EL TEATRO SAGRADO (5)
A veces me han acusado
por querer destruir la palabra hablada y, sin embargo, en este disparate hay un
grano de verdad. En su fusión con la lengua norteamericana, nuestro idioma, en
cambio continuo, rara vez ha sido más rico; no obstante, no parece que la
palabra sea para los dramaturgos el mismo instrumento que fue en otro tiempo.
¿Se debe a que vivimos en una época de imágenes? ¿Acaso hemos de pasar un
período de saturación de imágenes para que emerja de nuevo la necesidad del
lenguaje? Es muy posible, ya que los escritores actuales parecen incapaces de
hacer entrar en conflicto, mediante palabras, ideas e imágenes con la fuerza de
los artistas isabelinos. El escritor moderno más influyente, Brecht, escribió
textos ricos y plenos, pero la verdadera convicción de sus obras es inseparable
de las imágenes de sus propias puestas en escena. Un profeta levantó su voz en
el desierto. En abierta oposición a la esterilidad del teatro francés anterior
a la guerra, un genio iluminado, Antoine Artaud, escribió varios folletos en
los cuales describía con imaginación e intuición otro teatro sagrado cuyo
núcleo central se expresa mediante las formas que le son más próximas, un
teatro que actúa como una epidemia, por intoxicación, por infección, por analogía,
por magia, un teatro donde la obra, la propia representación, se halla en el lugar
del texto.
¿Existe otro lenguaje tan
exigente para el autor como un lenguaje de palabras? ¿Existe un lenguaje de
acciones, un lenguaje de sonidos, un lenguaje de palabra como parte de
movimiento, de palabra como basura, de palabra como contradicción, de
palabra-choque, de palabra-grito? Si hablamos de lo más-que-literal, si poesía
significa lo que se aprieta más y penetra más profundo, ¿es aquí donde se
encuentra? Charles Marowitz y yo formamos un grupo, con el Royal Shakespeare
Theatre, llamado Teatro de la Crueldad, con el fin de investigar estas
cuestiones e intentar aprender por nosotros mismos lo que pudiera ser un teatro
sagrado.
El nombre del grupo era
un homenaje a Artaud, pero no significaba que estuviéramos intentando
reconstruir el teatro de Artaud. Cualquiera que desee saber lo que significa “teatro
de la crueldad” ha de recurrir directamente a los escritos de Artaud. Empleamos
este llamativo título para definir nuestros experimentos, muchos de ellos
directamente estimulados por el pensamiento artaudiano, si bien numerosos
ejercicios estaban muy lejos de lo que él había propuesto. No comenzamos por el
centro, sino que iniciamos nuestro trabajo con la máxima sencillez por los
márgenes.
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