lunes

EL VIENTO DE LA DESGRACIA (SIDA + VIDA) - DANIEL BENTANCOURT (41)


1ª edición / Caracol al Galope 1999
1ª edición WEB / elMontevideano Laboratorio de Artes 2018

Edición y prólogo: Hugo Giovanetti Viola

PARTE 3

24


Siguió arrastrándose entre el barro y la lluvia hasta que pudo divisar cierta luminosidad metálica allá arriba, y comprendió que iba en la dirección correcta. Entonces oyó una especie de grito-rugido y le pareció que era su nombre lo que se filtraba entre la cortina oscura. “ES Ella” pensó, “es Ella que me anda buscando”. Intentó correr más rápido, pero se resbaló sobre una piedra y cayó. Y esta vez oyó claramente su nombre y respondió con un rugido:

-PUTA. ¿AHORA ME ESTÁS BUSCANDO?

-Ángel -lo llamó Diogo, abriéndose paso entre un macizo de arbustos.

-NO ME TOQUES -chilló encogiéndose frente a la sombra que apenas distinguía. -NO ME TOQUES.

Diogo se agachó con el brazo todavía extendido. Se quedaron frente a frente escuchando la lluvia que por momentos los azotaba casi horizontalmente, hasta que un relámpago le permitió entrever los dientes del otro como una grieta chorreada sobre la suciedad terrosa de la cara.

-Ángel -dijo Diogo, en voz baja.

-NO ME TOQUES.

Y se quedaron acurrucados hasta que la lluvia disminuyó.

-¿Por qué, Ángel? ¿Por qué? Es solamente eso lo que quiero saber.

-Ángel jadeó domando su respiración y cuando habló sintió como si el cielo le llorara en la boca.

-Yo vi a la muerte bien de cerca. Y Ella es ciega, sorda, incansable y estúpida, no tiene olor ni gusto a nada. A veces -y volvió a morder el agua helada- me parece que estoy matando el aire que hay alrededor mío. No sabés lo que es esto, Diogo. Nadie tiene la menor idea. Nunca nos enseñaron lo que hay que hacer cuando esto llega.

Y entonces se lo contó todo rápidamente: lo de la mujer del vestido rojo, lo de su sangre enferma y la agonía de no poder comer ni dormir mientras Diogo lo escuchaba casi sin sorpresa, no exactamente como si lo hubiera previsto sino intuido de un modo inexplicable. Y cuando Ángel se abrió la camisa fue como si excavara una ventana hacia la nada, porque el otro vio algo negro donde ya no parecía haber más cuerpo sino la misma mancha de la noche entrándole por la espalda. Se quedaron inmóviles, escuchando la lluvia que volvía a arremeter.

-La vida te dobla, te aplasta, te va quebrando. Y cuando uno se da cuenta lo que sobró es apenas un lamento, la noción de ser un resto de algo que fuimos y que ni recordamos bien. Claro -intentó reírse, echando la cabeza para atrás. -Tenemos el perdón de los hombres. Y el perdón de Dios, también. Porque no se cansan de repetir que Dios es amor, Dios es amor, Dios es amor, Dios es amor. El viejo y honorable Dios -y lo dijo sin misericordia, lejos de todo arrepentimiento y de toda redención. -Lo que no nos dijeron es que el amor de Dios también mata.

Y de golpe empezó a gritar como sin darse cuenta:

-Y USTEDES, TODOS USTEDES ESCONDIDOS Y A RESGUARDO, ESPERANDO QUE PASE LA TORMENTA PARA SEGUIR VIVIENDO. YO, YO ESTOY EN EL OJO DE LA TORMENTA Y LOS ÁNGELES DE LA MUERTE ME DAN VUELTAS POR TODOS LADOS, QUERIENDO CHUPARME EL ALMA Y VOLVERME UNO DE ELLOS. MALDITOS, MALDITOS, MALDITOS.

Entonces pareció querer saltar hacia adelante y Diogo retrocedió instintivamente, resbalando y cayéndose en el barro. Después oyó caerse también a Ángel y se dio vuelta en el suelo como para incorporarse y salir corriendo, pero se quedó quieto. Y la próxima vez que lo escuchó su voz ya llegaba desde más lejos, zigzagueando montaña arriba:

-EL TIEMPO NO EXISTE, IDIOTA. SÓLO NOS DAMOS CUENTA DEL TIEMPO CUANDO NOS MATA.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+