martes

CHARLES BUKOWSKI - JAMÓN Y CENTENO (LA SENDA DEL PERDEDOR) - 13


12

Una noche mi padre me llevó con él a hacer el reparto de leche. Ya no había carros de caballos. Ahora se usaban camionetas. Después de cargar en la central lechera, fuimos hasta la ruta. Me gustaba estar en la calle tan temprano. La luna estaba alta y todavía se veían estrellas. Hacía frío, pero era excitante. Yo no entendía por qué mi padre me había pedido que lo acompañara, si me seguía pegando con el cinturón todas las semanas y aquello no parecía que se fuese a acabar.

Cada vez que parábamos él se bajaba de un salto y dejaba una o dos botellas de leche. A veces también repartía queso, o nata, o manteca, y de vez cuando una botella de jugo de naranja. La mayoría de la gente escribía sus encargos en notas que dejaban en las botellas vacías.

Mi padre iba parando en las casas y haciendo el reparto.

-Bueno, muchacho, ¿en qué dirección vamos ahora?

-Hacia el Norte.

-Tenés razón. Vamos hacia el Norte.

Íbamos subiendo y bajando calles, parándonos y haciendo el reparto.

-Muy bien. ¿Y ahora en qué dirección vamos?

-Hacia el Oeste.

-No. Estamos yendo hacia el Sur.

Seguimos avanzando en silencio.

-Suponete que ahora yo te hiciera bajar de la camioneta y te dejara allí. ¿Qué harias?

-No sé.

-Lo que quiero decir es qué harías para sobrevivir.

-Bueno, supongo que volvería para atrás y me tomaría la leche y el jugo de naranja que dejaste en las puertas.

-¿Harías eso?

-Buscaría a un policía para decirle lo que acababas de hacerme.

-¿Ah, sí? ¿Y qué le dirías?

-Le diría que me dijiste que el Oeste era el Sur para que me perdiera.

Estaba amaneciendo. Después que terminamos el reparto paramos a desayunar en un café. Se nos acercó una camarera.

-Hola, Henry -le dijo a mi padre.

-Hola, Betty -contestó él.

-¿Quién es este chiquilín?

-Es Henry junior.

-Es igualito a vos.

-Pero no tiene mi cerebro.

-Espero que no.

Pedimos el desayuno. Huevos con tocino. Mientras comíamos, mi padre me dijo:

-Ahora viene lo bravo.

-¿Lo qué?

Tengo que salir a cobrar la plata que me debe la gente. Hay algunos que no pagan.

-Pero tienen que pagar.

-Eso es lo que yo les digo.

Terminamos de comer y arrancamos de nuevo. Mi padre se bajaba y golpeaba las puertas. Yo lo escuchaba aullar:

-¿CÓMO CARAJO SE CREE QUE VOY A COMER YO? ¡USTEDES SE TRAGARON LA LECHE Y AHORA TIENEN QUE CAGAR LA PLATA!

Siempre usaba frases distintas. A veces volvía con la plata y otras no.

De repente entramos en un complejo de bungalows y se abrió una puerta y apareció una mujer vestida con un kimono de seda medio entreabierto. Estaba fumando.

-Oíme, nena, tengo que conseguir la plata. ¡Sos la que más me debe!

Ella se rio.

-Dale, nena dame la mitad o por lo menos una seña, algo para mostrar.

Ella sopló un anillo de humo y lo rompió con un dedo.

-Oíme, tenés que pagarme -insistió mi padre-, estoy desesperado.

-Entrá y me contás mejor -dijo la mujer.

Mi padre entró. Demoró un rato largo. El sol ya estaba muy alto. Cuando salió tenía el pelo revuelto y se acomodaba la camisa. Subió a la camioneta.

-¿Te dio la plata? -pregunté yo.

-Esta fue la última entrega -dijo mi padre-, ya no doy más. Vamos dejar la camioneta y volvemos a casa.

Un día volví a ver a la mujer. Yo llegaba del colegio y ella estaba sentada en el living de casa. Mis padres estaban sentados con ella, y mi madre lloraba. Cuando mi madre me vio se levantó y vino corriendo a abrazarme. Me llevó al dormitorio y me hizo sentar en la cama.

-Henry, ¿querés a tu madre?

La verdad es que yo no la quería, pero la vi tan triste que le dije que sí.

Ella me volvió a llevar al living.

-Tu padre dice que quiere a esta mujer -me dijo.

-¡Las quiero a las dos! ¡Y llévate a este chiquilín de aquí!

Me di cuenta que mi padre haciendo sufrir mucho a mi madre.

-Te voy a matar -le dije a mi padre.

-¡Sacá a reste chiquilín de aquí!

-¿Cómo podés querer a esta mujer? -le dije a mi padre. -Mirale la nariz. ¡Parece un elefante!

-¡Cristo! -dijo la mujer, -¡Yo no tendría que estar aguantando esto! -Miró a mi padre. -¡Elegí, Henry! ¡Una de las dos! ¡Ahora mismo!

-¡Pero no puedo! ¡Las quiero a las dos!

-¡Te voy a matar! -le volví a decir a mi padre.

Él me tiró al suelo pegándome un cachetazo en la oreja. La mujer se levantó y salió corriendo de casa. Mi padre salió atrás de ella. La mujer subió de un salto al coche de mi padre y arrancó. Pasó todo muy rápido. Mi padre iba corriendo por la calle atrás del coche.

-¡EDNA, EDNA, VOLVÉ!

Llegó a alcanzar el coche, metió el brazo por la ventanilla y agarró el bolso de Edna. Entonces el coche aceleró y mi padre se quedó con el bolso.

-Sabía que estaba pasando algo -me dijo mi madre-, así que me escondí en la camioneta y los pesqué juntos. Tu padre me trajo de vuelta con esa mujer horrible. Ahora ella se llevó el coche.

Mi padre volvió con el bolso de Edna.

-¡Todo el mundo adentro!

Entramos, mi padre me encerró en mi cuarto y ellos de pusieron a discutir. Eran unos gritos horribles. Entonces mi padre le empezó a pegar a mi madre. Ella gritaba y él no paraba de pegarle. Yo salí por la ventana y traté de entrar por la puerta de adelante. Estaba cerrada. Traté de entrar por la puerta del fondo, por las ventanas. Estaba todo cerrado. Me quedé en el patio del fondo escuchando los gritos y los golpes.

Entonces hubo silencio y lo único que se oía el llanto de mi madre. Lloró mucho rato. Después fue disminuyendo de a poco hasta que terminó.

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