1888-1934), fue un revolucionario anarquista ucraniano, condenado a prisión perpetua durante el zarismo y liberado por la revolución soviética de 1917. Participó en la Guerra Civil Rusa y en la ucraniano-soviética. Lideró un movimiento campesino, en el que ensayó estrategias guerrilleras. Tuvo alianza y enfrentamientos con los bolcheviques y en 1921 se exilió en Francia.
(4) Volin (1882-1945) fue una figura destacada del anarquismo ruso. Es autor de La revolución desconocida.

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