crónica ficcionada del golpe de estado y de la Huelga General
La Historia parece un jadeante gigante
cansado, detenido por un instante en un rincón del almanaque, como queriendo
tomar impulso, para poder encaminarse hacia otros rumbos. La gente está en
suspenso, a la espera de que el río inacabable del tiempo recobre su marcha.
Los sectores organizados alertan que nada ni nadie a partir de lo que ocurra
será el mismo y que el Uruguay caerá en la vergonzante pendiente del resto del
continente, pero no todos son conscientes o no quieren serlo de lo que acecha.
El presidente Juan María Bordaberry despierta sugestionado como nunca de que el
destino lo ha elegido para cumplir un rol histórico, que es un instrumento de
la providencia divina y que ha sido convocado a impulsar leyes universales que
en un plazo no muy largo encarnarán en nuevas instituciones más acordes con lo
que en su opinión es el orden natural. Se inclina y se persigna ante una imagen
religiosa para que le dé fuerzas, es consciente de que cada día tiene menos
apoyo y que solamente cuenta con el respaldo militar, pero éste también es en
muchos aspectos relativo, ya que entre los generales no faltan los que lo miran
con recelo. En realidad fueron ellos los que lo conminaron a iniciar un proceso
que con su participación o sin su participación, iniciaría igual. Y presionado
por ellos, por las fuerzas sociales a las que se debe, por sus convicciones y
por los fantasmas de su pasado, terminó por aceptar. Su familia lo ha educado
en la defensa del integrismo, de los principios antiliberales y de la estirpe a
la que siente que pertenece. Por un momento le llega la imagen de Domingo, su
padre, en su estancia de Durazno, brama que la sociedad democrática y la
cristiana son extremos contradictorios y excluyentes y contra los que
impulsaron la educación laica, abolieron la pena de muerte e implantaron el
voto femenino, entre otras aberraciones. Desde algún rincón del tiempo ahora le
dice que ha llegado la hora de acabar con la subversión marxista para salvar a
la civilización occidental, y que hay que eliminar a los partidos políticos, a
la constitución vigente, a las formas republicano-democráticas de gobierno y a
la tradición liberal. Los ojos de Bordaberry parecen más hundidos que nunca,
son los ojos de un hombre resuelto, jugado, de un cruzado, de un auténtico
guerrero de Dios, que no vacilará ante nadie que atente contra la tradición, la
familia y la propiedad.
***
Entre sus seguidores crecen las
expectativas en la medida que pasan las horas. Saborean de antemano la ofensiva
militar, pero los inquieta la previsible respuesta popular. La saborean los
estancieros en sus estancias y dibuja sonrisas en la cara de muchos directivos
de la Asociación Rural; entusiasma a los inversores y bancos extranjeros, a los
especuladores, a los tantas veces denunciados negociantes de la industria
frigorífica, a los dueños de las financieras que prosperan con la fuga de
capitales y la evasión de impuestos. Festejan el clan Peirano y sus cómplices
del Banco Mercantil, de tanta incidencia en la industria frigorífica,
automotriz y agropecuaria; festeja el clan Ferrés de gran peso en las
industrias del vidrio, del arroz, de los aceites, del azúcar y de los cueros;
festejan los directivos de Adela y Deltec, y de otras financieras
internacionales que quieren, con el apoyo de EEUU y Europa, quedarse con la
riqueza ganadera y frigorífica del Río de la Plata; hace restregar las manos
del grupo Pellegrini y brillar los ojos con codicia a Jorge Peirano Faccio, a
César Charlone, a Alejandro Vegth Villegas, a Carlos Frick Davie, a Horacio
Abadie Santos y a muchos ministros y ex ministros que son o han sido fieles
representantes de los intereses de la banca, de los frigoríficos y de la gran
estancia en el gobierno. Sus sueños
están por cumplirse. Con el Parlamento disuelto, los medios de comunicación
controlados, la central sindical ilegalizada, los partidos proscriptos, todo
queda a pedir de boca para acumular ganancias sin control y es un respiro ante
tantos sobresaltos de los últimos años, desde que en Chile triunfó Allende y la
subversión marxista. Para su disgusto el mal ejemplo ha contagiado a otros
países de la región, en particular al Uruguay, adonde la izquierda, nucleada en
el Frente Amplio, propone impulsar la reforma agraria y nacionalizar la banca y
el comercio exterior. Por todo esto el novel embajador norteamericano Mr.
Siracusa está abrumado, son muchos los cabos nacionales e internacionales que
debe atar, para que nada entorpezca los planes; nada deja al azar, es que tiene
una larga experiencia en este tipo de menesteres y su principal preocupación es
mantener informado al detalle de cuanto ocurre a sus superiores del
Departamento de Estado, que miran al Uruguay como una pieza del ajedrez
internacional, imprescindible para conformar un bloque en el sur del continente
similar al de la OTAN, con Brasil como inspirador y estado gendarme por
excelencia y los ejércitos de cada país transformados en instrumentos a su
servicio.
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