AUTOR
Y PERSONAJE EN LA ACTIVIDAD ESTÉTICA (9)
El primer propósito de un artista que trabaja sobre un autorretrato es la purificación
de la expresión de la cara reflejada, lo cual se logra únicamente gracias el
hecho de que el pintor ocupa una sólida posición fuera de sí mismo, encuentras
a un autor autorizado y con principios; se trata de un autor artista que como
tal triunfa sobre el artista hombre. Me parece, por lo demás, que un autorretrato
siempre puede ser distinguido de un retrato, debido al carácter algo fantasmal
de la cara que da la impresión de no abarcar al hombre entero hasta el final:
me deja una impresión casi horrorosa la cara de Rembrandt (4) que ríe
eternamente en su autorretrato, o la cara de Wróbel (5) extrañamente enajenada.
Es mucho más difícil ofrecer una imagen íntegra de la apariencia propia en
un héroe autobiográfico de una obra verbal donde esta apariencia, impulsada por
el movimiento heterogéneo del argumento, debe cubrir a todo el hombre. No
conozco intentos concluidos de este tipo en obras literarias importantes, pero
hay muchos intentos parciales; algunos de ellos son el autorretrato infantil de
Pushkin, (6) el Irtenev de Tolstoi (Infancia, Adolescencia y Juventud),
Llovin del mismo Tolstoi, el hombre del subsuelo de Dostoievski y otros. En la
creación verbal no existe ni es posible la perfección de la apariencia propia
de la pintura, donde el aspecto externo se funde con otros momentos del hombre
íntegro, que analizaremos en lo sucesivo.
Una fotografía propia también nos ofrece sólo un material para la
comparación, también en ella vemos no a nosotros mismos sino un reflejo nuestro
sin autor; por cierto, este reflejo ya no revela la expresión del otro ficticio,
es decir, es más puro que el reflejo en un espejo, pero es casual, se adopta
artificialmente y no expresa nuestra actitud emocional y volitiva dentro del
acontecer del ser: se trata de una materia prima que no puede ser incluida en
la unidad de mi experiencia vital, porque no existen principios para esta
inclusión.
Otro es el caso cuando se trata de un retrato nuestro realizado por un
pintor de categoría; este retrato es efectivamente una ventana al mundo donde
yo jamás habito; se trata de una visión real de uno mismo en el mundo con los
ojos de otro hombre, puro e íntegro (el pintor); es una especie de adivinación
que tiene algo predetermindo con respecto a mí. Y es que la apariencia debería
abarcar y contener en sí, así como concluir la totalidad del alma (esto es, de
mi única postura emocional y volitiva y ético-cognoscitiva en el mundo): esta
es la función que corresponde a mi apariencia, para mí mismo, sólo a través del
otro: yo no puedo sentirme a mí mismo en mi apariencia como algo que me abarca
y me expresa, porque mis reacciones emocionales y volitivas se encuentran
fijadas a los objetos y no logran reducirme a una imagen de mí mismo
exteriormente concluida. Mi apariencia no puede llegar a ser el momento de mi característica
para mí mismo. Mi apariencia no puede ser vivida dentro de la categoría del yo
como un valor que me abarque y concluya, porque se vive de este modo tan
sólo dentro de la categoría del otro, y es necesario que uno se incluya
en esta última categoría para poder verse como uno de los momentos del mundo
exterior plásticamente expresado.
La apariencia no debe tomarse aisladamente con respecto a la creación
artística verbal; cierta falta de plenitud de un retrato pictórico se completa
en una obra verbal mediante toda una serie de momentos contiguos a la apariencia
que son poco accesibles o totalmente inaccesibles al arte figurativo: modales,
manera de andar, timbre de voz, la expresión cambiante de la cara y de todo el
aspecto externo en ciertos momentos históricos de la vida humana, la expresión
de los momentos irreversibles del acontecer de la vida sin la serie histórica de
su transcurrir, los momentos del crecimiento paulatino del hombre que atraviesa
la expresividad externa de las edades; las imágenes de la juventud, edad madura
y vejez en su continuidad plástica: todos estos son los momentos que pueden ser
expresados como historia del hombre exterior. Para la autoconciencia esta
imagen íntegra aparece difusa en la vida; entra en el campo de la visión del
mundo exterior tan sólo en forma de fragmentos casuales a los que faltan
precisamente esta unidad externa y permanencia, y el hombre no puede constituir
su propia imagen en todo más o menos concluido, porque vive su vida dentro de
la categoría de su propio yo. El problema no consiste en una
insuficiencia del material para la visión externa (aunque esta insuficiencia
sea extremadamente grande), sino en una fundamental ausencia de un enfoque
valorativo íntegro desde el interior del mismo hombre con respecto a su
expresividad externa; ningún espejo ni fotografía, tampoco una autoobservación
minuciosa, puede ayudar en este caso; como resultado mejor, sólo obtendríamos
un producto estéticamente falso, creado interesadamente desde la posición de
otro posible, carente de independencia.
En este sentido se puede hablar acerca de una necesidad estética absoluta
del hombre con respecto al otro, de la necesidad de una participación que vea,
que recuerde, que acumule y que una al otro; sólo esta participación puede
crear la personalidad exteriormente conclusa del hombre; esta personalidad no
aparecería si no la crease el otro; la memoria estética es productiva y es ella
la que genera por primera vez al hombre exterior en el nuevo plano del
ser.
Notas
(4) El Autorretrato con Saskia, de Rembrandt, en la Pinacoteca de
Dresde.
(5) Por ejemplo en el autorretrato hecho al carbón y sanguina, de la
galería Tretiakov.
(6) Mon portrait, el poema de Pushkin escrito en francés en sus años
escolares.
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