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GARDEL: EL ALMA QUE CANTA (12) - HUGO GARCÍA ROBLES


Bastaría recordar las numerosas fotos que muestran a Gardel de chiripá y botas, vistiendo el atuendo del gaucho, por dos razones. Por una parte, el mundo identificaba al Río de la Plata en esa imagen y por otra, él sentía genuinamente el universo criollo que, como queda dicho, es parte fundamental de su formación a través de los payadores. En este repertorio la figura del Viejo Pancho justifica por su importancia y la devoción que le dedicó Gardel, detenerse en su obra.

Don Francisco Alonso y Trelles, más conocido como “El Viejo Pancho” encarna uno de esos casos excepcionales del extranjero que se inserta de tal modo en su patria adoptiva que recuerda el caso de Conrad convertido de su nativa Polonia en escritor inglés. Alonso y Trelles era gallego de Ribadeo, donde nació en 1857, pero a los 20 años se instala en Uruguay. Allí se sumó a la poesía de corte nativista, una transformación nostálgica de la herencia gauchesca, de José Hernández en particular. Lo hizo con tal grado de verosimilitud y vigor expresivo que se popularizó ampliamente. Algunos de sus poemas fueron musicalizados. En la música académica o llamada culta, Eduardo Fabini, el mayor compositor nacionalista del Uruguay, compuso las canciones “Luz mala”, “La güeya” y “Remedio”. En el sector de la música popular Gardel cantó “Como todas”, “Insomnio” y “Misterio” con música de Américo Chiriff y “Hopa… hopa… hopa” con música de Roberto Fugazot, el miembro uruguayo del famoso Trío Argentino que integraba con el rosarino Agustín Irusta y el compositor y pianista Lucio Demare.

La manera con que aborda Gardel “Hopa… hopa… hopa” es de un tiempo moderado, muy cercano en su estilo a la expresión oral, como una charla distendida, sin prisa, descriptiva de la situación que el texto establece: el ruido de la cabalgadura, el apero del jinete. Poco a poco a medida que el texto se torna dramático, la voz de Gardel se pliega a esa temperatura emotiva, sin grandes gestos, discreta y serena, pausas que con sus mínimos silencios apoyan esa expresividad. Como el que sigue a “sonrióse el tropero” que funciona como un guión en el texto escrito, que acota las palabras “que era el desengaño”. La voz toma el tono de la distancia cuando anota, en el final, “aun trae a mis oídos el viento’e la noche, su grito campero”. El grito “hopa” que concluye con el breve y ligero adorno en la melodía de la tercera y última vez, que pone a la canción un sugerente paréntesis abierto, sin punto que cierre verdaderamente, como prolongando la marcha del tropero que se aleja dejando detrás la huella de su grito.

“Insomnio” merece igual atención. El tono sereno que es el mismo de la canción citada antes, tiene dos momentos de climax. Uno, cuando se enumeran los descaecimientos de la vida rural, en la visión del Viejo Pancho, que torna sarcástica la voz del cantor sobre las palabras “gauchos que no saben de vincha y culero”, “potros domados a fuerza’e cabestro”, “yeguas sin cencerro” y luego mucho más peyorativa en su formulación “patrones que en auto van a los rodeos”. A ello se suma la misoginia habitual del autor que evoca los “ojos matreros” que no lo abandonan y la han robado el sueño. Aquí, fiel a la comprensión del texto, la voz de Gardel se dulcifica, sustituye el tono sarcástico empleado antes y alcanza el climax en las palabras “que olvidar puedo”.

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