1ª edición / Caracol al Galope 1999
1ª edición WEB / elMontevideano Laboratorio de Artes 2018
Edición y prólogo: Hugo
Giovanetti Viola
PARTE 3
24
Siguió arrastrándose
entre el barro y la lluvia hasta que pudo divisar cierta luminosidad metálica
allá arriba, y comprendió que iba en la dirección correcta. Entonces oyó una
especie de grito-rugido y le pareció que era su nombre lo que se filtraba entre
la cortina oscura. “ES Ella” pensó, “es Ella que me anda buscando”. Intentó
correr más rápido, pero se resbaló sobre una piedra y cayó. Y esta vez oyó
claramente su nombre y respondió con un rugido:
-PUTA. ¿AHORA ME ESTÁS
BUSCANDO?
-Ángel -lo llamó Diogo,
abriéndose paso entre un macizo de arbustos.
-NO ME TOQUES -chilló
encogiéndose frente a la sombra que apenas distinguía. -NO ME TOQUES.
Diogo se agachó con el
brazo todavía extendido. Se quedaron frente a frente escuchando la lluvia que
por momentos los azotaba casi horizontalmente, hasta que un relámpago le
permitió entrever los dientes del otro como una grieta chorreada sobre la
suciedad terrosa de la cara.
-Ángel -dijo Diogo, en
voz baja.
-NO ME TOQUES.
Y se quedaron acurrucados
hasta que la lluvia disminuyó.
-¿Por qué, Ángel? ¿Por
qué? Es solamente eso lo que quiero saber.
-Ángel jadeó domando su
respiración y cuando habló sintió como si el cielo le llorara en la boca.
-Yo vi a la muerte bien
de cerca. Y Ella es ciega, sorda, incansable y estúpida, no tiene olor ni gusto
a nada. A veces -y volvió a morder el agua helada- me parece que estoy matando
el aire que hay alrededor mío. No sabés lo que es esto, Diogo. Nadie tiene la
menor idea. Nunca nos enseñaron lo que hay que hacer cuando esto llega.
Y entonces se lo contó
todo rápidamente: lo de la mujer del vestido rojo, lo de su sangre enferma y la
agonía de no poder comer ni dormir mientras Diogo lo escuchaba casi sin
sorpresa, no exactamente como si lo hubiera previsto sino intuido de un modo
inexplicable. Y cuando Ángel se abrió la camisa fue como si excavara una
ventana hacia la nada, porque el otro vio algo negro donde ya no parecía haber más
cuerpo sino la misma mancha de la noche entrándole por la espalda. Se quedaron
inmóviles, escuchando la lluvia que volvía a arremeter.
-La vida te dobla, te
aplasta, te va quebrando. Y cuando uno se da cuenta lo que sobró es apenas un
lamento, la noción de ser un resto de algo que fuimos y que ni recordamos bien.
Claro -intentó reírse, echando la cabeza para atrás. -Tenemos el perdón de los
hombres. Y el perdón de Dios, también. Porque no se cansan de repetir que Dios
es amor, Dios es amor, Dios es amor, Dios es amor. El viejo y honorable Dios -y
lo dijo sin misericordia, lejos de todo arrepentimiento y de toda redención.
-Lo que no nos dijeron es que el amor de Dios también mata.
Y de golpe empezó a
gritar como sin darse cuenta:
-Y USTEDES, TODOS USTEDES
ESCONDIDOS Y A RESGUARDO, ESPERANDO QUE PASE LA TORMENTA PARA SEGUIR VIVIENDO. YO,
YO ESTOY EN EL OJO DE LA TORMENTA Y LOS ÁNGELES DE LA MUERTE ME DAN VUELTAS POR
TODOS LADOS, QUERIENDO CHUPARME EL ALMA Y VOLVERME UNO DE ELLOS. MALDITOS,
MALDITOS, MALDITOS.
Entonces pareció querer
saltar hacia adelante y Diogo retrocedió instintivamente, resbalando y
cayéndose en el barro. Después oyó caerse también a Ángel y se dio vuelta en el
suelo como para incorporarse y salir corriendo, pero se quedó quieto. Y la
próxima vez que lo escuchó su voz ya llegaba desde más lejos, zigzagueando
montaña arriba:
-EL TIEMPO NO EXISTE,
IDIOTA. SÓLO NOS DAMOS CUENTA DEL TIEMPO CUANDO NOS MATA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario