12
Una noche mi padre me
llevó con él a hacer el reparto de leche. Ya no había carros de caballos. Ahora
se usaban camionetas. Después de cargar en la central lechera, fuimos hasta la
ruta. Me gustaba estar en la calle tan temprano. La luna estaba alta y todavía
se veían estrellas. Hacía frío, pero era excitante. Yo no entendía por qué mi
padre me había pedido que lo acompañara, si me seguía pegando con el cinturón
todas las semanas y aquello no parecía que se fuese a acabar.
Cada vez que parábamos él
se bajaba de un salto y dejaba una o dos botellas de leche. A veces también
repartía queso, o nata, o manteca, y de vez cuando una botella de jugo de naranja.
La mayoría de la gente escribía sus encargos en notas que dejaban en las
botellas vacías.
Mi padre iba parando en
las casas y haciendo el reparto.
-Bueno, muchacho, ¿en qué
dirección vamos ahora?
-Hacia el Norte.
-Tenés razón. Vamos hacia
el Norte.
Íbamos subiendo y bajando
calles, parándonos y haciendo el reparto.
-Muy bien. ¿Y ahora en
qué dirección vamos?
-Hacia el Oeste.
-No. Estamos yendo hacia
el Sur.
Seguimos avanzando en
silencio.
-Suponete que ahora yo te
hiciera bajar de la camioneta y te dejara allí. ¿Qué harias?
-No sé.
-Lo que quiero decir es
qué harías para sobrevivir.
-Bueno, supongo que
volvería para atrás y me tomaría la leche y el jugo de naranja que dejaste en
las puertas.
-¿Harías eso?
-Buscaría a un policía
para decirle lo que acababas de hacerme.
-¿Ah, sí? ¿Y qué le
dirías?
-Le diría que me dijiste
que el Oeste era el Sur para que me perdiera.
Estaba amaneciendo.
Después que terminamos el reparto paramos a desayunar en un café. Se nos acercó
una camarera.
-Hola, Henry -le dijo a
mi padre.
-Hola, Betty -contestó
él.
-¿Quién es este
chiquilín?
-Es Henry junior.
-Es igualito a vos.
-Pero no tiene mi
cerebro.
-Espero que no.
Pedimos el desayuno.
Huevos con tocino. Mientras comíamos, mi padre me dijo:
-Ahora viene lo bravo.
-¿Lo qué?
Tengo que salir a cobrar
la plata que me debe la gente. Hay algunos que no pagan.
-Pero tienen que pagar.
-Eso es lo que yo les
digo.
Terminamos de comer y
arrancamos de nuevo. Mi padre se bajaba y golpeaba las puertas. Yo lo escuchaba
aullar:
-¿CÓMO CARAJO SE CREE QUE
VOY A COMER YO? ¡USTEDES SE TRAGARON LA LECHE Y AHORA TIENEN QUE CAGAR LA
PLATA!
Siempre usaba frases
distintas. A veces volvía con la plata y otras no.
De repente entramos en un
complejo de bungalows y se abrió una puerta y apareció una mujer vestida con un
kimono de seda medio entreabierto. Estaba fumando.
-Oíme, nena, tengo que
conseguir la plata. ¡Sos la que más me debe!
Ella se rio.
-Dale, nena dame la mitad
o por lo menos una seña, algo para mostrar.
Ella sopló un anillo de
humo y lo rompió con un dedo.
-Oíme, tenés que pagarme
-insistió mi padre-, estoy desesperado.
-Entrá y me contás mejor
-dijo la mujer.
Mi padre entró. Demoró un
rato largo. El sol ya estaba muy alto. Cuando salió tenía el pelo revuelto y se
acomodaba la camisa. Subió a la camioneta.
-¿Te dio la plata?
-pregunté yo.
-Esta fue la última
entrega -dijo mi padre-, ya no doy más. Vamos dejar la camioneta y volvemos a
casa.
Un día volví a ver a la
mujer. Yo llegaba del colegio y ella estaba sentada en el living de casa. Mis
padres estaban sentados con ella, y mi madre lloraba. Cuando mi madre me vio se
levantó y vino corriendo a abrazarme. Me llevó al dormitorio y me hizo sentar
en la cama.
-Henry, ¿querés a tu
madre?
La verdad es que yo no la
quería, pero la vi tan triste que le dije que sí.
Ella me volvió a llevar
al living.
-Tu padre dice que quiere
a esta mujer -me dijo.
-¡Las quiero a las dos!
¡Y llévate a este chiquilín de aquí!
Me di cuenta que mi padre
haciendo sufrir mucho a mi madre.
-Te voy a matar -le dije
a mi padre.
-¡Sacá a reste chiquilín
de aquí!
-¿Cómo podés querer a
esta mujer? -le dije a mi padre. -Mirale la nariz. ¡Parece un elefante!
-¡Cristo! -dijo la mujer,
-¡Yo no tendría que estar aguantando esto! -Miró a mi padre. -¡Elegí, Henry!
¡Una de las dos! ¡Ahora mismo!
-¡Pero no puedo! ¡Las
quiero a las dos!
-¡Te voy a matar! -le
volví a decir a mi padre.
Él me tiró al suelo
pegándome un cachetazo en la oreja. La mujer se levantó y salió corriendo de
casa. Mi padre salió atrás de ella. La mujer subió de un salto al coche de mi
padre y arrancó. Pasó todo muy rápido. Mi padre iba corriendo por la calle
atrás del coche.
-¡EDNA, EDNA, VOLVÉ!
Llegó a alcanzar el
coche, metió el brazo por la ventanilla y agarró el bolso de Edna. Entonces el
coche aceleró y mi padre se quedó con el bolso.
-Sabía que estaba pasando
algo -me dijo mi madre-, así que me escondí en la camioneta y los pesqué
juntos. Tu padre me trajo de vuelta con esa mujer horrible. Ahora ella se llevó
el coche.
Mi padre volvió con el
bolso de Edna.
-¡Todo el mundo adentro!
Entramos, mi padre me
encerró en mi cuarto y ellos de pusieron a discutir. Eran unos gritos
horribles. Entonces mi padre le empezó a pegar a mi madre. Ella gritaba y él no
paraba de pegarle. Yo salí por la ventana y traté de entrar por la puerta de
adelante. Estaba cerrada. Traté de entrar por la puerta del fondo, por las
ventanas. Estaba todo cerrado. Me quedé en el patio del fondo escuchando los
gritos y los golpes.
Entonces hubo silencio y
lo único que se oía el llanto de mi madre. Lloró mucho rato. Después fue
disminuyendo de a poco hasta que terminó.
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