AUTOR
Y PERSONAJE EN LA ACTIVIDAD ESTÉTICA (9)
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Se puede hacer un esfuerzo por imaginar su propio aspecto externo, por
percibirse desde fuera, traducir a su misma persona del lenguaje de la
sensación propia interna al de la expresividad externa, lo cual no es tan fácil
y requeriría cierto esfuerzo inusitado; esta dificultad y este esfuerzo no se
parecen a aquellos que vivimos recordando una cara poco conocida o
semiolvidada; aquí no se trata de una falta de la memoria con respecto a su apariencia, sino de cierta
resistencia, por principio, de nuestro aspecto exterior. Es fácil convencerse,
mediante una autoobservación, de que el resultado primero de tal intento será
el siguiente: mi imagen visualmente expresada empezará a definirse de una
manera inestable junto a mi persona percibida internamente, apenas se separará
de mi autopercepción interna sin dejarla por completo; parece que yo me divido
en dos sin desintegrarme definitivamente: el cordón umbilical de la
autopercepción seguirá uniendo mi expresividad externa con la vivencia interna
de mi persona. Se requeriría cierto esfuerzo nuevo para que uno se imagine a su
persona claramente representada de frente, para desprenderse totalmente de la
autosensación interna de uno, y, cuando esto se logra nos sorprende en nuestra
imagen externa un extraño vacío fantasmal y una espantosa soledad que la rodea.
¿Cómo explicar este hecho? Resulta que no tenemos, con respecto a nuestra
imagen, una actitud emocional y volitiva correspondiente que hubiese podido
vitalizarla e incluirla en el sistema de valores del mundo plástico
artísticamente expresado y único. Todas mis reacciones emocionales y volitivas
percibidas valorativamente que contribuyen a constituir la expresividad externa
del otro: admiración, amor, ternura, compasión, enemistad, odio, etc.,
dirigidas por delante de mi persona hacia el mundo, son inaplicables con
respecto a mí mismo de una manera inmediata, tal y como yo me vivo a mí mismo;
yo constituyo mi yo interior volitivo, que ama, siente, ve y sabe, desde
adentro y mediante categorías valorativas muy diferentes que no son compatibles
directamente con mi expresividad exterior. Pero mi autopercepción y la vida
para mí permanecen en mí, quien imagina y ve; no se encuentran en mí imaginado
y visto, y yo no dispongo de una reacción emocional y volitiva con respecto a
mi apariencia, una reacción que inmediatamente vivifique y concluya; de ahí que
aparezcan la vacuidad y la soledad de mi imagen.
Hace falta reconstruir de una manera radical toda la arquitectónica del
mundo de la ilusión al introducir en este un momento absolutamente distinto,
para revivir y relacionar nuestra imagen con la totalidad contemplada. Este
nuevo momento que reconstituye la arquitectónica es la afirmación emocional y
volitiva de mi imagen desde el otro y para el otro, porque desde dentro de mi
persona fluye tan sólo mi propia autoafirmación que no puedo proyectar hacia mi
expresividad externa, separada de mi autopercepción interna, y por lo tanto mi
imagen se me contrapone en el vacío de valores, en la falta de afirmación. Es
necesario introducir, entre mi autopercepción interna que es función de mi
visión vacía, y mi imagen externamente representada, una especie de pantalla
transparente, que es pantalla de una posible reacción emocional y volitiva del
otro con respecto a mi apariencia externa, que incluya una posible admiración,
amor, sorpresa, compasión hacia mí sentida por el otro. Al mirar a través de
esta pantalla del alma ajena reducida a ser intermediario, yo le doy vida a mi
apariencia y la inicio en el mundo de la representación plástica. Este posible
portador de la reacción valorativa del otro frente a mi persona no ha de llegar
a ser un hombre determinado; en caso contrario, este haría desplazar en seguida
de mi campo de representación a mi imagen y ocuparía su lugar; yo lo vería, con
su reacción hacia mí exteriorizada, cuando se encontraría sobre los límites de
mi campo de visión; además, este hombre introduciría cierto determinismo
confabulado con mi ilusión, como participante con un papel dado, mientras que
se requiere un autor que no participe en un acontecimiento imaginario. Se trata
precisamente de la necesidad del lenguaje interno al lenguaje de la
expresividad externa e introducir toda su personalidad en la tela unitaria y
plástica de la vida humana, tanto al hombre entre otros hombres como al
personaje entre otros personajes; esta finalidad puede ser fácilmente
sustituida por otro problema totalmente diferente, por un propósito del
pensamiento: el pensamiento logra con mucha facilidad colocarme a mí mismo en
un mismo plano con la demás gente, porque dentro del pensamiento yo ante todo
me abstraigo de aquel único lugar que yo como único hombre ocupo dentro del ser
y, por lo tanto, me abstraigo de la unicidad concreta y obvia del mundo; por
eso el pensamiento no conoce dificultades éticas y estéticas de la
autoobjetivación.
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