martes

ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (15) - MIJAIL. BAJTIN


AUTOR Y PERSONAJE EN LA ACTIVIDAD ESTÉTICA (9)

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La objetivación ética y estética necesita un poderoso punto de apoyo fuera de uno mismo, en una fuerza real desde la cual yo podría verme a mí como otro.

Efectivamente, cuando observamos nuestra apariencia (como algo vivo e iniciado en la totalidad viviente y externa) a través del prisma del alma de otro posible que avalúa, esta alma del otro que carece de vida propia, alma esclava, aporta un elemento falso y absolutamente ajeno al ser-acontecer ético: no se trata de algo productivo que enriquezca la generación, porque esta última carece de valor propio, sino de un producto inflado y ficticio que enturbia la nitidez óptica del ser; en este caso se realiza una especie de sustitución óptica, se crea un alma sin lugar, un participante sin nombre ni papel, algo totalmente extrahistórico. Está claro que con los ojos de este otro ficticio es imposible ver la cara auténtica de uno, se puede observar tan sólo una máscara. (3) Esta pantalla de la reacción viva del otro debe densificarse y obtener una independencia fundamentada, sustancial y autorizada, debe hacer del otro un autor responsable. Una condición negativa para este procedimiento es una actitud mía absolutamente desinteresada con respecto al otro: al regresar a mí mismo, yo no he de aprovechar para mí la valoración del otro. No podemos profundizar aquí en estas cuestiones, mientras se trate sólo de la apariencia externa (ver acerca del narrador, acerca de la autoobjetivación a través de la heroína, etc.). Está claro que la apariencia como un valor estético no aparece como un momento de mi autoconciencia sino que se sitúa sobre la frontera del mundo plástico y pintoresco; yo como el protagonista de mi propia vida, tanto real como imaginaria, me vivencio en un plano fundamentalmente distinto del de todos los demás actores de mi vida y de mi ilusión.

Un caso muy especial de la visión del aspecto exterior de uno mismo representa verse en el espejo. Por lo que parece, en este caso nos estamos viendo directamente. Sin embargo, no es así; permanecemos dentro de nosotros mismos y vemos tan sólo un reflejo nuestro que no puede llegar a ser un momento directo de nuestra visión y vivencia del mundo: vemos un reflejo de nuestra apariencia, pero no a nosotros mismos en medio de esta apariencia, el aspecto exterior no me abraza a mí en mi totalidad; yo estoy frente al espejo pero no dentro de él; el espejo sólo puede ofrecer un material para la objetivación propia, y ni siquiera en su forma pura. Efectivamente, nuestra postura frente al espejo es siempre un poco falsa: puesto que no poseemos un enfoque de nosotros mismos desde el exterior, en este caso también hemos de vivenciar a otro, indefinido y posible, con la ayuda del cual tratamos de encontrar una posición valorativa con respecto a nosotros mismos, otra vez intentamos vivificar y formar nuestra propia persona a partir del otro: de ahí que se dé esa expresión especial y poco natural que solemos ver en el espejo y que jamás tenemos en la realidad. Esta expresión de nuestra cara reflejada en el espejo es suma de varias expresiones de tendencias emocionales y volitivas absolutamente dispares: 1) expresión de nuestra postura emocional y volitiva real, que efectuamos en un momento dado y que justificamos en un contexto único y total de nuestra vida; 2) expresión de una posible valoración del otro, expresión de un alma ficticia carente de lugar; 3) expresión de nuestra actitud hacia la valoración del posible otro: satisfacción, insatisfacción, contento, descontento; porque nuestra propia actitud hacia la apariencia no tiene un carácter directamente estético sino que se refiere a su posible acción sobre otros que son observadores inmediatos, es decir, no nos apreciamos para nosotros mismos, sino para otros a través de otros. Finalmente, a estas tres expresiones se les puede agregar una expresión que desearíamos ver en nuestra cara y, otra vez, no para nosotros mismos sino para el otro: casi siempre nosotros casi tomamos una pose ante el espejo, adoptando una u otra expresión que nos parezca adecuada y deseable. Estas son las expresiones diferentes que luchan y participan de una simbiosis casual en nuestra cara reflejada en el espejo. En todo caso, allí no se expresa un alma única, sino que en el acontecimiento de la contemplación propia se inmiscuye un segundo participante, otro ficticio, un autor que carece de autorización y fundamentación; yo no estoy solo cuando me veo en el espejo, estoy poseído de un alma ajena. Es más, nunca esta alma ajena puede concretarse hasta cierta independencia: un enfado y cierta irritación, a los que se añade nuestro disgusto por la apariencia propia, concretizan a este otro que es un posible autor de nuestra apariencia; puede haber una desconfianza hacia él, así como odio y deseo de aniquilarlo: al tratar de luchar con una valoración posible de alguien que me forma de una manera total, aunque sólo posible, concretizo a este alguien hasta la independencia, casi hasta una personalidad localizable en el ser.


Notas

(3) Cf. El concepto de persona (máscara) en Karl Gustav Jung, definido como “aquello que el hombre en realidad no es, pero lo que él mismo y otras personas piensan de él” (C.G. Jung, Gestaltungen des Unbewussten, Zurich, 1950, p. 55).

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